sábado, 1 de octubre de 2011

Historia de la narrativa manchega del siglo XIX



NARRATIVA

Toledo fue escenario pintoresco para numerosas narraciones del Romanticismo en verso o prosa (leyendas de Bécquer, Zorrilla…) muchas de las cuales tienen origen en la áurea pluma del hellinense Cristóbal Lozano, capellán de Reyes Nuevos; eran temas apetecibles a este gusto los Comuneros, los hechos históricos en que se vieron envueltos Montiel, Alarcos, Almansa o Brihuega; y fueron también motivos frecuentes las fechorías de los guapos, contrabandistas y bandoleros de los montes de Toledo, la Guerra de la Independencia y las Guerras Carlistas, inspiradoras estas últimas de textos autobiográficos como el Diario del médico Máximo García López, que puede leerse como una novela. Se cultivó la novela moral, la novela histórica, el cuadro y la novela de costumbres, la novela regeneracionista, la utopía, la novela social, el folletín, la parodia satírica cervantina, la literatura fantástica y de viajes.

Al empezar el siglo aparece póstuma una colección de novelas adaptadas en su mayor parte del francés y el inglés por el ilustrado toledano de Orgaz Cándido María Trigueros: Mis pasatiempos. Almacén de fruslerías agradables (Madrid, 1804, 2 vols.).



Así explica su intención en un largo y entretenido prólogo en que trata sobre la novela:


Estas serán sencillas y muy diversas unas de otras: unas originales, otras tomadas de obras italianas, francesas ó inglesas, y quizá, algunas serán nuestras, abreviándolas y traduciéndolas del estilo del siglo pasado al presente; ni me ceñiré á novelas, acaso añadiré vidas ó historias verdaderas: acaso tragedias, sueños, y qué sé yo que mas cosas. Quando traduzca lo haré libremente, y jamas al pie de la letra, alteraré, mudaré, quitaré y añadiré lo que me pareciere a propósito para mejorar el original, y reformaré hasta el plan y la conducta de la fábula quando juzgue que así conviene”.



Destacan Cuatro cuentos en un cuento, El criado de su hijo, La mujer prudente, y los relatos de ambiente árabe La hija del visir de Garnat, El juez astuto o El egipcio generoso; evocan en algunos momentos El no sé qué de Román Hernández y revelan el gusto de la época por la literatura de fin moral y lo exótico. Los dos desesperados es, según confesión del propio Trigueros, la traducción de un hecho verdadero reseñado en una revista inglesa. Al parecer, tal hecho inspiró también The London merchant de Lillo, retraducido por Valladares de la versión francesa de Falbaire con el título de El fabricante de paños y refundido luego en su Los perfectos comerciantes; Bliomberis. Historia de la caballería andante es una versión de Bliombéris. Nouvelle françoise de Jean-Pierre Claris de Florian; La mujer prudente procede de La femme prudente de Louis-Sébastien Mercier.[2] Algo más tarde aparece la traducción de los Cuentos morales de Marmontel  (Valencia: Salvá, 1813) por parte del daimieleño Pedro Estala.

Pero los primeros narradores manchegos del XIX propiamente dichos son unos personajes muy curiosos; el primero es el padre de la ficción-científica española; si en el siglo XX Castilla-La Mancha puede envanecerse de contar con uno de los grandes escritores del género en castellano, el meteorólogo Carlos Saiz Cindocha, (Ciudad Real, 1939), de la misma forma puede enorgullecerse de poseer al padre del género en España, el sacerdote y escritor Antonio Marqués y Espejo (Gárgoles de Abajo, 1762 – Gerona, p. 1828), por su novela Viaje de un filósofo a Selenópolis, corte desconocida de los habitantes de la Tierra (1804). 



Antonio Marqués nació un 11 de junio de 1762 en Gárgoles de Abajo, pueblo de la provincia de Guadalajara, hijo de José Marqués, abogado, mayordomo de rentas, alcalde mayor y juez de residencias en los estados del XII Duque del Infantado, Pedro Alcántara de Toledo y Silva, heredero también de los títulos de Távara, Lerma y Pastrana, quien se casaría en 1758 con la aristócrata alemana María Ana de Salm-Salm, lo que hizo que pasara largas temporadas en París y acabara sus días en Alemania; seguramente en algunos de esos viajes estuvo Marqués, porque dice haber aprendido francés en la misma Francia; en efecto, es el típico abate petimetre (petit maître) francés, un auténtico afrancesado, es más, afrancesadísimo. El 12 enero 1780 logra el grado de maestro de Filosofía en Alcalá de Henares y emprende estudios de Teología, trasladándose en 1783 a la Universidad de Valencia, donde recibe los grados de bachiller, licenciado y finalmente, un 13 de noviembre de 1783, el de doctor, gracias a una pensión concedida por el duque del Infantado, a quien dedica El perfecto orador o principios de elocuencia sagrada, con ejemplos deducidos de los oradores más célebres de la Francia traducidos (1793).

Toma las órdenes eclesiásticas y se dedica a la predicación, aunque su vocación en la enseñanza: opositó dos veces a la cátedra de filosofía de la Universidad de Valencia y fue miembro del gremio de Maestros de la Universidad de Alcalá y del Claustro de la Universidad de Valencia. Años más tarde fue colector de las Recogidas de Madrid. En 1828 aparece como Beneficiado titular de la Parroquia de Alberique, en la provincia de Gerona, más cerca de su amada Francia, por lo que aparece en su portada una de sus obras teatrales publicada en ese año, Anastasia. Tradujo del francés Recreos morales del ciudadano Hekel (1803), y una exitosísima Historia de los naufragios ó collecion de las relaciones más interesantes de los naufragios, invernaderos, desamparos, incendios, hambres, y otros acontecimientos desgraciados, sucedidos en el mar desde el siglo XV hasta el presente (Madrid: Imprenta de Repullés, 1804), en cinco gruesos volúmenes, adaptación de la obra de Jean Louis Hubert Simon Deperthes, o la Colección de viajes modernos (1807) tomada de un original inglés de John Adams.
Marqués es  autor también de uno de los primeros conatos de novela histórica en español, las Memorias de Blanca Capello. Los narradores utópicos no son raros en la literatura manchega: buenos ejemplos de curas voladores manchegos (trasuntos del cura cervantino redactor arrepentido de novelas de caballerías) nos los dan los viajes astrales ideados en el XVIII por el conquense Lorenzo Hervás y Panduro o por el toledano Cándido María Trigueros -el Viaje estático al mundo planetario (1793-1794), y El viaje al Cielo del Poeta Filósofo (1777), respectivamente-, que sirven como excusa didáctica para comentar diversos fenómenos astronómicos, y ya en el XIX alguna novela corta de Anselmo Lorenzo. Marqués y Espejo compuso una utopía en apariencia lucianesca, como muchas escritas en ese mismo siglo, que contiene un viaje a la Luna con una curiosísima nave espacial. El viaje se presenta como real, pero en el final el autor revela que todo ha sido un sueño; en realidad, extracta, traduce y adapta la quinta parte de Le voyageur philosophe dans un pays inconnu aux habitants de la terre (1761) de Daniel Villenueve,[4] el resto es original. El argumento es el siguiente: cuando el filósofo está visitando las cataratas del Niágara, descubre una aeronave y con ella llega a la Luna. Esta resulta ser un espejo de la Tierra, por lo que desespera al comprobar que cuenta con las mismas leyes, gustos, usos, costumbres y prejuicios que la Tierra; pero un sabio viejo llamado Arzames le guía hacia la cara oculta, que es la región verdaderamente utópica. Mediante el diálogo entre ambos se entera de que en ella la monarquía fomenta la educación como valor principal para formar buenos y útiles ciudadanos sobre tres pilares: la Religión, la Lógica y la Moral. Las mujeres reciben la misma educación que los hombres (para su tiempo, Marqués era un auténtico feminista). Se formula todo un programa de enseñanza pública, en el que la lengua debe enseñarse muy pronto y se extirpan de ella los idiotismos y las palabras vacías. Se sigue la ley natural y se aplica un liberalismo económico proteccionista que elimina las aduanas que pudieran desfavorecer el comercio interior, hasta el punto de que alguno ha llamado a esta obra “utopía burguesa”. Los impuestos son proporcionados y universales: nadie está exento de ellos, y no gravan los artículos de primera necesidad. Hay controles para asegurar los préstamos; la mejora de los caminos, canales y comunicaciones facilita el comercio. Se premia a agricultores y comerciantes porque sustentan  la prosperidad de la nación y la nobleza se otorga a los honrados. La mendicidad ha desaparecido porque es mirada con general desprecio, y ya no hay alcoholismo, porque una medicina hace aborrecer la bebida. Se tolera la prostitución para proteger a las mujeres virtuosas de la violencia y la brutalidad. Corridas de toros, tortura, bufones, juego y pena de muerte (salvo parricidio o lesa majestad) están prohibidos, así como todo lo que va contra el buen gusto. Se levantan estatuas a los que se distinguen por su trabajo o su contribución al bien público, como en la Utopía de Tomás Moro; cada diez años envían a viajeros para que inspecciones lo útil de otras repúblicas que pueden adoptar en la suya, como en La nueva Atlántida de Francis Bacon; la hospitalidad se rige con las leyes propuestas por Tomasso Campanella en su Ciudad del Sol. Otros aspectos derivan de La República de Platón. En el capítulo VIII, original de Marqués, se recupera la imagen de la legendaria comunidad regida por Pitágoras, que aparece en muchas utopías. La estructura de la novela queda rota por un largo excursus central sobre las ideas del autor en cuanto a la formación de las mujeres selenitas, que proviene de otra obra suya inédita.[5] En Selenópolis se presentan como los mayores vicios la moda y el lujo:

Todavía no se ha decidido si el lujo es útil o dañoso a una gran monarquía que recoge los géneros de primera necesidad; y esta es una cuestión de donde se originan infinitas paradojas.

            Memorias de Blanca Capello, gran Duquesa de Toscana, para la historia de la virtud en la humilde y alta fortuna (1803) sobrecarga un excelente argumento de novela histórica (lleno de pasiones, envidias y muertes misteriosas en la Florencia de los Medici) con demasiadas intromisiones de discurso moral. De su obra dramática trataremos luego, pero baste lo expuesto para afirmar que Marqués merece cuando menos una monografía.


Pueda aquí hacer un breve inciso sobre un ensayista que escapó a uno de mis ensayos anteriores, el monje cisterciense fray Atilano Melguizo Martín, (Gárgoles de Abajo, 1792  –  Betanzos, 1868). Su padre era escribano de la villa y un tío materno suyo, Atilano Martín, fraile y abad del monasterio de Sobrado; en ese monasterio entró como monje cisterciense en 1807. Fue lector de Filosofía en el colegio de Meira, regente de moral en el de Aceveiro y maestro de Teología escolástica en el de Salamanca, donde le pilló la desamortización; exclaustrado, marchó como confesor de las monjas bernardas de Valladolid, cargo en el que estuvo ocho años, simultaneándolo con el de  capellán de Santa Ana, donde se distinguió como orador sagrado. Fue nombrado vicario general apostólico de su orden en 1847. Dio a la estampa una Biblioteca predicable en 25 volúmenes. Dirigió o redactó en Madrid el semanario La Luz de Sión (1843-44) y los periódicos El Clero (1849-1850) y Revista Católica Europea (1852). También colaboró en La Razón Católica. Entre sus obras polémicas destacan El Sacerdocio y la civilización, o sea, Vindicación del clero católico (1854), El sistema liberal, impugnado por si mismo, o sean, Varios remedios caseros, descubiertos por los politicos y gobernantes de esta epoca y recopilados para uso y beneficio del publico por un aldeano de Tierra de Segovia (1844) y Honra y gloria del clero español. En esta obra se impugna cuanto los filosofos impios, los falsos políticos y los hipocritas jansenistas han dicho, hecho y escrito (1843).

El proteico abogado, periodista, poeta y dibujante Manuel Jorreto Paniagua (Quintanar de la Orden, 1845 – Madrid, p. 1917), un monárquico a machamartillo que además redactó todas las obras canónicas sobre protocolo para la casa española de Borbón y dirigió la ambiciosa Guía colombina del centenario,  compuso unos curiosos Cuentos fantásticos (1873), que en su tercera edición, ilustrada con grabados en zinc por el mismo autor, llevaba el título de Cuentos fantastico-morales, (Madrid: Imp. De Rubiños, 1877). He alabado ya al autor como poeta, pero por sus méritos literarios intrínsecos de narrador esta obra debe ser puesta entre lo mejor de la literatura manchega de entonces.


Ignacio López (de) Mergeliza, Merjeliza o Margeliza (Ciudad Real, 20 de septiembre 1867 - Río Piedras, Puerto Rico, 1943) fue un sacerdote beneficiado de la catedral de Toledo que se secularizó y casó, pedagogo, viajero y periodista. Tras viajar por toda Hispanoamérica, se estableció en Puerto Rico como profesor de filosofía y se casó con otra manchega, Eleodora Manzaneque López (1872, Urda - Santurce, Puerto Rico, 1933), de la que tuvo cuatro hijos, Luis (nacido en Madrid en 1896), Dolores (nacida en Madrid en 1902), Matilde (nacida en San Francisco de Macori, República Dominicana, en 1909)  y Miguel, nacido en Puerto Rico en 1912).
Era hijo de un teniente coronel de infantería, muy probablemente emparentado con el caudillo carlista Regino Mergeliza de Vera, que jugó un papel importante en la tercera guerra civil por tierras de La Mancha y luego anduvo exiliado en París; nació en Ciudad Real (quizá en Puertollano, según escribió Nakens) en 1866 y marchó a Madrid a vivir junto a un tío materno suyo, un millonario médico especialista en enfermedades venéreas, propietario de una clínica, exdirector de La Ilustración Médico-Quirúrgica Española (Zaragoza, 1881) y autor de un plan de higiene para las prostitutas que presentó al Ayuntamiento de Madrid, Bernardo Molina y Mergeliza (fallecido en 1917) Este médico fue amigo de Santiago Ramón y Cajal, a quien hizo no pocos favores, como el propio Nobel reconoció (Recuerdos de mi vida, Madrid: Imprenta de N. Moya, 1917, vol. I, cap. 19, p. 224 y ss.). En Madrid, donde también vivieron sus hermanos Antonio López Mergeliza, empresario del Teatro-Circo Price al menos en 1907, y Manuel, representante para España de una casa inglesa de tranvías eléctricos, estudió Ignacio bachillerato con los jesuitas y terminó en el Seminario de Ciudad Real, donde además concluyó la carrera de Magisterio. En la capital manchega, por demás, residía otro pariente suyo, el jefe regional del Partido Tradicionalista de Ciudad Real, Antonio Zoilo Vázquez y Mergeliza, fallecido en 1913. Vázquez había sido un periodista veterano, pues creó en 1872 El Legitimista Manchego y dirigió otro periódico de la misma tendencia carlista, El Manchego, fundado en 1886 por Álvaro Maldonado
Encontramos su firma por primera vez en 1887, polemizando a la cabeza de un escrito junto a otros jóvenes (Fernando Vázquez, los hermanos Segundo y Antonio Galán, Remigio Muñoz, Manuel Consuegra, Patrocinio Gómez, Ramón Chacón, Vicente Capilla y Justo Astilleros) en un artículo remitido a las páginas del diario católico de Madrid El Siglo Futuro (núm. 3767, 30-IX-1887, p. 2) contra una noticia de Las Dominicales del Libre Pensamiento, dirigido por otro manchego del que ya hemos hablado, Fernando Lozano Montes, con motivo de una noticia presuntamente inexacta sobre la falta de atención por parte de las enfermeras hermanitas de la caridad a un ateo moribundo en el hospital de Ciudad Real. En 1888 lo tenemos ya colaborando en el periódico decenal miguelturreño, de ideología carlista e integrista, seguidor de Ramón Nocedal, La Juventud Leal, con un artículo neocatólico en que, aunque fuese pecado, admitía la validez del matrimonio civil, según observa Las Dominicales, lo que no dejó de parecerle a este periódico demócrata muy curioso e incluso un grandísimo atrevimiento por parte de un seminarista en esa época (núm. 331, 23-II-1889, p. 4):


El matrimonio por sorpresa celebrado en Villanueva de la Fuente por el digno telegrafista Sr. Ayuso y la no menos digna maestra de la localidad, Sra. Bustamante, está levantando en la Mancha una polvareda tal, que ni la que levantaron los borregos alanceados por D. Quijote que la iguale.
La carcundia manchega, acostumbrada á cacarear en los periódicos, ya que no en campo raso como los carlistas navarros, viendo los cánones llevados á la picota por los dogmas, ha puesto el grito en el cielo, tronando y relampagueando en letras de molde contra los que se casan sin aprontar las pesetas de rúbrica en la vicaría.
Y como un periódico profesional de Ciudad Real, titulado La Enseñanza, aunque católico de la cabeza, libera á la buena de dios, haya osado amparar á los jóvenes y dignos consortes, dirigiéndoles una palabra de consuelo, un tal López, que es una especie de Cuasimodo de Seminario, más conocido de las damas que se ríen de la fealdad cuando resulta superlativa, por su segundo apellido de Margeliza, alborotado con la poca teología que ha podido digerir, se ha subido á la parra de un periodiquillo neo que se publica en Miguelturra con el nombre de La Juventud Leal y ha caído de golpe y porrazo sobre La Enseñanza, poniéndola de ignorantona y hereje que no hay por donde cogerla.
El sabio de Miguelturra reconoce -¡bueno es que vayan reconociendo lo que los excomulgados les hemos hecho el honor de enseñar!- que el matrimonio por sorpresa del Sr. Ayuso y la Sra. Bustamante, es válido! Alabado sea Dios, que por sentencia de un seminario queda graduado Constancio Miralta [pseudónimo del sacerdote y periodista José Ferrándiz, redactor de Las Dominicales y El Motín y defensor del matrimonio civil] de doctor en Teología. [...] ¡Ah, recomiendo al obispo de Ciudad-Real que Mergeliza le envíe de seguida una sobrepelliz que pueda servirle para predicar y taparse la cara y una pluma para que escriba sobre los matrimonios por sorpresa!

Como se verá después, habida cuenta de que se casó y tuvo cuatro hijos, estas ideas de Mergeliza anunciaban más de lo que podía parecer. Después redactó un periódico en Ciudad Real, Los Soldados de Cristo, impreso al menos entre 1889 y 1891. Ya con el título de maestro normal, fundó "en un pueblo de La Mancha", según dice en su autobiografía De mi ruta por América, una Academia de San Luis Gonzaga al estilo de las de Aragón, quizá en Miguelturra, quizá en Puertollano, ya que allí le encuentra José Nakens, el atrabiliario redactor de El Motín, quien lo mira, sin embargo, con harta simpatía por una hoja que imprime allí en marciales dodecasílabos en apoyo de los soldados que combaten en África, A los heroicos hijos de Puertollano que, por la honra de España, marchan á pelear contra la infiel morisma (1893). Estos versos introducen la composición:


Valientes soldados, corred al combate
que la patria ultrajada os llama a luchar.
El clarín de la guerra os dé sanos bríos,
con el cual al moro podáis derrotar.
(El Motín núm. 49, 14-XII-1893, p. 4)


En febrero de ese mismo año de 1893 nuere su madre Josefa Mergeliza, se casa al poco con Eleodora Manzaneque López  y en 1898 emprende un largo viaje por Hispanoamérica; en Montevideo estuvo nueve meses, enseñando en un liceo y colaborando en La Voz de España y El Bien Social; luego pasó a Buenos Aires (donde fue el primer párroco de la iglesia de Mar Chiquita, cerca de la costa), a Perú, a Bogotá (donde dirigió una escuela masculina hasta que dimitió por no estar de acuerdo con los libros de texto de historia que se usaban, sobre todo por el papel que daban a la España colonizadora). En 1900 está de vuelta en España, en Toledo, en cuyo periódico La Campana Gorda colabora el 25 de enero; luego vuelve a Paraguay y a México, ya en 1901, donde fue retado a duelo; hizo un viaje, no sé esta vez adónde; luego volvió otra vez a México en febrero de 1902; cuatro meses después remitió unas interesantes crónicas costumbristas a La Correspondencia de Madrid (empiezan en el núm. 16.165, 11 de mayo de 1902, pp. 5-6). En estas crónicas, aparte sus curiosas noticias, avisa de que está escribiendo un nuevo libro, Proyecciones luminosas, que pretende imprimir en Madrid. Acude al teatro y a los toros, a que era muy aficionado. En El Salvador estuvo entre 1902 y 1903, publicando sus impresiones ("La república de El Salvador", en Blanco y Negro, 6-VI-1903) y luego marchó  al Perú, donde obtuvo por oposición plaza de profesor en el Colegio Sancho Dávila de Lima y conoció al escritor Ricardo Palma; de allí fue con un amigo a Génova y a España otra vez. Según el Abc de 6 de febrero de 1906, dio esa tarde una conferencia en la Unión Ibero-americana de Madrid sobre la labor patriótica de los españoles residentes en América; un resumen de la misma se contiene en La Correspondencia Militar, (núm. 8679, 24-II-1906, p. 3):


Mejor que fijarnos en África donde nos amenazan peligros y disgustos y de cuyas regiones podemos sacar poco de bueno, debemos tender la vista a aquella América hermana donde tenemos los corazones siempre dispuestos al cariño y los brazos abiertos para recibirnos. Algo hay allá que combatir, pero depende de nuestros compatriotas. La levadura de los emigrados políticos que pertenecieron a los grupos republicano y carlista aún mantienen allí vivo un espíritu de discordia y antiguos enconos que ya aquí no existen, que perturban los intereses de los españoles y hasta suelen comprometer a aquellos países hospitalarios. Esto es preciso que desaparezca. Las correspondencias poco meditadas y los artículos no muy discretamente redactados de algunos corresponsales que tienen los periódicos hispanoamericanos en nuestra patria hacen mucho daño y es necesario que se remedie.


La conferencia tuvo mucha repercusión en la prensa y fue publicada en la revista de la Unión Iberoamericana. Mergeliza se estableció por fin en Puerto Rico, donde ejerció como profesor de Filosofía (desde 1915 en la Escuela Superior José de Diego de San Juan); allí se prodigó como periodista, hasta el punto de que Fernández Juncos lo tuvo por muy fecundo en su historia de la literatura puertorriqueña; volvió tres veces a España, pero murió en San Juan. Escribió dos libros de viajes muy autobiográficos, De mi ruta por América, o, andanzas de otro manchego (San Juan de Puerto Rico: Cantero, Fernández & Compañía, 1926) y De Puerto Rico a España: Crónicas de viaje, San Juan: Cantero, Fernández & Co., 1922, con prólogo del poeta, periodista y pedagogo Manuel Fernández Juncos; estos libros hay que ponerlos en paralelo con otros libros de viajes de autor manchego por América, como los de de Antonio Heras o incluso no manchegos, como los del novelista y asesino ocasional Alfonso Vidal y Planas.
Mergeliza se sitúa como narrador dentro del Naturalismo con la novela corta El solterón vencido: novela de ambiente local, (San Juan de Puerto Rico: Imprenta Venezuela, s. a., pero 1929. Antes publicó Páginas (San Juan de Puerto Rico, s. a., pero 1926) con prólogo del médico, escritor, periodista, académico y director del Ateneo portorriqueño y de la Escuela Superior José de Diego Manuel Quevedo Báez. 


Mergeliza se definió como un escéptico que no votó una sola vez en toda su vida[8]

Ciertas ideas filosóficas, políticas y sociales son para mí como las llamadas coplas del insigne Calaínos. Y esto viene a cuento porque en mi larga proscripción voluntaria por tierras y mares de América he sabido apreciar, en su justo valor, lo que dan de sí los fastuosos ideales de la vida. El lirismo es mercancía que se presta a jugosa explotación y deja las cabezas hueras y los pies cansados. Cierto es que alguien se beneficia de la alegre trompetería y saca la tripa de mal año. De mi ruta por América, o, andanzas de otro manchego (San Juan de Puerto Rico: Cantero, Fernández & C.ía, 1926, p. 23.

            Este al parecer feo y viajero sacerdote escribe con gracia, amenidad e independencia; su estilo es tan económico y directo como el barojiano y, por tanto, muy moderno; es un observador sagaz, que percibe, por ejemplo, la manipulación que hace Estados Unidos de la política centroamericana. En España publicó, entre otras obras, La educación laica (Ciudad Real, 1888) y El voto de un pueblo a Nuestra Señora de Gracia: patrona de Puertollano. Tradición religiosa y en verso (Ciudad Real: José María Vera, 1893). 

El ya citado pensador carlista y ultracatólico Manuel Polo y Peyrolón (Cañete, 1846 – Valencia 1918) fue un costumbrista en la línea de Fernán Caballero y cultivó la narrativa corta y por entregas: Costumbres populares de la sierra de Albarracín: cuentos originales (Barcelona: Tipografía Católica, 1876, 3.ª ed.); Los Mayos: novela original de costumbres populares de la Sierra de Albarracín (Madrid, 1878), Sacramento y concubinato, novela original de costumbres contemporáneas (Valencia 1884); Manojico de cuentos (1895), Solita o amores archiplatónicos (Valencia 1886), Quien mal anda, ¿cómo acaba? (Valencia 1890), Los maños, novela de costumbres aragonesas, 1908. Todas estas novelas fueron muy reimpresas e incluso algunas en la Revista Católica de Nuevo México. Mantuvo veintitrés años de correspondencia con el gran narrador José María de Pereda, y también con Marcelino Menéndez Pelayo y Emilia Pardo Bazán.

El fundador de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Saturnino López Novoa (Sigüenza, 1830 – Huesca, 1905) escribió una Regla de vida espiritual (1890) primeramente redactada en 1869 y que lamentablemente permanece manuscrita e inédita. Tiene su lugar aquí por su carácter autobiográfico y su excelente y concisa prosa, que luce en su más alto grado la mayor cualidad de un estilo, la precisión, amparada con una elegancia y aticismo fruto del asiduo comercio con los clásicos grecolatinos.

Otro místico, pero por el otro lado, el anarquista histórico Anselmo Lorenzo Asperilla, compuso, levantándose sobre el precedente de Ayguals de Izco, una novela social, Justo Vives (1892; reimpreso en Buenos Aires sin año con una biografía del autor); Tras el prólogo de Josep Llunas en defensa de una “literatura obrerista”, viene la narración, protagonizada por un carpintero que se transforma en líder sindicalista y al que su novia burguesa deja por un tenorio que la abandona; el final feliz es una boda civil en el Registro Natural de la Sociedad de Carpinteros. Para Lorenzo la literatura tiene un valor propagandístico y su lugar es la cárcel o el momento en que es imposible la acción; su función es dar mayores fuerzas a todos “para dedicarse al trabajo redentor que ha de apresurar el advenimiento de la suspirada revolución social” (p. 85). Su cuento utópico Amoría (1902) relata la creación de una comunidad anarquista feliz en una isla tras el naufragio del vapor “Malthus”.

Joaquín Tomeo escribió algunas novelas históricas, como Medynat al Zohrah; ó, La hija de las flores. Leyenda árabe, Zaragoza: Imprenta de Vicente Andrés, 1859 o Gil de Mesa, primera parte (Zaragoza: Imprenta de Vicente Andrés, 1860).[9]

Las novelas de Octavio Cuartero y Antonio Rodríguez García-Vao (Manzanares, 1862 - Madrid, 1886) pueden considerarse muy influidas por Pérez Galdós; como la Orbajosa de este autor, se inventan ambos poblaciones que ejemplifican los defectos morales y sociales que contemplan en toda la sociedad manchega. Cuartero en Polos Opuestos (1885) crea Vallepodrido; García-Vao en El Monaguillo (1887), Villazares (probable trasunto de Manzanares); Cuartero, que no evita mencionar nunca los ejemplos de virtud, valor y honestidad, termina rindiendo el plato de la balanza a un cuadro definitivamente sórdido y de denuncia, que luce mucho más gracias a su excelente estilo:

La venerable figura del sacerdote ejemplar, entregado a obras de piedad y de misericordia, al lado de tal cual clérigo que no ha dejado la hostia cuando empuña la escopeta, Lucifer de los montes que compite con la jauría de la raza más pura, y pega un balazo a un mosquito y clava los plomos a donde pone la vista; el desventurado maestro de escuela que apura, no diremos la hiel y vinagre, pero sí las heces del brebaje elaborado con la baba de todos los menosprecios de un alcalde, de todas las insolencias y mofas de los señoritos y las burlonas admoniciones de los papás, que han logrado ponerse de acuerdo con la civilización en condenar los castigos corporales, por si pudiera infligirlos aquella malva, mezcla de necesidad y de hombre, que bajo el mugriento gorro de dómine ciñe la corona del mártir (p. 4-5).[10]

Igualmente, García-Vao, seguramente algo influido por Cuartero, trata de un pueblo manchego donde el queso y el vino “harían las envidias de Teócrito”, pero “donde nunca faltó sueldo a los curas y siempre faltó a los maestros”  y sólo hay “dos escuelas y cinco iglesias”; allí un sacerdote, víctima de las habladurías que despierta la buena acción que hace recogiendo a una mujer, decide colgar la sotana y marcharse con ella a América. La novela de Cuartero se precede de un largo prólogo donde teoriza sobre la novela; partiendo de Cervantes, se muestra partidario del justo medio y se sitúa equidistante entre el Naturalismo cristiano y el radical, declarando su voluntad de ser fiel sólo a la verdad sin llegar a extremos de mal gusto vituperables.

Ya hemos hablado de Alfonso García Tejero como ensayista y poeta; cumple ahora tratarlo como narrador. Publicó extensas novelas históricas pane lucrando en revistas como, pero sin duda alguna se sentía más a gusto como poeta narrativo que mezclaba prosa y verso y distintos géneros en ambientes más populares e incluso marginales alejados del cartón piedra; su obra maestra al respecto es sin duda alguna El pilluelo de Madrid, (1844) dedicado a Wenceslao Ayguals de Izco y publicado en tres tomos por una sociedad literaria (I: El pilluelo de Madrid. Sombras chinescas. La flor de Castilla (Historieta) 1.ª a 3.ª partes. II: La flor de Castilla, 4.ª parte. La vega de Toledo (Poesías). Letrillas. Cantos lúgubres. III: Historia de mi discípulo Mendruguillo. Sombras chinescas. Letrillas. Martirios y delirios Poesías).  La obra tuvo tanto éxito que se reimprimió varias veces, y toma la forma miscelánea que tanto gustaba al autor, un romántico verdadero en fondo y forma.

 Muy distinta es la obra narrativa y polémica de Trifón Muñoz y Soliva (1811-1869) Aventuras de Rustico Di-mas de Quincoces. Este librote es un retozo satirico estrafalario por los alcaceres de la epoca revolucionaria (Madrid: Imp. de D. José Félix Palacios, 1844). Se trata de una parodia del Quijote que pretende ridiculizar los ideales liberales y jansenistas desde la óptica de un carlista convencido, uno de los pensadores importantes de este movimiento. [11]

Luis Esteso y López de Haro (San Clemente, 1881 – Madrid, 1928) fue ante todo un cómico, como lo definió Cejador; conoció bien el mundillo del teatro ambulante y la bohemia, a las que dedicó sus novelas La vida cachonda. Memorias de una cupletista  (1915) y El pequeño derecho: novela amatoria de cupletistas, poetas, músicos y danzantes (Madrid: Juan Pueyo, s. a., pero 1918), que habría que emparejar con las del famoso Álvaro Retana. También de esta inspiración, pero más inclinadas a las novelas verdes de Joaquín Belda, son Bacará y treinta y cuarenta (Madrid: Juan Pueyo, 1920), La lujuria (Madrid: Juan Pueyo, 1920), La vanagloria (Madrid: Juan Pueyo, 1921) y La que todo lo dio (Madrid: Juan Pueyo, 1921). 


Como artista cómico de variedades tuvo un éxito inmenso, comparable al de Vital Aza, y fue muy popular en los teatros Maravillas y Romea; cultivó todos los géneros y compuso numerosos couplets y libros de chistes (el más recopilatorio, Siete mil chistes originales y arreglados para recitar en el teatroMadrid: Páez, 1927) y monólogos cómicos (Todos los monólogos de Esteso, Madrid: Páez, s. a., pero 1927) algunos de los cuales fueron grabados de viva voz en el Archivo de la Palabra; a veces se inspiran en hechos polémicos de la actualidad, como por ejemplo El crimen de Cuenca. Incluyó algunas de sus poesías cómicas en La reata humana (Madrid: Juan Pueyo, 1911). Lector compulsivo, llegó a ser un notable erudito y desbordó su afán de recopilador de literatura cómica tradicional yendo a buscar los mismos fundamentos del humor en nuestros clásicos, con lo que se transformó en un gran conocedor de los mismos, a los que incluso editó (Torres Villarroel, cuyas    Andanzas y visitas con Quevedo por Madrid reeditó; Saavedra Fajardo, Moratín, Cadalso…). Al respecto tiene un especial interés su librito de viajes El nieto de Don Quijote. Andanzas y correrías por algunos pueblos de España en colaboración con Cervantes, Antonio de Guevara, el Arcipreste de Hita, Gil Polo, Quevedo, Rojas Villandrando, Enríquez Gómez, José de Acosta y otros ingenios; en el que se demuestra que el "Falso Quijote" lo escribió Lope de Vega (Madrid: imp. de Pueyo, s. a., pero 1918) pero mejor en la segunda edición incluida en Viajes por España. Viaje cómico. El nieto de Don Quijote. Viaje de placer, Madrid: Luis Santos s. a., pero 1930). Hizo mucho teatro cómico breve, para el que estaba muy dotado; se puede encontrar bastante de él en su Teatro fácil: diez y seis sainetes, entremeses y juguetes cómicos de dos hombres y dos mujeres, en verso y prosa, representados con buen éxito (Madrid: J. Pueyo, 1923); en general, satiriza las modas, en particular la que llama "monomanía torera" y rivalidad entre Joselito y Belmonte, así como la adicción a los medicamentos y pastillas, algo inédito en la época. En otras ocasiones se muestra costumbrista, en la mejor tradición madrileñista y picaresca (llegando a recuperar piezas inéditas de nuestro teatro, como el entremés anónimo Pancho y mendrugo, Madrid: R. Velasco, 1915) pero procura renovar los ambientes incluyendo algunos nuevos como el tren o la consulta de un médico. Otra dirección de su teatro es la sistemática parodia de las piezas de alta comedia de Jacinto Benavente, al estilo de Granés (Los intereses mal creados: derivación de la Ciudad alegre y confiada, en prosa y verso, Madrid: R. Velasco, 1916, y otras).

El krausista Nicolás Ramírez de Losada (Casarrubios del Monte, 1817 - 1885),[12] periodista satírico conocido por su pseudónimo “Barón de Illescas”, escribió algunas novelas interesantes por su ambientación social, como Los caballeros de industria. Arcanos de Madrid (1856, 2 vols.), en que trata sobre cómo los cesantes de clase media, que hoy llamaríamos parados (o detenidos), van transformándose, por obra de la presión de los usureros, primero en gramáticos pardos, luego en timadores, después en estafadores y, por fin, en ladrones, de forma que llegan a introducirse incluso en la mismísima alta sociedad.

Cuando D. Buenaventura volvía y revolvía en su acalorada cabeza mil y mil proyectos para libertarse de la miseria a que con su lindísima mitad se veía reducido, esta no se descuidaba tampoco, aunque no adelantaba nada en sus investigaciones; como el estado de su erario era muy parecido al de nuestro tesoro público, fue preciso recurrir al crédito y comenzar a comer de prestado. Lo mismo sucedía en cuanto a vestirse, necesidad tan imperiosa en Madrid que no sé qué será peor para cualquiera: si llevar el estómago vacío, o el frac roto. Con este motivo la esposa de Ramales, por medio de una amiga suya, conoció a Mr. de Cavechani, célebre prendero y usurero italiano que fue el que alquiló a Doña Aurelia el traje de terciopelo con que ya la hemos visto descender de su buhardillón y algunas otras prendas de vestir con que esta lindísima mujer se lanzaba al gran teatro del mundo. (I, p. 53-54)

La novela tuvo cierto éxito y conoció dos impresiones más, en 1863 y 1864. No he podido encontrar otra de las novelas del autor, Crónica del presente siglo. Si la veis por ahí, echadle un galgo, hacédmelo saber y no perdáis la ocasión de fotocopiarla.

Jicotencal (Filadelfia, Imp. de Guillermo Stavely, 1826, 2 vols.) fue la primera novela histórica publicada en español en América y una de las primeras publicada en lengua española. Aunque su autor es anónimo, he demostrado hasta la evidencia en mi tesis doctoral que su autor es el ciudarrealeño  Félix Mejía. Deben descartarse los prudentes argumentos de Alejandro González Acosta,[13] inclinado a creer que podría ser obra del poeta cubano José María de Heredia y que podrían utilizarse incluso para probar mi propia aseveración. Mejía utiliza textos en sus obras que se contienen también en el Jicotencal, y hay alusiones autobiográficas e incluso particularidades de lenguaje que sólo se encuentran en sus textos. Por otra parte, la evidente segunda lectura política de esta novela tiene que ver con la pretendida por Mejía en el sentido de advertir contra una presunta invasión de la Santa Alianza del continente americano como había hecho dos años antes en La muerte de Riego. Nada semejante puede argüirse de los demás autores propuestos para explicar este enigma bibliográfico, desde Félix Varela a José María Heredia; el anonimato se debe simplemente a la venta de la obra a su médico, Fréderick Huttener, cuyas atenciones debía pagar, como especifica el contrato de impresión del libro, y al hecho de que ya entonces Mejía se planteaba emigrar a las Provincias Unidas de Centroamérica, pues no podía dirigirse a México debido a que los españoles iban a ser expulsados de allí; le convenía, además, no aparecer como autor de una obra favorable a México debido a las tirantes relaciones que entonces mediaban ente ambas repúblicas con motivo de la irresuelta cuestión de la pertenencia del estado de Chiapas. Además, Mejía había utilizado esa misma imprenta para dar a luz casi todas sus otras obras.

La novela, de fuerte sabor dramático y dividida en seis libros, se inspira en la Historia de la conquista de México (1684) de Antonio de Solís y en la Historia de las Indias del padre Bartolomé de las Casas,[14] cuyos textos se llegan incluso a transcribir parcialmente. Cuenta la conquista de la República de Tlascala por el monárquico Hernán Cortés y la muerte del caudillo indígena Jicotencal el Joven y su amada Teutila, alternando las intrigas políticas de Cortés y el traidor Magiscatzin con las historias amorosas de doña Marina, Cortés, Diego de Ordaz y la pareja formada por Teutila y Jicotencal. La trágica obra tiene su paralelo en otras obras de tema americano de Mejía; el personaje de Jicotencal el Joven es idéntico al de Hatuey, otro héroe indígena víctima de los españoles en la isla de Cuba, cuya historia  canta Mejía en su poema Aquí reposa Hatuey, que utiliza una fuente similar a la de Jicotencal, Las Casas. La religiosidad de la obra es el deísmo de la Ilustración; los tlascaltecas creen en la religión natural del Ser Supremo; en cuatro ocasiones que los indígenas polemizan con fray Bartolomé Olmedo a propósito de la religión resulta el fraile cómicamente derrotado al defender el Catolicismo. Rechazando ese Dios incomprensible, los tlascaltecas están también rechazando el Antiguo Régimen y la tiranía que les quiere imponer Cortés con las artes venidas del Viejo Mundo, las artes de Maquiavelo. Los indios de Mejía son unos buenos salvajes que, sin embargo, se expresan igual que Bruto en el Senado Romano y que los pomposos indios de Ercilla. 

Todas las naciones han tenido épocas de gloria y de envilecimiento y algunas veces han pasado de uno a otro de estos extremos con tanta rapidez, que al volver una página de su historia le parece al lector que se le habla de otro siglo y de otro pueblo. El filósofo que examina con imparcialidad estos grandes sucesos, encuentra su causa en el influjo que ejercen sobre los pueblos las virtudes o los vicios. Así el sabio y anciano Jicotencal que vio en el crimen de Magiscatzin el primer síntoma que amenazaba a la salud de su patria, dirigió su atención y sus esfuerzos a reanimar las virtudes públicas y a paralizar la corrupción de los vendidos al interés particular, haciendo para esto los más sensibles sacrificios.
—En la triste y crítica situación de nuestra patria —decía a su hijo—, debemos aspirar a que los insultos que se cometen contra las costumbres por una soldadesca desenfrenada, y las traidoras artes de los pérfidos que tan indudablemente protege el general de esos extranjeros, se oculten cuanto sea posible al honrado pueblo de Tlaxcala, porque los malos ejemplos son contagiosos. En el ínterin estemos alertas para atacar la facción patricida en el primer momento de su flaqueza; contemporicemos con el respeto que aparentan todavía al decoro público; quejémonos con dulzura de los atentados, suponiéndolos hechos particulares, sin acusar de ellos a sus valedores y fortifiquemos nuestro partido, conservando los que la honradez tiene todavía bajo las banderas de la patria. Éstos forman aún la mayoría de la nación y si como yo pienso los extranjeros intentan penetrar en los estados de Moctezuma, les ofreceremos un ejército auxiliar con el que les ayudaremos si son fieles a sus tratados, o los batiremos si nos faltan a ellos Esta medida se hace tanto más necesaria cuanto que como ves, ya comienza el jefe a querer oprimirnos. A la verdad, él quisiera reprimir las licencias de sus soldados, porque los grandes ambiciosos quieren ser los únicos que no conozcan freno ni medida; pero, hijo mío, esto es imposible, a un jefe si no da él mismo el ejemplo. La manera con que recibe a nuestros amigos y vecinos que vienen a brindarle con su alianza, parece mas bien de un soberano que admite el homenaje de sus vasallos, que de un aliado al que se ofrece una amistad franca e igual (Jicotencal, libro III)

Hernán Cortés es un revoltijo de crueldad, fanatismo, intolerancia y codicia, pero representa sobre todo el viejo orden de cosas que Mejía dejó atrás en el Viejo Mundo. En ese sentido, no se trata de una novela al estilo de las de Walter Scott, por más documentada que haya procurado estar, ya que no reproduce una cosmovisión indígena verosímil: sus paralelos inmediatos son las novelas pseudohistóricas del siglo XVIII francés y español, como por ejemplo Los incas de Marmontel o el Rodrigo de Montengón, aunque desde luego Jicotencal representa un notable avance sobre estos modelos. La obra tuvo un gran éxito; fue reseñada en inglés por el hispanófilo William Cullen Bryant y suscitó versiones teatrales mexicanas: un eco inmediato de la novela puede encontrarse en las obras sobre el héroe tlaxcalteca escritas para el concurso de obras teatrales que se celebró en Puebla en 1828: Xicohténcatl, tragedia en cinco actos de José María Moreno Buenvecino, fue quizá la más destacada, y entre ellas se contaron también Teutila, de Ignacio Torres Arroyo, y Xicoténcal, de José María Mangino (véase D. W. McPheeters «Xicotencal, símbolo republicano y romántico», en Nueva Revista de Filología Hispánica, X, núms. 4-5, 1956, págs. 403-411). 
El personaje llamó la atención también fuera de México, como permite comprobar el romance «Xicoténcal» (1838), del cubano Gabriel de la Concepción Valdés («Plácido»). Incluso llegó a escribirse una réplica novelística española nacionalista de Salvador García Baamonde, Xicotencal, príncipe americano, publicada en Valencia en 1831, que ha vuelto a reimprimir junto con el Jicoténcal del manchego el ya citado González Acosta. Muy poco se sabe sobre este autor, salvo lo que he podido indagar yo y que he reflejado en un mísero wiki. Es lo que sigue:
Salvador García-Baamonde o Bahamonde fue de ideología conservadora, absolutista; una persona con su nombre ejerció como prestamista en Madrid al menos en 1838, cuando la contribución extraordinaria de la primera guerra carlista lo dejó en descubierto (Diario de Madrid, núm. 1162, 1-VI-1838, p. 2); durante el Trienio Constitucional parece que estuvo viviendo en Cartagena, y tal vez por eso conoció a Félix Mejía como uno de los socios de la Sociedad de los Virtuosos Descamisados de esa ciudad. Fue uno de los primeros en cultivar el género de la novela histórica en España, defendiendo siempre la gloria y honor de su misión histórica, por ejemplo, en Xicotencatl (1831), donde, al contrario que Félix Mejía en Jicotencal (1826), enaltece la figura de Hernán Cortés. Por demás, sus conocimientos históricos y geográficos eran muy pobres, de forma que incurrió en pintorescos anacronismos. Escribió una Alocución poética en celebridad del día de nuestro Augusto Soberano El Sr. D. Fernándo septimo (q. D. g.) Recitada en el Teatro..., Cartagena: R. Puchol, 1824; El templo de la Paz ó el vaticinio: Dráma heróico alusivo á la union de los españoles Cartagena: Ofic. de R. Puchol, 1824; Los Solitarios, ó desgraciados efectos de una guerra civil, novela histórica del siglo XVI. Valencia, Imprenta de J. de Orga, 1831; Xicotencal, príncipe americano: novela histórica del siglo XV (sic), 1831; Julio y Carolina, ó la fuerza de la gratitud: Comedia en cinco actos, Valencia, [s. n.], 1831; Los Árabes en España, ó Rodrigo, ultimo rey de los Godos: Novela historica del siglo VIII. Valencia: Imprenta de José de Orga, marzo de 1832; Rodrigo, ultimo rey de los godos: drama original español en variedad de metros, dividido en tres jornadas y siete cuadros, Impr. Sanchiz, 1839.

NOTAS



María Jesús García Garrosa, “Trigueros traductor de Mercier: sobre el origen de un relato de Mis pasatiempos”, en VV. AA., El siglo que llaman ilustrado. Homenaje a F.º Aguilar Piñal, coord.. por  Joaquín Álvarez y José Checa, Madrid: CSIC, 1996, p. 391-397.


Pedro Álvarez de Miranda,  “El Viaje de un filósofo a Selenópolis (1804) y su fuente francesa”. Actas del XIV congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas III. New York: Juan de la Cuesta, 2004, pp. 43-53.


“Introducción” de José Carlos Martínez García a su edición de la obra (Paipérez Ediciones, 2007); para más detalles, léase la misma.

      
[7] Fue redactor de El Clamor Público y colaborador del Semanario Pintoresco y La Ilustración Española y Universal; tradujo Lo verdadero, lo bello y lo humano de Cousin (Madrid, 1847) y compuso la Biografía del Dr. D. Nicolás Heredero y Mayoral, autor del libro El perfecto latino que fue su primera obra publicada y puede leerse en las Noticias del elocuente orador D. Nicolas Heredero y Mayoral, catedratico de elocuencia en la Universidad de Alcala de Henares, y algunos de sus escritos de Joaquín Gómez de la Cortina, Marqués de Morante (Madrid, 1868). Su hermano Gregorio estaba casado con una de las hermanas de Julián Sanz del Río y su hermano Agustín, nacido en Illescas, fue alcalde. 
      
Alejandro González Acosta, El enigma de Jicotencal. Tlaxcala: Instituto Tlaxcalteca de Cultura, 1997.
      
Mejía la conocía fragmentariamente por lo que de ella transcribe Juan Antonio Llorente en su Colección de las obras del venerable obispo de Chiapas, don Bartolomé de las Casas, defensor de la libertad de los americanos, París: Rosa, 1822, 2 vols. 

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