miércoles, 5 de octubre de 2011

Historia del teatro manchego del siglo XIX y Bibliografía



TEATRO

Casi nada hay publicado sobre teatro manchego en su conjunto, cuanto más del XIX. Al margen de las ciudades más importantes, subsistía una cierta red de teatros locales, sumamente deteriorada por su uso múltiple para otras funciones, ya que con frecuencia se utilizaban para representaciones de aficionados. Al respecto habrá que recordar la pieza a la que asistió Alfonso García Tejero en Alcázar de San Juan y que describe en su Biblioteca de un ciego, que, no por cómica, deja de aparecer como veraz,[1] o la penosa pero poética descripción que de los comediantes de la legua ofrece Ceferino Palencia en sus Cosas de mi vida (1909). 
Aquí sin embargo me limitaré a elaborar un primer esbozo de canon para la literatura dramática regional de este periodo. El primer tercio, que corresponde al reinado de Carlos IV y Fernando VII, está dominado por los autores neoclásicos; la segunda edición de la Poética del aragonés Luzán (1789) y los discursos Sobre la Tragedia (1793) y Sobre la Comedia (1794) del helenista, censor y editor daimieleño Pedro Estala, quien no oculta el origen social y democrático de la primera, han influido mucho y las tres unidades se van imponiendo, por más que sigan triunfando aún los autores del teatro popular.
Del toledano de Orgaz Cándido María Trigueros, primer dramaturgo neoclásico de algún contenido social, se publica al año de su muerte en Barcelona su tragedia ambientada en China El Viting (1799; y en el mismo lugar por Pablo Piferrer en 1819) y tres años después su satírico Teatro español burlesco o Quijote de los teatros (1802).[2] Uno echa de menos, pese al gran acercamiento de Francisco Aguilar Piñal, un estudio más profundo sobre este autor, propietario de una de las mejores bibliotecas particulares de su tiempo; sin duda el hecho de no contar con amigos en Madrid le supuso un ostracismo que no merecía y que en cierto modo perdura aún hoy, cuando autores que hicieron muchas menores cosas que él son mejor vistos.
La representación de los cinco actos de El Viting, compuesta en 1768, fue prohibida en 1770 por contener un tiranicidio. Respeta las tres unidades aristotélicas y además la cuarta que añadieron los franceses, la de estilo. En su prólogo el autor afirma que “el hecho o acción de esta tragedia es sacado de una historieta italiana manuscrita, que se dice traducida del lenguaje chino y trata de la destrucción de la familia o dinastía Ming por los tártaros, hoy dominantes en China”. Viting se debate entre el deber y el amor, entre la fidelidad a su padre el emperador y el amor que siente por la princesa tártara Taicún, y terminará muriendo. Su exotismo y los vistosos decorados que señalan las acotaciones debían contribuir al éxito de la obra. 
Por otra parte, el muy ilustrado obispo Judas José Romo Gamboa,[3] que llegaría a cardenal, imprime su Libia o la conjuración contra Viriato (Madrid, Imprenta de Fuentebro, 1816), introducido por un interesante y polémico prólogo en que elogia a Moratín, a quien sitúa en la comedia no ya por encima de romanos y griegos, sino incluso de Molière. En la tragedia le parece el menos malo Cienfuegos, aun “lleno de metáforas gongóricas, de voces prosaicas, de francesismos, y de locuciones tan extravagantes que bastarían para desacreditar a cualquier otro que no fuera miembro de la Real Academia Española”. Es más, su estilo es “vicioso no sólo por lo metafísico, sino por lo incorrecto, lo duro, lo hinchado y lo confuso de sus locuciones”. Respecto a Quintana, califica a sus piezas de “mezquinas, incorrectas y frías” y ataca a su admirador Munárriz, según él un mal crítico por los fallos filológicos que halla en sus trabajos de cervantista. En cuanto a la pieza es una tragedia en cuatro actos que trata sobre la conjura contra Viriato y respeta las unidades; está situada en Carmona y se sirve de endecasílabos de rima consonante, algo extraño cuando eran más comunes los asonantados.
El ya citado Antonio Marqués y Espejo compuso con habilidad tres piezas originales que conocieron mucha difusión: Amor y virtud a un tiempo (1816), estrenada en el teatro de Valencia a beneficio de Josefa García, segunda actriz, La recompensa del arrepentimiento (1816), representada en Valencia por la Compañía de Teatro de la ciudad a beneficio de Alfonsa Merino, sobresaliente de primera dama, y Los compadres codiciosos (1826), representada en Madrid por la compañía de Rueda. También sus adaptaciones teatrales del francés fueron muy aplaudidas: la ópera El aguador de París (1802) se representó en varias ocasiones entre los meses de julio, agosto y octubre en el Teatro de los Caños del Peral de Madrid, e igualmente ocurrió un año más tarde con Matilde de Orleim, desde la obra homónima de Madame Cottin. Miss Clara Harlove, (Madrid; imprenta de la Viuda de Ibarra, 1804) es una adaptación desde la pieza francesa de Née de la Rochelle Clarissa Harlove (1786) sobre la novela de Samuel Richardson, pero en verso, no en prosa. De la destreza teatral de Marqués da fe que haya más acción que en el original y se eliminen personajes secundarios.
En cuanto al abogado ciudarrealeño Félix Mejía, en este primer tercio hay que señalar su creación durante el Trienio Liberal (1820-1823) de un peculiar género dramático, con precedentes en el teatro antinapoleónico de la Guerra de la Independencia: la pieza de figurón político, que no podía estrenarse, sino publicarse, por obvias dificultades de censura. La mayoría de las que compuso, bien solo bajo el pseudónimo de “El maestro Tirso de Molina” o en comandita con su socio Benigno Morales, fueron publicadas en El Zurriago (1821-1823), el más importante de los periódicos exaltados de esa época, y en La Tercerola, semanarios que dirigía, para ridiculizar a los absolutistas (la familia real, José Martínez de San Martín, ridiculizado con el sobrenombre de “Tintín”), a los liberales moderados (Evaristo San Miguel, ridiculizado como “Gorrete”) y a los miembros de la Sociedad del Anillo (Francisco Martínez de la Rosa, a quien se dio el sobrenombre de “Rosita la Pastelera”), así como para ensalzar el papel del pueblo como administrador de la verdadera soberanía nacional. Las victorias de Tintín y asombro de entrambos mundos, (1821) Diálogo entre Zascandil y Tintín de Navarra (1821), El sepulcro espantoso o La sima profunda  (1821), Los caballeros anilleros (1822) y La pastelería (1822). Entre todas estas resulta especialmente interesante El sepulcro espantoso, porque se burla del Romanticismo cuando todavía no había eclosionado teatralmente en España; Mejía conocía bien sus teorías porque era amigo de uno de los polemistas que se enfrentaron con Nicolás Böhl de Faber en Cádiz, José Joaquín de Mora, con quien había redactado El Constitucional. Correo General de Madrid, aparte de haber estado en Cádiz por la época en que se levantó la polémica.
Mejía fue, además, uno de los pocos dramaturgos manchegos que teorizó sobre el drama, en una serie de artículos aparecidos en el Faro Yndustrial de La Habana.[4] Su carrera dramática, sin embargo, tuvo que desarrollarse en la emigración norteamericana, guatemalteca y cubana a causa de sus ideas de peligroso liberal exaltado, miembro del ramal carbonario de la Comunería. Publicó primero algunas traducciones y refundiciones de obras en Filadelfia desde el francés y el inglés; su primera obra original extensa fue la tragedia No hay unión con los tiranos, morirá quien lo pretenda, o sea, La muerte de Riego y España entre cadenas (Filadelfia, 1824), una obra ideológicamente muy importante que mereció una segunda edición dedicada a Simón Bolívar (México, 1825); dramatiza la prisión, la parodia de proceso legal que sufrió el reo y su ejecución final, enalteciendo justamente al héroe y sus ideales y no ocultando las causas del fracaso de la revolución. También en Filadelfia, y para agradecer la hospitalidad de los estadounidenses y de la masonería bonapartista cuando vino a Filadelfia el general Lafayette, escribió Lafayette en Monte Vernon, (1825) pieza en dos actos que fue traducida al inglés por el abogado Chauncey Bulkey en ese mismo año y donde se recuerda la Guerra de la Independencia norteamericana en términos que parecen evocar la de la Independencia española, comparando las figuras heroicas de George Washington y del general francés que le ayudó desde la perspectiva de un soldado veterano ya anciano que acude a los festejos. Se proclama en esta obra un principio esencial del derecho natural según Thomas Paine:

Los resultados ya nos manifiestan
la falacia de aquellas teorías
que en obsequio de déspotas enseñan
que no pueden los hombres hacer leyes
por sí mismos y darles obediencia
al mismo tiempo. ¡Infames impostores
los que tales doctrinas esparcieran
a fin de alucinar a los incautos!
Lo contrario acredita la experiencia:
vengan a ver felices a estos pueblos
que hacen sus leyes y a ellas se sujetan.

Las leyes deben renovarse, pues sirven a hombres vivos, no a hombres muertos: las tradiciones, pues, tienen fecha de caducidad. Pero Mejía ya pensaba abandonar los Estados Unidos y marchar a Guatemala para auxiliar con su pluma la revolución liberal que en el país iba a acaudillar el presidente Mariano José de Gálvez. Allí publicó un melólogo impresionante, La Pola, (1828) donde describe los últimos momentos de la heroína de la independencia de Colombia Policarpa Salavarrieta, y que termina con una frase anagrama de su nombre: “Yace por salvar a la patria”. Resulta curioso comprobar el profundo conocimiento que tiene Mejía de los movimientos revolucionarios hispanoamericanos:

Los manes de Tupac[5] y de Atahualpa,[6]
de Amaru,[7] de Muñecas[8] y de Angulo,[9]
víctimas inmoladas por la fiera
implacable segur del despotismo,
venganza en torno de Colombia claman,
guerra a muerte publican, mas sus gritos,
sus lúgubres clamores por la patria,
de pocos colombianos son sentidos.
Al grillete y cadenas avezados,
en la muelle quietud desfallecidos,
al azote infamante resignados
que descarga sobre ellos brazo impío,
del beleño mortífero embriagados
que la superstición y el fanatismo
les propina, a las voces imperiosas
del deber han cerrado los oídos
y desconocen del honor las leyes,
lo que a la patria deben, y a sí mismos.

Los dramas más perfectos y elaborados de Mejía se verán sin embargo en España. Tras estrenar algunas obras en La Habana, algunas de ellas desgraciadamente perdidas, marchó a España y en Madrid estrenará La Suiza libre o Los carbonarios   (1846)  drama histórico sobre la historia de Guillermo Tell; no sabemos si llegó a estrenarse Pulgar el de las Hazañas, sobre el héroe ciudarrealeño de la Guerra de Granada, en que se puede hacer una lectura contemporánea a favor del convenio de Vergara: hay una versión manuscrita y una adaptación realizada por Antonio de Cereceda e impresa en Ciudad Real (1849). No creo ya que la zarzuela La batalla de Bailén, (1850) con música de Oudrid, Gardyn y Gondois  sea de Mejía, ni la deliciosa comedia en prosa Música y versos o La Casa de huéspedes, representada en el Teatro del Instituto Español de Madrid en febrero de 1852, e impresa por Vicente de Lalama el mismo año. Creo que más bien habría que atribuirlas a Francisco de Paula Montemar, aunque puede sostenerse con algunos argumentos mi primitiva opinión. Inédita y manuscrita quedó Pizarro y los peruanos, una comedia que defiende el mestizaje cultural y la tolerancia y que también se encuentra entre lo mejor de Mejía.
En cuanto al reinado de Isabel II, Hartzenbusch hizo una lista de buenos escritores dramáticos del mismo que pasaba de los setenta autores; entre ellos sólo he contado tres manchegos: León Carbonero y Sol, José María Huici y Mariano Roca de Togores. A estos habría que unir otros varios que Hartzenbusch no podía conocer, ya que estaban emigrados y publicaban fuera de España, como el ya citado Félix Mejía, o estaban en provincias.
El conquense José María de Huici Barrera[10] se adscribió con entusiasmo al Romanticismo. Sus obras suelen ser dramas históricos como Don Pedro el Cruel (1840), Doña Brianda de Luna (1840), Don Juan de Lanuza (1848), Venganzas de un noble pecho (1848), Una falta (1849), que transcurre a principios del siglo XVIII, y zarzuelas como El castillo maldito (1861), con música de Antonio Rovira, y, en un acto, Al África (Zaragoza: Imprenta de Vicente Andrés, 1859). Se conserva manuscrita otra zarzuela en un acto con música de Rovira, Un vuelco a tiempo. También escribió teatro menor, como los juguetes cómicos Una noche en Buitrago (1852)  y, en colaboración con Eugenio Rubí, ¡Vivan las economías! (1873), que es obra que por su tema podría representarse en la actualidad. Son comedias suyas la también recomendable por lo actual del tema Pagar sus deudas sin un ochavo (1837), Los amigos íntimos (1848), Doña María Calderón (1851) y Víctima de la calumnia o Matilde (1857). Tradujo del francés, El abuelo bondadoso del popularísimo Eugène Scribe (Zaragoza, 1839), y Marruecos o La Guerra Santa: de Jules Lichtenstein (1851), esta última inédita y manuscrita. Otras obras suyas son Los Guardias del Cardenal, La mayor calamidad y Un buen pagador, de tema raro y muy inusual, por demás.
Los caracteres están bien dibujados en Don Pedro el Cruel y a veces encontramos en el texto raptos de intensa poesía; parece presagiar el modernismo cuando el rey intenta seducir a doña Castro

Ven a la Corte, hechicera
huye para no tornar
de esta mansión del penar,
que allí la dicha te espera;
allí, de contento llena,
en deliciosos jardines,
entre danzas y festines
donde el alma se enajena
allí absorta, delirante,
embriagada de alegría,
pasa un año en solo un día
y un día en un solo instante.

José Estrañi y Grau (Albacete, 1840 – Santander, 1919), fue un autor por casualidad nacido manchego, ya que era catalán por ambos padres y vivió una vida itinerante educándose en León, Oviedo, Madrid y Medinaceli y probando diversos oficios sin decidirse por ninguno. A los veinte años empezó a trabajar en unas oficinas de Valladolid, ciudad donde residirá hasta 1877. Allí se inició en la política dentro del partido de Ruiz Zorrilla, promovió algunas publicaciones periódicas satíricas antiisabelinas (La Murga, 1865, El Hipócrita, 1866, El Trueno Gordo) y trabajó también en El Norte, futuro El Norte de Castilla; conoció al regeneracionista Macías Picavea. Pronto destacó como comediógrafo, obteniendo éxitos como El rizo de doña Marta (1874) y las zarzuelas La inundación (1880) y Santander por dentro (1892). Otras piezas suyas son Juicio del año (en un acto y en verso), 1872; La botica de Mercurio: Inventario bufo-mitológico en un acto y en verso (1873), el drama en un acto y en verso El retrato del muerto (episodio de la guerra civil) 1874, Carambola por chiripa (1875) y el juguete cómico en verso El rábano por las hojas (1877).
En 1877 va a Santander como redactor jefe de la republicano-federal La Voz Montañesa, donde empieza a publicar sus famosas Pacotillas, composiciones en verso de carácter satírico que llegarían a difundirse por toda España antes de ser recogidos en un tomo (1883) y luego en doce (Colección escogida de pacotillas: Publicadas en La Voz Montañesa desde el año 1877 hasta el 1895, 1900-1901); también recopiló sus Cartas infernales en verso y prosa en un volumen (1888), sorteando los diversos procesamientos a los que dio lugar su lengua viperina, republicana y anticlerical y haciéndose gran amigo y contertulio de Galdós. Fue excomulgado dos veces; una por publicar una esquela sin cruz y otra por llamar Virgen del Reúma a la Virgen del santuario de Las Caldas, famoso balneario termal; el presidente Canalejas lo salvó de tres años de cárcel por esto último después de permanecer una larga temporada oculto. Tras dieciocho años en La Voz Montañesa, tuvo que marcharse y emprender el negocio de otro periódico, El Cantábrico (1885-1937), que dirigió durante veinticinco años. Alcanzó tercera graduación masónica y escribió una Autobiografía (1919), ya citada.
Mariano Catalina y Cobo (Cuenca, 1842 – Madrid, 1913), sobrino de Severo, con quien marchó a Roma, fue secretario perpetuo de la Real Academia y alcanzó éxitos teatrales con Alicia y con el drama histórico en verso Tasso (1873); otras piezas suyas fueron el juguete cómico en verso Un millón (1873), No hay buen fin por mal camino (1874),  Luchas de amor: leyenda histórica dramática, 1877, estrenado en diciembre del año anterior. Poesías, Cantares y leyendas, 1879, con un prólogo de Manuel Cañete. Editó las Obras completas de Pedro Antonio de Alarcón con una biografía preliminar, La Dorotea de Lope de Vega (1886), un Romancero selecto. I. Romances moriscos y de cautivos, Madrid, 1883. Está por recoger su caudaloso Epistolario. Llevaba ya publicados seis volúmenes de los once que había de tener su Colección de escritores castellanos: la poesía lírica en el teatro antiguo. Colección de trozos escogidos (1909-1912) cuando le sorprendió la muerte.[11]
            Joaquín Tomeo y Benedicto (Albacete, - Madrid, 1872)[12] desarrolló su carrera dramática en Zaragoza; escribió los dramas El buitre de Prometeo, (1859), Cervantes (1861), El cautivo en Argel (1862), La campana de Huesca (1862), Guerras de Flandes, (1862), Juan Pérez de Montalbán, (1863), Pablo y Virginia (1863), El marqués de Villena (1863), La familia de Antonio Pérez (1866), La noche de Villalar (1872) y otros de menor resonancia como Zaragoza en 1808, El tribuno del pueblo, Una noche de redención y la comedia Danza de espadas (1870). Son  piezas menores en un acto Los enredos de Brijam (1872), Alma por alma (1872) y ¡Patria! (1872). Para juzgarle bien valdrá reproducir las palabras de uno de los mejores críticos de su siglo, Juan Valera, sobre su Cervantes:

Está bien versificado y hablado, y el enredo no carece de interés. En los caracteres hay algo de falso y de completamente imaginario, como creación de un mozo que aun no conoce bien el mundo y que piensa haber penetrado en el alma de los hombres con leer sus versos, novelas y comedias. Los literatos y poetas que pinta, á saber: Quevedo, Avellanada, Villegas, Espinel, Figueroa y Cervantes mismo, así pudieran ser ellos como otros sujetos cualquiera, salvo las obras, el nombre y la fama. Avellaneda hace, como es natural, el papel de traidor; Quevedo, el de varón justo y valedor de menesterosos; Villegas, el de galanteador, que escala los balcones de la casa de Cervantes, para tener una cita con su mujer, Doña Catalina, recitando la Oda al céfiro; y Cervantes representa primero el papel de frenético, declarando su deshonra ó lo que creía su deshonra, en palacio y en presencia de todo el mundo; después imita a García del Castañar, velando por la honra de su mujer y tratando de matar á Villegas de un arcabuzazo; antes quiere imitar también á El médico de su honra, disponiendo para curar la suya, sangrar á Doña Catalina; y, por último, se muere y es coronado como el Tasso, con el laurel de oro. Todo esto, sin embargo, se combina y entrelaza con primor, y en vez de cansar, entretiene y tal vez interesa. Á nosotros, que no creemos que haya nada tan difícil como escribir un buen drama, nos incumbe decir que no es malo éste para ser el primero de su joven autor. (Juan Valera, Obras Completas, XXI. Crítica literaria 1860-1861, pp. 180-181)
            Mariano Roca de Togores ha sido considerado ya como poeta; en cuanto a su obra dramática, muy corta, pues se limita a dos piezas, hace lamentar que el autor no hubiera proseguido más allá en este género, para el cual sin duda alguna estaba muy dotado. El Duque de Alba fue leído en 1831 a la tertulia romántica de El Parnasillo, constituida por Ventura de la Vega, Antonio Gil y Zárate, Patricio de la Escosura, Manuel Bretón de los Herreros y Larra, de quien era amigo sincero, mucho antes del estreno de los grandes dramas del teatro romántico español, por lo que cabe llamar al autor el introductor del Romanticismo teatral en el país; pero solamente fue estrenada en 1845 con otro título, La espada de un caballero. Como corresponde a los principios románticos, se mezcla lo trágico y lo cómico y la versificación es muy variada. Más importancia tuvo sin embargo su María de Molina, no inspirada al parecer en el drama de Tirso de Molina La prudencia en la Mujer, que el autor no conocía –o dijo no conocer–, a pesar de lo que pudiera parecer por el paralelismo del argumento. Allison Peers y otros críticos la consideran uno de los diez mejores dramas del Romanticismo español, por lo que ha pasado al canon nacional. Estrenada el 23 de julio de 1837, en plena I Guerra Carlista, pero compuesta muy anteriormente, fue entendida como una defensa liberal de la regencia de María Cristina contra las insidias de los legitimistas, y esa es la interpretación que dio Donoso Cortés en el prólogo que antepuso a la obra. Son cinco actos que mezclan verso y prosa, como es habitual en el drama romántico inicial. La caracterización de los personajes, incluso la de los más humildes secundarios, es perfecta, así como la evolución de la intriga, y la versificación es suelta y natural; nada sobra ni falta; se deja ver la impronta de Víctor Hugo en ese claroscuro de personajes sombríos y heroicos. El drama se encuentra rigurosamente documentado, incluso con notas a pie de página, como también lo están los romances históricos del autor o sus mismos poemas líricos, cada uno con su lugar y fecha de firma. El argumento es la conjura del infante don Juan contra la reina regente María de Molina, que posee el apoyo del pueblo y de las Cortes:

D. EnriqueMi fe sincera...
Reina: La conozco, señor; conozco á un tiempo
que de ese pueblo noble el heroísmo,
si bien defiende al hijo de sus reyes,
defiende al par sus sacrosantas leyes;
que trono y libertades son lo mismo.
Por eso triunfarán: ni gime esclavo
de un vil usurpador un pueblo entero,
ni sucumbe á Don Juan el heredero,
el hijo, el sucesor de Sancho el Bravo.
D. Enrique: Muy bien, señora; gózome de veros
Tan animosa.
Reina: No; pero resuelta
á vencer ó morir  (op. cit. pp. 403-404).

            Verso este último que es uno de los que integran el Himno de Riego. La reina sacrifica poéticamente todo lo que tiene por la causa de su hijo:

D. Enrique: Perdona... Tu virtud veo y adoro;
pero tu situación... Tanta indigencia... 
Reina: Soy pobre, ¿no es verdad ? Me falta el oro;
¿y esto sólo autoriza la insolencia?
Sin dinero en las arcas del tesoro,
¿no puede haber justicia en mi derecho,
brío en mi corazón, fuego en mi pecho?
Pues bien, aun sin los fútiles honores
que me dan estos vanos oropeles (quitándose los adornos)
yo enfrenaré, señor, mis detractores.
Ni he menester preseas y joyeles
para encontrar do quiera defensores
mientras respiren españoles fieles;
y ¡ojalá que también de esta manera
mi propio corazón darles pudiera! (arrancándose la joya que lleva al pecho).
Op. cit. p. 407.

Don Juan planea asesinar al futuro rey Fernando, ahora niño, con ayuda de Enrique, Pedro y Tubal, caracterizado este último como un retorcido y codicioso judío, pero también con una faceta noble en el sentido de que está deseoso de obtener la libertad para su pueblo oprimido por los cristianos; a estos se contraponen los personajes heroicos de la reina regente, contemplada también como madre, y del tejedor segoviano Alfonso Martínez, quien, como encarnación del pueblo, apoya a la reina en la crisis. La formación histórica y política del autor se muestra en las cábalas y discursos que hacen los conspiradores, siempre atentos a cualquier cambio en las circunstancias:

D. Pedro. Si humillado mi orgullo por los castellanos, si perdidos delante de los muros de una de sus villas los mejores soldados de toda mi nación, vengo a buscar en otra parte mis adversarios, no me guía el vil interés, ni el temor de no vencerlos en el campo, no, sino el deseo de destrozarlos, el placer de vengar a mis amigos, el ansia de inmolarles mil y mil víctimas, la gloria imponderable de herir en la frente a ese soberbio león de Castilla, que amenaza devorar toda España.
Abad. Pues bien; no se pierda tan brioso arrebato. Nuestros fieles surgirán por todas partes a una sola voz. En el séquito mismo de la Reina he conseguido introducir nuestros parciales. Pero Díaz de Castañeda, Lope Rodríguez, Hernán Ruiz de Saldaña, Ruy Gil de Villalobos, Hernán Rodríguez de Castro, otros mil esperan con ansia la señal: importa más que nada darla antes que lleguen a reunirse las Cortes: entonces todo sería inútil.
D. Juan. Es forzoso, ya que la suerte nos depara su venida, esperar á Don Enrique.
Abad. Inconstante, voluble, es poco digno de nuestra confianza.
D. Juan. No importa; estoy seguro de él.
D. Pedro. Tu padre Alfonso el Sabio, hermano de Don Enrique, decía asimismo que estaba seguro de él, mientras le vendía á su hijo el Príncipe Don Sancho el Bravo. También éste estaba seguro de él, entre tanto que era víctima de su traición. Musulmanes y castellanos estaban seguros de él; y no por eso dejaron de ser juguete de su perfidia en España y África; en Italia, en fin, los Güelfos y Gibelinos, seguros también de él, le contaron sucesivamente en el número de sus parciales, y después en el de sus traidores.
Abad. Excomulgado por siete Pontífices en el largo espacio de diez y nueve años, no puede atraer á su partido sino la ira del Señor.
D. Juan. Vamos, mirad que no os sienta bien ese lenguaje á vos, que lo estáis igualmente. (Op. cit., p. 383-384)

Estas cábalas y otras por el estilo aparecieron a algunos críticos “abundancia de diálogo tedioso”.
Santos López Pelegrín (Cobeta, 1801 – Aranjuez, 1846) es autor de tres comedias en que se muestra deudor de la comedia a la manera de Manuel Bretón de los Herreros: Cásate por interés y me lo dirás después, 1840, A cazar me vuelvo, 1841 y Ser buen hijo y ser buen padre, 1843. Tampoco trascendió mucho la labor dramática de Manuel de Llano y Persi,[13] quien fue un hombre muy comprometido con su tiempo, no sólo en la política y en el periodismo, en que hizo contribuciones de notar, sino también con la faceta algo más oculta de masón, en la cual llegó a tener la graduación de Gran Maestre del Gran Oriente de España, aunque por breve tiempo. Estrenó su García de Paredes, drama histórico en verso sobre el famoso Hércules manchego, en 1848, cuando ya se encuentra asentado el Romanticismo. Azorín, que no le tenía demasiada simpatía por su progresismo antañón, evoca así la fama del autor:

Este carpintero es un antiguo republicano.
-¡Qué tiempos -exclama dando golpes con el mazo sobre el escoplo-, qué tiempos aquellos!… Yo, desde que Llano y Persi se retiró que ya no creo en nadie.
Un carpintero devoto de Llano y Persi me parece más peligroso que un barbero entusiasta de Roque Barcia. Y salgo de la carpintería  (Azorín, La voluntad, III)

            Un voto y una venganza (1849), drama trágico en verso y la comedia en un acto No hay chanzas con el amor (1867), compuesta con Cayetano de Suricalday, constituyen el resto de su producción dramática, en la que también hay que señalar  Amor de mujer todo puede ser, leyenda del siglo XVII en verso (1857) y La reina de las flores, sin año. Ovilo lo da también como autor de varias otras piezas teatrales en colaboración con Suricalday y Rubí. Están por recoger sus versos, dispersos por la literatura periódica de la época.
Miguel Echegaray y Eizaguirre (Quintanar de la Orden, 1848 – Madrid, 1927),[14] fue un dramaturgo cualitativa y cuantitativamente importante en la comedia; formó parte de la gran trinidad de libretistas del género chico junto con Vital Aza y Miguel Ramos Carrión. Escribió unas noventa comedias y más de veinte zarzuelas. Fue tan precoz que estrenó ya a los dieciséis años su primera obra, Cara y Cruz (1864); de no despreciable cultura, poseedor de varias lenguas, entre ellas el hebreo, se perciben en sus obras las fuentes clásicas, el gusto por lo popular, lo burgués y hasta lo callejero. Posee verdadera vis cómica, oído para el lenguaje hablado, habilidad en versificar, destreza dramática, sabiduría en la caracterización; su obra no ha envejecido comparada con la de su hermano. De entre sus comedias se destacan Inocencia (1872), Contra viento y marea (1878), El octavo no mentir (1879), Sin familia (1882), Meterse a redentor (1887), El enemigo (1888), Los hugonotes (1889) y Caridad (1903); entre las zarzuelas, obtuvieron notable éxito El dúo de la Africana (1893), con música de Manuel Fernández Caballero; la Viejecita (1897), Gigantes y cabezudos (1899), con música también de Caballero; La casta Susana (1902), La rabalera (1907) y Juegos malabares (1910), con música de Vives. Poseía conciencia social; por ejemplo, en la divertidísima zarzuela El cisne de Lohengrin, (1905), música de Ruperto Chapí, unos brutos paletos intentan destruir los esfuerzos del alcalde de un pueblo por elevar el nivel cultural de los festejos locales; declama el poeta en los juegos florales:

Para cantar mis amores
dadme angelicales coros,
dadme rimas, dadme flores,
dadme...
EL PUEBLO:  (Dentro, alborotado.)
                        ¡Toros, toros, toros!

El alcalde pierde la paciencia, y obliga a los ciudadanos y ciudadanas más revoltosos a ir a la escuela a punta de fusil: “Cuando en España no haya un analfabeto, seremos una nación”:

 Mis queridos amigos y paisanos. Os empeñasteis en que no hubiera ópera ni Juegos florales y os salisteis con la vuestra. En cambio no ha habido toros, ni género chico, ni baile flamenco, ni ferias, ni nada; es un beneficio que os debe el pueblo. Los novillos fueron al matadero; la carne la repartí entre los pobres; la cuadrilla de maletas se la remití al café de Levante, y la tiple ligera se la devolví a su mamá con los doce o catorce líos que se traía. En cuanto a vosotros, no os podéis quejar de mí. Os he podido meter en la cárcel por desacato a mi autoridad, os he podido fusilar, os he podido uncir a un carro... He preferido castigaros con lo que más os duele, con el estudio. ¡Todos a la escuela! No habéis venido de chicos, venís de grandes. Aquí a ilustrarse y a regenerarse, y a desasnarse. La letra con sangre entra y la regeneración con máuser. Os podéis sentar.

            La resolución de esta minúscula contienda civil no puede ser más salomónica; dice al final la hija del alcalde: “Estas luchas en el pueblo se han acabado para siempre. El año que viene habrá en la feria lo que desea el señor Pedro y cuanto quiere mi padre: todo lo culto, lo bueno y lo civilizado que venga de fuera, y todo lo neto, lo castizo y lo español que tenemos en casa”. Igual falta de partido luce en juguetes cómicos como Abogacía de pobres (1876) o en la comedia Lucha de clases (1911).
            Hay que revalorizar la obra del dramaturgo y director de escena Ceferino Palencia (Fuente de Pedro Naharro, 1860 – Madrid, 1928) por sus méritos específicamente teatrales. Era un maestro del diálogo, sus personajes están muy bien caracterizados y los ambientes muy bien descritos; gradúa perfectamente el interés y la acción de los argumentos. Su vocación teatral fue tempranísima, como narra en sus ya citadas Cosas de mi vida (1909), y casi exclusivamente dramática. Desde que dejó la medicina toda su vida estuvo inmerso en el mundo de la farándula e incluso se casó en 1881 con una actriz famosa, María Tubáu, que estrenó muchas de sus piezas y cuya compañía dirigió; entre los dos impulsaron los primeros pasos del Teatro de la Princesa, después llamado de María Guerrero, en 1897; además, Ceferino fue desde 1915 profesor de declamación en el Conservatorio de Madrid. En el Museo Nacional del Teatro de Almagro se conserva su valioso archivo, formado por más de tres mil documentos, un caudaloso epistolario con Leopoldo Alas, Jacinto Benavente, Emilio Castelar, Victoria Kent y Fernando Díaz de Mendoza, entre otros, y manuscritos originales. Aunque tradujo no pocas comedias del francés, también escribió mucho teatro original que cosechó notorios éxitos en su época y hoy está entera e injustamente olvidado. La estética en que podemos enclavarlo es la de la comedia moralizadora en clave realista, en verso, casi siempre, aunque también escribió alguno en prosa, como Durand y Durand, estrenado en 1887. Debutó con la comedia El cura de san Antonio, (20 de marzo de 1879, Teatro de la Comedia), ambientada en Segovia e impresa ese mismo año con prólogo de Diego Luque. En la obra se enfrentan dos concepciones de la vida representadas también por el mobiliario de la escena, que una acotación afirma ha de ser mezcla de viejo y moderno: una decadente y tradicional, representada por el personaje del hidalgo arruinado Andrés, y otra progresista, por el médico Román; la solución está en injertar ambas concepciones la una en la otra. El primero de sus éxitos fue El guardián de la casa (estrenada en 1881, impresa en 1884) ataca la mala educación de los jóvenes; acaso el personaje más interesante es el de la madre, Nora, cuyo nombre simbólico responde al feminismo de la protagonista de Casa de Muñecas de Ibsen representada por primera vez en 1879 y ya en casi toda Europa por entonces; Nora, escritora y casada con un marido tradicional, Pío, que no comprende sus ideas, se enfrentan cómicamente en la obra invirtiendo sus papeles: el hombre es apocado y femenil y la mujer decidida y hombruna, haciendo saltar la chispa de la comedia: las mujeres se identifican con la primera y los hombres con el segundo. Pero está claro con quién se identifica el autor.

JUSTO: ¿Y usted cree, por mi vida
que así cumple su deber?
¿De qué modo usted comprende
de una madre la misión?
¿Difundiendo esa instrucción
que usted difundir pretende? […]
NORA: No, no señor; ilustrando,
venciendo el oscurantismo,
saliendo del ostracismo
en que hemos venido estando.
Rompiendo de nuestras jaulas
las estrechas proporciones,
terciando en las discusiones
y penetrando en las aulas.
Viendo lo malo y lo bueno
del mundo.

            Tal vez la comedia de más éxito de Ceferino Palencia fue Pepita Tudó (1902), sobre la amante y luego mujer de Godoy, cuyo papel principal fue representado por su nuera Isabel Oyarzábal. La Charra (estrenada e impresa en 1884) es una comedia de tesis que pretende demostrar el perjuicio de adoptar costumbres extranjeras, en especial francesas;[15] el Naturalismo influye en Nieves, (1894), que conoció una parodia de ese mismo año, La calores, o, el niño bonito, por Enrique Ayuso y Bartolomé Ferrer Bittini. La nube (1908) es un drama anticlerical, más en concreto contra los jesuitas; su estreno fue muy polémico y provocó algunos desórdenes, alcanzando malas críticas. Comediantes y toreros o la Vicaría (1897) sainete que reconstruye una época ya pasada. Destacan también Cariños que matan (1882), La bella Pinguito (1925), el monólogo en prosa Decíamos ayer (1893), sobre su compatricio fray Luis de León, El desquite (1881) y Carrera de obstáculos (1902).
Francisco González-Elipe y Camacho, a quien ya mencioné como poeta, escribió con Romero Larrañaga y el conde de Fabraquer (José Muñoz Maldonado), la comedia intitulada La vieja del candilejo, y con el primero, El licenciado Vidriera. Son suyos los dramas Don Alonso de Solís (1839, en prosa) y Querer como no es costumbre (1841), así como la comedia Cura deslices de amor más prudencia que vigor, de inspiración clásica. En un acto es Al más listo se la pegan.  Con Joaquín Hurtado de Mendoza arregló o tradujo El caballero de Griñón (1846) y El zapatero de Londres (1847). Él solo tradujo el drama El conde de Montecristo.

Enrique Mhartín y Guix[16] nació en Ciudad-Real el 15 de Julio de 1859 y cursó sus estudios en Madrid. Fue miembro de la Real Sociedad Geográfica, correspondiente de la Societé Academique Sudo - Chinoise de Francia; corresponsal de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la provincia de Granada, académico de número de la de Taquigrafía de Barcelona, socio numerario del Fomento de las Artes, de Madrid, de la Asociación de Prensa y fundador de la Unión Taquigráfica española. Como periodista debutó en El Imparcial siendo cronista de salones y de espectáculos, y en tal faceta siguió también en otros diarios madrileños y en algunos de Barcelona. José María de Cossío afirmó además que ya en 1880 publicaba versos en La Moda Elegante.[17] Fue director de varias publicaciones periódicas, entre ellas de El Crepúsculo Madrileño y La Crítica Teatral, de Barcelona;[18] La Defensa Profesional,[19] La Semana Conquense. Revista Dominical de Intereses Locales, Literatura y Noticias (1893);[20] y el Consultor Burocrático Administrativo;[21] redactor y colaborador de La Ilustración Española y Americana, Blanco y Negro, La Naturaleza, La Correspondencia de España, Heraldo de Madrid, El Liberal, La Oceanía Española y el Diario de Manila y corresponsal de Le Petit Journal de París, y de The Gazette Word, de Londres.[22] Para los periodistas compendió la legislación que les afectaba en un tomo de su Biblioteca burocrático administrativa: Impresores, escritores y periodistas  anotado, ordenado y concordado Barcelona: Imprenta y litografía de José Cunill Sala, 1899. Alcanzó en el ejército el empleo de Teniente de Infantería y desempeñó en Manila el cargo de cónsul general de la República Argentina, en cuyo desempeño imprimió una Memoria de las relaciones comerciales entre América y Oceanía por medio del canal de Panamá que fue premiada en las exposiciones universales de Filadelfia, Nueva Cork y Chicago. Además, en el tiempo que estuvo en las islas Filipinas publicó El sargento español,[23] un tratado de poliorcética titulado Compendio de fortificación de campaña y otro de Pirosofía militar; allí también compuso De España á sus Indias[24] y Apuntes geográficos de las Islas Filipinas,[25] que se usaron como textos en centros de enseñanza de dicho archipiélago, entre otras obras.[26] Ya en Madrid, ocupó el cargo de Catedrático de Taquigrafía judicial de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Estuvo algún tiempo como oficial del gobierno civil en Cuenca;[27] allí nació su hijo César Mhartin y Guzmán; fue secretario del gobernador de Orense en 1920 y murió en 1934. A los 17 años de edad dio al teatro de Variedades de Madrid su primera producción dramática, En el seno del cuartel, una parodia de la obra de Echegaray En el seno de la muerte, al estilo de las que hizo Salvador García Granés. Después siguieron Las ruinas del olvido, traducido al alemán y al italiano), Mi novia en subasta y La gran rabina, y los juguetes cómicos El veneno de los Borgias, Conejitos caseros, Las ligas verdes, El suspiro del moro, Los zapatos del difunto, La mancha de la mora, El final de Norma, Casos... sospechosos, Carambola rusa, La corona de laurel y otros.[28]
No he podido localizar ningún ejemplar de sus obras históricas, aunque según Inocente Hervás publicó en 1878 dos tomos de Ciudad-Real y sus fueros, “acabado estudio histórico-geográfico de esta provincia” y  un año después, la que llamó “Jornada en tres siglos” De Puebla de Pozuelo a Ciudad-Real, “rica colección de tradiciones manchegas”, a cuyo orden de trabajos puso término con los dos opúsculos intitulados Un auto de fe en Ciudad-Real en 16 de Marzo de 1485 y La espada de Alfonso el Sabio, recuerdo de la fundación de Ciudad-Real que valió a su autor el primer premio del certamen celebrado en 1879 por el ateneo escolar matritense.
Su Compendio mayor de Geografía General fue premiado por Real Orden de 23 de diciembre de 1881, consta de más de 200 páginas en 4.° francés. De su Guía del Escribiente van hechas seis numerosas ediciones y cuatro de su Manual del Empleado, obra en 8.º de más de 400 páginas, donde ha sabido resumir todos los deberes y derechos de los funcionarios públicos y de tal aceptación que fue declarada por Real orden de la Presidencia del Consejo de Ministros de 16 de septiembre de 1893 de gran utilidad y de absoluta necesidad para todos los organismos y funcionarios de la Administración pública, distinción que no ha merecido obra alguna hasta la fecha; siendo además recompensado su autor por el Gobierno de S. M. en 13 de Agosto de 1894.
Mhartin Guix, inquieto por la inestabilidad que ofrecía el gran número de escuelas taquigráficas diferentes que se enseñaban en España, procuró dotar a la disciplina de una nomenclatura unificada, completa, racional y científica que se asentase sobre principios generales, universales e inmutables. Asimismo quiso adaptarla a la multiplicidad maquinográfica del mercado. Para ello fundó la “escuela taquigráfica irradiante” y divulgó en España el método de digitación pandactilar. También tuvo una especial preocupación lexicográfica que le hizo recopilar e inventariar numerosos neologismos relacionados con la caligrafía, la taquigrafía y la mecanografía. Sistematizó la nomenclatura de estas disciplinas en un Inventario de neologismos[29] que la Real Academia decidió pasar a la comisión permanente del Diccionario. El autor habla por ejemplo de autografiar (escribir autógrafos), automografiar (traspasar escritos), clavigrafiar (escribir con clave), clidografiar (escribir con plantilla), dactilografiar (tipiar digitalmente), mecanografiar (escribir con toda clase de máquinas), mecanotipiar (componer tipográficamente), tipiar (escribir con tipos), tiposcribir (utilizar tipos para la escritura), eiusdem palotis.
En cuanto a las obras jurídico-administrativas, son unas cien, muchas de ellas en realidad reelaboraciones y actualizaciones de un mismo material; serían muchas más si contásemos reediciones y reimpresiones; su total forma una imponente colección que el propio autor denominó Biblioteca burográfico-administrativa.[30] En ella hay manuales burocráticos, repertorios legislativos temáticos, trataditos sobre protocolo, pesos y medidas y abreviaturas y redacción de cartas, documentos y formularios; cursos de estenografía, caligrafía, mecanografía y todo cuanto pueda querer saber un oficinista consumado.
Con los monólogos cómicos de Luis Esteso y López de Haro (San Clemente, 1881 – Madrid, 1928), los dramas rurales de Julián Sánchez Prieto (Ocaña, 1886 – Colmenar Viejo, 1979), el teatro histórico modernista de Mariano Tomás (Hellín, 1890-Madrid, 1957) y las piezas realistas de Rafael López de Haro (San Clemente, 1876 – Madrid, 1966) entramos ya en pleno siglo XX.


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    [1] Las representaciones de aficionados eran algo bastante común en La Mancha y están testimoniadas referencias satíricas a las mismas al menos desde principios del siglo XVIII. Véase por ejemplo en mi edición de las Obras de Carlos de Praves (2008), poema XXXIV, o las obras inéditas del desconocido poeta conquense del tercer cuarto del XVIII Francisco Carretero Navalón, que he visto en la Biblioteca Real. También, en cuanto a Alfonso García Tejero, op. cit. p. 118-124:

Érase noche de feria,
y poco mas de las siete,
y hacia el mesón de Quiteria
la justicia iba muy seria
al toque de clarinete.
Seguí sus pasos tranquilo
y penetré en el corral,
(disimulen el estilo),
y una cuadra era el asilo
de la función teatral.
En sus paredes... ¡Qué paso!
pusieron cortinas bellas;
su cielo... cielo tan raso,
lo diré, pues viene al caso,
que se vían las estrellas.
Cada cual llevó su silla:
¡Qué calor! ¡Ni el de una fiebre!
Los señores de la villa,
(con pantalón de trabilla),
sentáronse en un pesebre.
La cuadra... digo, la sala,
fácilmente me equivoco,
lucía esplendente gala.
La música no era mala,
pero ni buena tampoco.
Clarinete, un violín,
que tocaba el sacristán,
con un eterno «rinrín»
siendo sus tonos, en fin...;
en pos del rin, el rinrán.
¿Y los actores…? ¡Qué gente!
Me refiero a sus modales:
albéitar el más decente:
compañía de aguardiente
con voces descomunales.
Dirigía un boticario,
hombre alegre, estrafalario,
que logró hacer con gran tino,
de una posada, un casino,
de un pajar, un escenario.
Era la actriz cierta moza,
cuya voz, es voz que... ladra
y los oídos destroza,
y juro por Zaragoza
que era digna de una cuadra.
Un drama representaron
y en mil trozos dividieron,
le pusieron y quitaron
y a su gusto le entendieron
y a su entender le cantaron.
La bella actriz, adornada
con un traje apareció,
orgullosa y afectada:
era una colcha encarnada
a guisa de dominó.
Cierto prendido... elegante,
de su sien en el contorno
a manera de turbante;
un latoncillo brillante,
regio y magnífico adorno.
Estaba la actriz tan bella
con su corona de... lata,
que hubo disputas por ella,
mas a todos la doncella
manifestábase ingrata.
Su blanca mano, sencilla,
cual la tiene un carbonero,
y la reina de la villa,
llevaba... ¡luz de Castilla!
los guantes de un granadero. 
Inquieta la actriz se hacía
con un enorme abanico,
y por pañuelo, no falla,
agitaba la toalla
de la tienda de Lobico.
No era escarpín el calzado;
me pareció que era ruso,
con una hebilla adornado,
tan limpio y tan charolado
cual una suela en mal uso.
De esta suerte aquella actriz
al presentarse brilló
con un traje tan feliz,
que nunca en el pueblo, diz,
que tanto lujo se vio.
Era el galán... Gil Mochuelo,
alto mozo, patilludo;
¡Tejedor hizo de Otelo!
El verle daba consuelo...
Hablaba mejor... que un mudo.
¡Qué Máiquez! Su bizarría,
su mérito, su persona,
el mejor la envidiaría;
tan sólo le igualaría
cualquier mozo de tahona.
¿Quién describe sus modales
y su artístico primor?
¿Quién sus gestos infernales?
¿Quién las pausas... las señales
que hacía el apuntador?
Imposible es describir
el fárrago de los yerros
que pudimos percibir;
bastará solo decir
que hubo quien pidiera ¡perros!
En medio de la función
llegó al pueblo un escuadrón,
y sin parar, al momento,
tuvo por alojamiento
el magnífico salón.
En vano el alcalde ruega;
avanza con bizarría
y a la posada se llega
y todo al fin lo hace vega
la horrible caballería.
La fiesta se suspendió,
y entre relinchos y coces
el público se escapó
y con él salime yo,
aturdido de las voces.
Hice grave y firme empeño,
con la fe más decidida,
de no volver en mi vida
a un teatro lugareño.

    [2] Teatro español burlesco ó Quixote de los teatros, por el maestro Crispín Caramillo cum notis variorum, Madrid: Imp. Villalpando, 1802. Edición moderna, introducción y notas de María José Rodriguez Sanchez de León,  Salamanca 2001.
    [3] Judas José Romo Gamboa (Cañizar, Guadalajara, 7 de enero de 1779 – Sevilla, 11 enero de 1855). Estudió derecho canónico en la Universidad de Huesca y fue canónigo de Sigüenza en 1805; académico de la Historia y senador isabelino, era regalista (Independencia de la iglesia hispana, 1847) y bastante liberal (tradujo el Ensayo sobre el gobierno civil de Locke, 1820);  fue Obispo de Canarias (1834-1847), Arzobispo de Sevilla en 1848 y cardenal en 1850. Escribió algunas obras pedagógicas (Observaciones sobre la dificultad de la Ortografía Castellana, Madrid, 1814; Exposición hecha a la Real Junta de Primera Educación por el Ilmo. Señor Obispo de Canaria, con una censura crítica de la Teoría de la lectura del Sr. D. José Mariano Vallejo, 1835; Arte de leer el castellano y latín, 1852) y eclesiástico-políticas (Independencia constante de la Iglesia Hispana y necesidad de un nuevo Concordato, 1842; Ensayo sobre la influencia del Luteranismo y Galicanismo en la política de la corte de España, 1844), bastantes sermones y sólo simplemente literaria esta Libia o la conjuración contra Viriato, de la que sólo queda una copia manuscrita de Graciliano Afonso en la Biblioteca Universitaria de Las Palmas de Gran Canaria, dedicada a Luisa Escrivá, Marquesa viuda de Valdecarzana.

   [4] Es una serie de ocho artículos publicados el 6, 9, 13, 14, 20, 22, 26 y 30 de diciembre de 1841. El Faro Yndustrial de la Habana era un periódico fundado por el masón y abolicionista José Gabriel del Castillo y Azcárate y en él escribían los famosos Antonio Bachiller y Morales y Cirilo Villaverde y los más desconocidos Ildefonso Vivanco y Manuel de Zequeira; era de orientación más crítica y sedicente que el Noticioso y Lucero en que había publicado anteriormente Megía algunos textos. Cf. Francisco González del Valle, La Habana en 1841, La Habana, 1951, pp. 276-277 y 312.

   [5] Túpac Hualpa, hijo del último emperador inca, Atahualpa, propuesto como emperador por Francisco Pizarro y que en efecto llegó a coronarse y a declararse vasallo del monarca castellano, si bien murió envenenado por el general quiteño Calcuchimac en noviembre de 1533


  [6] Se trata del último emperador inca, Atahualpa, ejecutado por el conquistador español Francisco Pizarro el 29 de agosto de 1533.

   [7] El levantamiento indígena-criollo de carácter comunero contra los excesivos impuestos que empezó en la localidad neogranadina de Socorro el 16 de marzo de 1781 contó entre sus líderes más extremistas a José Antonio Galán, quien, bajo el grito de “unión de los oprimidos contra los opresores” recorrió el país liberando esclavos, repartiendo tierras y suprimiendo tributos, por lo cual fue conocido como el Tupac Amaru de Nueva Granada. Abandonado por sus antiguos protectores los hacendados criollos, quienes se habían asustado del carácter revolucionario que había tomado la lucha, es vencido, apresado y ejecutado con doce de los suyos en 1782.

   [8] Ildefonso Escolástico de las Muñecas (1776-1816) fue un pintoresco presbítero y guerrillero negro que aparece como personaje en la novela de Carlos Fuentes La campaña. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1990. 

   [9] La rebelión llamada de Pumacahua y los Angulos estalló el 3 de Agosto de 1814 en Cuzco, a cargo de los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo (agricultores y comerciantes), José Béjar, Manuel Hurtado de Mendoza y el cura Ildefonso Muñecas; a ella se unió el cacique y brigadier Mateo García Pumacahua, quien quedó nominalmente al frente de la misma.

   [10] José María de Huici nació en Utiel, provincia de Cuenca entonces, luego adscrita a Valencia; en 1825 sufrió la desgracia de ver a los facciosos fusilar a su padre Bruno de Huici Andrés de Andueza, oficial de la Secretaría de Intendencia de Campaña y comisario de guerra honorario entre 1817 y 1823. Fue guardia de corps y empleado de loterías, y se consagró al teatro, al periodismo y a la poesía dentro del movimiento romántico, que contribuyó a introducir en Zaragoza a través del semanario La Aurora (1840-1841) en que colaboraba. Dirigió además, a la muerte de Braulio Foz en abril de 1865, El Eco de Aragón, también todo el año siguiente. De su obra literaria sólo han subsistido las piezas dramáticas, que representó principalmente en Zaragoza y Madrid. Fue miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. En marzo de 1854 sufrió prisión por ocultar a Villacampa, ayudante de Hore, que había sido herido (El Clamor Público,  30-III-1854, pág. 2), pero meses después ya estaba fuera, como Director económico del Hospital de coléricos de Zaragoza, siendo tan apreciada su labor que fue propuesto para una medalla de caballero de la Orden de Isabel la Católica (La Esperanza, 8-12-1854).

     [11] Se distribuyen así: V. 1.- T. I: Trozos religiosos. V. 2.- T. II: Trozos filosóficos y morales. V. 3.- T. VII: Trozos filosóficos y morales. V. 4.- T. VIII: Trozos amorosos. V. 5.- T. IX: Trozos amorosos. V. 6.- T. X: Trozos amorosos. Pero según la necrológica publicada en El Liberal de Cuenca, núm. 382 (4 de octubre de 1913), p. 1, sólo publicó cuatro, quizá porque los confundió con series. Los otros cinco se imprimieron después hasta 1913 y son uno de poesía filosófica y moral y cuatro de lírica amorosa.

    [12] Trabajó como notario, archivero en el Museo Arqueológico Nacional y periodista (fue director o colaborador de El Correo de Aragón, La Iberia, El Padre Cobos, y La Violeta), además de trabajos históricos y las novelas históricas ya citadas. Se publicó también su Zaragoza, su historia, descripción, glorias y tradiciones, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Zaragoza: Imp. y Lib. de V. Andrés, 1859.

    [13] Manuel Llano y Persi (Torrijos, 1826 – Madrid, 1903) estudió el bachillerato y Derecho en Madrid y participó en los desórdenes revolucionarios de 1848, por lo que tuvo que abandonar la ciudad para evitar la cárcel; recorrió Francia, Alemania e Inglaterra y a su regreso en 1854 participó en la fundación del periódico liberal progresista La Iberia. En 1856 fue elegido concejal del Ayuntamiento del Madrid. El 14 de julio de 1866 es encarcelado y puesto en libertad días después, aunque tuvo que huir a Francia otra vez. Fue redactor jefe de La Iberia en los años que precedieron a la Revolución de 1868. Elegido en 1869 diputado por Alcalá de Henares para las Constituyentes, fue nombrado secretario segundo de las mismas. También fue elegido en las legislaturas 1871-1873 por Getafe. Miembro importante de la Masonería durante más de treinta años, llegó a ser Gran Maestre del Gran Oriente de España entre el 4 de septiembre de 1872 y el 31 de enero de 1873. Fundó Sociedad de Escritores Dramáticos y Artistas, de la que fue su primer presidente (1872); también participó en la fundación del Liceo de Madrid y del Instituto Español  y fue socio del Ateneo de Madrid. Acudió a Italia en la comisión que propuso a Amadeo de Saboya que aceptara el trono de España. En el año 1898 fue nombrado presidente del Partido Republicano Progresista, cargo que abandonó en el año 1899 a la muerte de Ruiz Zorrilla. Redactor de Gente Vieja; en 1903, año de su muerte, fue nombrado otra vez diputado por Madrid, colaboró también en El Popular de Málaga (1903) y otros periódicos avanzados. Su actividad como escritor fue muy intensa y abundante en el periodismo, la poesía y el teatro. Cf. Julio Longobardo Carrillo “Manuel de Llano y Persi, un político y masón desconocido” en VV. AA., La masonería en Madrid y en España del siglo XVIII al XXI X Symposium Internacional de Historia de la Masonería en España. Leganés (Madrid), del 2 al 6 de septiembre de 2003,coord. por José Antonio Ferrer Benimeli, Gobierno de Aragón: Departamento de Educación, Cultura y Deporte, 2004, 2 vols., II, pp. 843-869.

    [14] Hermano del célebre José era licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, tuvo bufete propio de abogado y fue secretario particular de su hermano José cuando este estuvo en los ministerios de Fomento y Hacienda; era buen orador y en las Cortes de 1873 fue elegido diputado. Tras la Restauración, volvió a la literatura y en particular al teatro, representado en su mayoría en el Lara y el de la Comedia. Fue elegido para la Real Academia de la Lengua el 18 de diciembre de 1913.

    [15] Op. cit. p. 29: 


“HONORATO:
No se halla aquí por dios
un mediano periodista
ni un autor, ni un novelista
de nota.
JUAN:
           ¿Y Pérez Galdós?
MARQUÉS:
¿El que pone en las cubiertas
los colores nacionales?
Ni por un millón de reales
leo esos libros. Hay ciertas
personas que al Saladero
las mandaba yo a escribir.
¡Vamos, no puedo sufrir
lo cursi y lo patriotero!”

    [16] He contrastado y consultado con catálogos bibliográficos las informaciones que ofrecen Inocente  Hervás y Buendía, Diccionario histórico, Geográfico, biográfico y bibliográfico de la provincia de Ciudad Real, 1914, t. I, 3.ª ed., p. 408 y la Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, Barcelona: Editorial Espasa, 1905-1930, 70 tomos en 72 vols., más diez de Apéndices 1931-1935 y 34 de suplementos, popularmente conocida como enciclopedia Espasa.

    [17] Cf. José María de Cossío, Cincuenta años de Poesía Española (1850-1900), Madrid: Espasa-Calpe, 1960, p. 1360.

    [18] Enrique Mhartin Guix, El sargento español, Manila, 1885.

    [19]  La Defensa Profesional, Madrid : Imp. de los Hijos de M.G. Hernández, 1890- En la Biblioteca Nacional hay ejemplares.

    [20] Alcanzó al menos siete números compuestos sobre todo de gacetillas, breves poemas, pasatiempos y algún artículo o narración extensos. El primero, de ocho páginas, apareció el 19-III-1893; incluía una leyenda conquense en prosa, menos que mediocre, del director Enrique Mhartin, “El perrete de la condesa”, p. 4-7. El segundo número avisa de que Enrique Mhartin ha sido nombrado corresponsal en Cuenca de La Correspondencia de España.

    [21] No he logrado localizar esta publicación.

    [22] Su nombre no aparece en el Catálogo de periodistas españoles del siglo XX de Antonio López de Zuazo Algar (Madrid, 1981).

    [23] Enrique Mhartin Guix El sargento español : su pasado, presente y porvenir : estudio que continúa siendo de actualidad y trascendencia, seguido del texto legal de cuantas disposiciones rigen en materia de destinos civiles reservados á la clase concordado y anotado Madrid: Manuel Minuesa de los Ríos, 1889.

    [24] Enrique Mhartin Guix, De España á sus Indias. Memorias de un viaje de tres mil leguas. Manila, M. Pérez, hijo, 1885. Lo escribió cuando era sargento de infantería y lleva un prólogo de Enrique Monreal y Sus.

    [25] Apuntes geográficos de las Islas Filipinas. Escritos sobre el terreno.. Madrid, Imp. de .Ramón Ángulo, 1889, cuarta ed.

    [26] Por ejemplo, Ligeros estudios de Geografía general. Segunda edición ampliada para las Islas Filipinas. Manila, Tipografía de M. Pérez hijo, 1886

    [27] Allí dirigió La Semana Conquense y  publicó La gran Rabina: Odisea matrimonial de gran espectáculo. Cuenca, 1893

    [28] No se conserva  ninguna obra teatral del autor. He revisado los catálogos del Institut del Teatre en Barcelona, de la Fundación March, del Patrimonio Bibliográfico Español, los de las bibliotecas públicas y los de Iberlibro sin resultado.

    [29] Inventario de neologismos: para completar y unificar la tecnología de las escrituras modernas en todas sus manifestaciones. Ávila: Tipografía de Sucesores de A. Jiménez, 1911 y Madrid: Librería de Fernando Fe, 1911.

    [30] Citaré solamente algunas obras: Estenotipia Universal. Método sencillo, práctico y razonado de Taquigrafía Mecánica. Para escribir mecánicamente con la rapidez de la palabra hablada empleando los mismos caracteres del alfabeto común que tienen las máquinas de escribir de todos los sistemas. Segunda edición, notablemente reformada. Madrid, Librería Editorial de Bailly-Bailliere e Hijos, 1907; Taquigrafía razonada (sistema nacional irradiante) Barcelona: Lábor, 1929. 16ª edición; Tratado completo de Mecanografía. Método teórico - práctico para conocer por sí mismo y en poco tiempo el manejo de las Máquinas de Escribir. Zaragoza, Tipografía de Berdejo Casañal, 1923; Guía del mecanografísta Lecciones teórico prácticas de escrituras mecánicas alcance de todos.  Imprenta Comercial Tejada y Martín. Madrid. 1914;  Mecanografía aplicada Hernando 1929 (1ª ed.), Madrid, 1929; Reclamaciones administrativas. El Derecho de Petición. Instrucciones teórico-prácticas para la redacción, tramitación y despacho de solicitudes, reclamaciones y protestas Madrid: Edit. de Bailly-Bailliere e hijos, Madrid, 1904; Garantias Constitucionales (Derechos y deberes de los ciudadanos)  Barcelona: Antonio López, Editor, 1902;  Obras burocráticas. (Guía teórico práctica del escribiente). Madrid: Ed. Bailly-Bailliere, 1907; Curso completo de Taquigrafía Abreviada. "Sistema Martí". Unico usado por los Taquígrafos de las Cortes españolas y seguido por la Escuela Madrileña. Nuevo método que aventaja en brevedad, claridad y perfección a todos los conocidos, de escribir siguiendo la mayor rapidez de la expresión hablada y obtener una velocidad mayor de ciento cincuenta palabras por minuto puesto al alcance de todos, para poderlo aprender sin necesidad de maestro. Madrid. Ed. A. de San Martín. 1905; Taquigrafía abreviada, Madrid:  Ed. de A. San Martin, 1905; Los signos de la escritura en las prácticas burocráticas profesionales literarias. Madrid: Ed. Bailly-Bailliere.. 1908; El derecho de petición. Instrucciones teórico prácticas para solicitudes, reclamaciones y protestas. Madrid: Librería de Baillo-Bailliere e hijos, 1904; Memorándum de los Escritorios Mercantiles y Dependientes de Comercio. Resumen de todos los conocimientos profesionales que deben poseer los Auxiliares de correspondencia, de contabilidad y de comercio para el mejor desempeño de sus funciones.. Madrid: . Bailly-Bailliere é Hijos, 1910; Manual de mecanografía y policopia. Curso completo de escrituras mecánicas. Madrid: . Bailly-Bailliere 1914, sexta  ed.; Guía teórico-práctica del escribiente y vademécum del oficinista. Únicas obras burocrático-administrativas. Madrid: Bailly-Baillière e hijos, 1902.

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