miércoles, 21 de septiembre de 2011

Generalidades, ensayo, biografía y cervantismo manchego en el siglo XIX


LAS GENERALIDADES, EL ENSAYO, LA BIOGRAFÍA


Empecemos por los recopiladores de literatura tradicional manchega. La presencia de este elemento popular se remonta a las jarchas, a la serrana Yo me iba mi madre / a Villarreale , del siglo XIII, y a los dos arciprestes del XIV, el de Hita y el de Talavera. Formas autóctonas como la seguidilla o manchega, o desarrolladas en la Mancha, como las torrás o los dómines, llamaron desde bien pronto la atención.  El talaverano Cosme Gómez Tejada de los Reyes incluye numeroso material tradicional en su novela didáctico-bizantina León prodigioso (1635), aún sin edición  moderna, de lo cual ya se apercibió alguien tan atento al folk-lore manchego como el mismo Félix Mejía. Incluso el neoclásico valenciano León de Arroyal y Alcázar (1755-1813), a quien Forner llamó “Cleón” por sus ideas más liberales que ilustradas y “un manchego que se fue a su tierra” porque vivió la mayor parte de su vida en San Clemente y Vara de Rey, provincia de Cuenca, quedó impresionado por la altura lírica de las coplas manchegas: “Pueden por su belleza y gracia competir con los más ponderados epigramas de la antigüedad”, escribe en la introducción de sus Epigramas (1784); es más, copia tres de ellos. 


El geógrafo conquense Fermín Caballero, en la parte denominada “Proverbios” de su Nomenclatura geográfica de España, incluye refranero, coplas y tradiciones de la meseta sur, que conocía mejor que bien; Cándido-Ángel González Palencia (Horcajo de Santiago, 1887 - 1949)  editó en dos volúmenes el Romancero general (1600, 1604, 1605). Madrid: C.S.I.C., 1947 y reunió sus estudios sobre esta materia en Historias y leyendas (Madrid: C.S.I.C., 1942); Juan Moraleda y Esteban  publicó unos Cantares populares de Toledo: Coleccionados y comentados. (Toledo:  Imprenta y librería de Lara, 1889), repartidos en dos secciones de cantares profanos y religiosos. Contiene las seguidillas y coplas que mencionan la ciudad, sus monumentos, lugares y tradiciones:

Tienen las toledanas
vicio mortal,
que al espejo del agua
vanse a mirar.


A Toledo la comparo
con el culo de una taza:
todas son cuestas arriba
hasta llegar a la plaza.


¿Cómo quieres que en Toledo
haya muchos liberales
si casi todos son hijos
de canónigos y frailes?

Pero el mayor folklorista manchego del XIX es sin duda el valdepeñero Eusebio Vasco Gallego por los tres gruesos volúmenes de sus Treinta mil cantares populares. (Valdepeñas: Imprenta de Mendoza, 1919, 1930, 1932). Desde su infancia fue recogiendo por toda la provincia de Ciudad Real estos cantares, cuartetas, soleares y seguidillas. Pero se trata solamente de una obra de recopilación, con defectos metodológicos evidentes (no respetó la lengua original, ni las variantes textuales, dialectales e irregularidades métricas de los textos, no reflejó sino ocasionalmente su procedencia ni señaló variantes, y nunca la identidad, origen o estudios de sus informantes, ni hizo un análisis métrico y temático del material). En los ejemplares que poseo de esos tres gruesos volúmenes se apercibe el esfuerzo del autor por ordenar el material; en el primero es obvio, al menos en su primera parte; pero el trabajo era muy difícil, le asustó, renunció a ello y procuró excusarse prometiendo unos  índices que no llegó a publicar, acumulando bajo el marbete "pisto manchego" el desorden subsiguiente. Eso sí, excluyó conscientemente los cantares que aparecían en otras obras ya publicadas por Emilio Lafuente Alcántara, por Francisco Rodríguez Marín y otros eminentes folcloristas, los cuales, sumados a su propia aportación, ofrecían el abultado número con que dio título a su propia obra. Con todo, es hasta ahora mismo y sin duda alguna la contribución más importante a la historia del folk-lore manchego, pese a lo cual no ceso de asombrarme de cuánta indiferencia despierta su figura cuando se imprimen sin parar obras sobre la misma materia, sin que se estudie o reimprima esta piedra angular de las tradiciones populares en la región.

A excepción de este laudable intento del valdepeñero, y a pesar de la larga tradición manchega en estos estudios, que se remonta a los paremiólogos Jerónimo Martín Caro y Cejudo y al desconocido Luis Galindo, cuya figura creo ser el primero en rescatar del olvido (sus diez volúmenes de proverbios siguen manuscritos en la Biblioteca Nacional), poco más se hizo por conservar el rico folklore en verso de la región,  que inspiró la poesía posromántica del conquense Mariano Catalina y Cobo (Poesías, Cantares y leyendas, 1879), del toledano Manuel Jorreto Paniagua, autor de doscientos Cantares y seguidillas (Albacete: Imprenta de Sebastián Ruiz, ¿1868?) y otras obras parecidas; Jorreto es un autor importante, pintor e ilustrador y autor de narraciones excelentes, y en el libro ya citado reúne dos centenares de breves composiciones que imitan la lírica popular y a veces aparecen transidas de aires becquerianos; semejante en esta inspiración popular es el interesantísimo consaburense Alfonso García Tejero, de quien se tratará más tarde. Esta corriente de poesía, promocionada por Augusto Ferrán y Rosalía de Castro, desembocará con el tiempo en el Neopopularismo del 27. En cuanto a la literatura tradicional en prosa, es preciso notar el Manojico de cuentos, fábulas, apólogos, historietas, tradiciones y anécdotas del fecundo carlista Manuel Polo y Peyrolón (Impr. de M. Alufre, 1895) y otros intentos más dispersos, del todo insuficientes; la tradición narrativa oral manchega se mantenía viva todavía a principios del XX, cuando F.º Rodríguez Marín o Pío Baroja recogieron algún que otro cuento en La Mancha. 

La literatura de pensamiento se abre en este siglo con varias obras importantes. La primera es la del jesuita padre de la Lingüística comparada, Lorenzo Hervás y Panduro, (Horcajo de Santiago, 1735 - 1809), el famoso Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas y enumeración, división y clases de estas según la diversidad de sus idiomas y dialectos (Madrid, 1800-1805, seis vols.), fruto de largos años de investigación, en que, inspirándose en Leibniz, abandona como base de comparación el vocabulario y establece como criterio prioritario la estructura gramatical, morfológica y fonética interna de los idiomas, catalogando además numerosas lenguas indígenas de América. Veinticinco años antes de que Franz Bopp demostrara científicamente la existencia de la familia aria, estableció por primera vez en Europa el parentesco entre griego y sánscrito. Frente a los lingüistas franceses, demostró que el hebreo no fue la lengua del Paraíso ni la primigenia; dejó sentado definitivamente su parentesco con otras lenguas semíticas, tales como el arameo, árabe y siriaco. Sostuvo la teoría del vasco-iberismo y la demostró con procedimientos científicos. Estableció dos nuevas familias de lenguas, la malayo-polinesia y la fino-ungria. La obra supera a todas las precedentes en visión y profundidad, incluso a las famosas enciclopedias Pallas y Mitrídates de Adelung-Vaten, y valió al autor los elogios de Wilhelm von Humboldt, quien le conoció personalmente y con quien coincidía en pensar que una lengua era también una visión del mundo y de la realidad. Posteriormente publicará sus Causas de la Revolución de Francia en el año 1789, y otros medios de que se han valido para efectuarla los enemigos de la religión y del Estado (Madrid, 1807), que abunda en las ideas del abate Barruel (la “conspiración de los filósofos”, etc.) y  pregona la primacía de lo religioso y moral sobre lo civil, sin ahondar en las causas que propuso Edmund Burke, por ejemplo el carácter demasiado abstracto e ideológico de los principios liberales; para él, la idea roussoniana del pacto social atenta contra el derecho y la autoridad natural y la autoridad civil se debilita cuando prescinde de la autoridad moral y religiosa. Estas ideas de Hervás, que circulaban manuscritas desde 1805 y tuvieron algún tropiezo con la Inquisición, curiosamente, calaron profundamente en los, llamémoslos así, pensadores del absolutismo manchego: yo las he encontrado, por ejemplo, en la Atalaya de la Mancha en Madrid del conquense padre Agustín de Castro.

Otra obra importante es el Diccionario Bíblico Universal para la inteligencia de la Sagrada Escritura (1800) del escolapio albaceteño Luis Mínguez de San Fernando (Mahora, 1745 – Madrid, 1810),  consecuencia de la primera traducción autorizada de la Biblia a la lengua vulgar, que había sido encomendada a los escolapios Felipe Scío de San Miguel y Benito Feliú de San Pedro (1790-1793), y cuya excesiva literalidad condujo a una segunda edición reformada por un equipo de helenistas manchegos que pretendían aproximarla a la Vulgata: Calixto Hornero (Pozuelo de Calatrava, 1742 – Madrid, 1797), su sobrino Ubaldo Hornero (1744 – 1793)  y el citado Luis Mínguez, a los que se agregó el aragonés Hipólito Leréu (Camañas, 1741 –  Madrid, 1805).

Luego disponemos de las múltiples reediciones y traducciones (1804, 1805, 1815 etc.) del panfleto contra los ingleses de otro escolapio, el masón y helenista Pedro Estala Ribera (Daimiel, 1757 – Auch, 1815), compuesto a instancias de su amigo Godoy: Cartas de un español a un anglómano (1795). Estala, uno de nuestros críticos literarios neoclásicos más importantes, editor de la poesía clásica de nuestro Siglo de Oro y de una exitosísima colección de libros de viajes, y que dominaba el inglés, sostiene que la política exterior de Gran Bretaña consiste en debilitar a Europa fomentando sus discordias intestinas igual que ha hecho en la India, para lo cual cita entre otros ejemplos la Guerra de Sucesión española. Su dominio en el mar se funda más en la piratería que en el comercio, pues si firman un pacto no es más que para romperlo y dedican a la trata de negros más de 140 barcos; su fin ante todo es debilitar el comercio de las demás naciones, por lo cual la anglomanía o moda de todo lo inglés es un error.

El médico Ramón López Mateos (Manzanares, 1771 – Madrid, 1814), secretario que fue de la Real Academia de Medicina, fue uno de los ilustrados con mayor preparación científica de La Mancha. Así lo revelan sus Pensamientos sobre la razón de las leyes derivada de las ciencias físicas, o sea, filosofía de la legislación, Madrid, Gómez Fuentenebro y Compañía, 1810. Se trata de un "ensayo filosofico-juridico" compuesto por varios artículos inspirados en la abundante lectura de célebres escritores. Esta dividida en cinco partes: la primera sobre la influencia de los fisico en la moral, la segunda sobre la influencia de lo moral en lo fisico, la tercera sobre la perversion del hombre por causas externas, la cuarta de las propiedades reciprocas de los sexos y la quinta y última parte sobre los pensamientos relativos a la policía y la higiene pública. El autor fue desde su misma juventud muy crítico, empírico y materialista y recibió una excelente formación en lenguas clásicas:

La verdad no puede decirse sino a los hombres justos, a aquellos que tienen bastante filosofía para sacrificar hasta su amor propio al interés común; que no confunden los sagrados derechos de la religión con los abusos detestables de la ignorancia, superstición y fanatismo, que no exageran la perfección del hombre ni su debilidad y que, convencidos por experiencia de los progresos del entendimiento, confirman, reforman o prescriben las opiniones de nuestros mayores, como deberán hacer con las nuestras las generaciones futuras. 

Obsérvense las series retóricas de tres elementos, que encontraremos, por ejemplo, en los discursos de Emilio Castelar, pero sin las florituras que tanto detesta el gusto moderno; denotan una sólida formación retórica, que reluce notabletemente en su Elogio fúnebre del doctor don Eugenio de la Peña, catedrático del Colegio Nacional de Cirugia-Medica de San Carlos (Madrid: Imprenta que fue de Fuentenebro, 1813. López Mateos criticó los aspectos supersticiosos de la medicina popular, algunos de los cuales veía peligrosos, y la tendencia a considerar posesión diabólica algunas enfermedades con efectos psicosomáticos, y fue pionero en investigar los efectos terapéuticos de la electricidad. 


A otro médico, el liberal y amigo de Espronceda Agustín Gómez de la Mata, (Moral de Calatrava, 1807 – p. 1866), muy metido en política desde la más tierna edad (participó en los debates de la Sociedad Patriótica de Almagro durante el Trienio Liberal, 1820-1823) y que sufrió los efectos de esa afición (en octubre de 1823 fue herido por un faccioso de la partida de El Locho; su padre fue asesinado por la del Abuelo; un hermano suyo tuvo que emigrar), debemos unos Estudios políticos sobre la situación de España en 1858, (Madrid: Imp. y lib. de la viuda de Vázquez e Hijos, 1858), que no he podido inspeccionar.   

Francisco Javier de Moya (Hellín, 1821 – íd. 1883)  fue una figura importante en el tercer partido, el democrático, marginado por las componendas de los dos mayores; escribió un importante ensayo, Teoría del derecho y del deber (1881) y reunió sus trabajos periodísticos en Estudios sociales: publicados en 1847 (1855).

Algunos escritores manchegos ejercieron la crítica literaria; dejando aparte a los cervantistas que veremos más adelante, tenemos a Francisco Fernández y González, Carbonero y Sol y Abdón de Paz.  


El lingüista Francisco Fernández y González (Albacete, 1833 - 1917),  miembro de cuatro academias y dominador de diez idiomas antiguos y modernos, fue uno de los pocos manchegos que pudieron proseguir los estudios de lenguas indias del ilustre Lorenzo Hervás y Panduro donde este los dejó  y hacer contribuciones importantes al arabismo, a los estudios hebraicos y a la historia en general;  aquí señalaremos sólo su La idea de lo bello y sus conceptos fundamentales: disertación leída en la Universidad Central (1858), de muy densa erudición, y su Historia de la crítica literaria en España, desde Luzán hasta nuestros días, con exclusión de los autores que aún viven, Memoria premiada por la Real Academia Española (1867). Su obra dispersa debería recogerse y editarse por sus méritos intrínsecos. 


En cuanto al arabista León Carbonero y Sol, (Villatobas, 1812 – Madrid, 1902), de quien algunos pensaron erradamente que era sevillano, se suelen citar sus obras polémicas de furioso tomista católico, fustigador de krausistas, librepensadores, hegelianos y masones, pero no su obra antisemita, de la que ofrezco este ejemplo, infame por lo que dice, pero hermoso por cómo lo dice, pues era un escritor muy dotado:

[Los judíos] en el orden político fueron siempre fomentadores de todo tumulto, de toda insurrección, en el orden moral fueron urdidores de tramas y de calumnias, falaces en su trato, faltos de buena fe y nada cuidadosos de la honra; en el orden religioso son los crucificadores de Nuestro Señor Jesucristo, son los despreciadores de su Santísima Madre; en el orden comercial, son usureros, estafadores y piratas de los pueblos. La raza judía no aumenta el comercio ni la riqueza de las naciones que los acogen... porque es como los chalanes y rateros que ven a las ferias donde hay movimiento comercial, para aprovecharse de la sencillez de los incautos. ¡Cuál será el estado de nuestro país, cuando lo más despreciable y vil que hay en el universo, más que los salvajes de América, más que los antiguos ilotas, más que los esclavos y eunucos de Turquía, más que los parias del Asia, se atreven a levantar su voz aquí en España, en la nación de Isabel la Católica, aquí donde tantos recuerdos conservamos aun de las iniquidades que cometieron!... ¿Habrá quien se interese por esa raza de maldición? ¿Habrá quien olvide lo que fueron? ¿Habrá quien desconozca lo que son? ¡Ah! no, no es posible, pero si tal sucediera... si llegara por desgracia el día en que se atrevieran a vivir entre nosotros como en los siglos medios, de temer es que a tal día, sucediera una noche toledana, y responsables serían ante Dios, los que contribuyeran con su imprudencia a despertar en el pueblo español aquellos odios que produjeron escenas tan lamentables. (“Pretensiones de los judíos para su establecimiento en España”, en La Cruz, Revista Religiosa de España y demás Países Católicos, t. II, noviembre de 1854, págs. 624-625)

Carbonero fue una figura de importancia fundamental para la prensa católica en la segunda mitad del siglo XIX. Su nombre está unido al movimiento de la “Asociación de Católicos de España”, que trabajó por el mantenimiento de la unidad de España y fue impulsor de los diversos congresos católicos. No sólo fue hombre de confianza de la Nunciatura, también mantuvo relación con los políticos y pensadores católicos más destacados de su época: Donoso Cortés, Jaime Balmes, el Padre Félix, Montalembert y muy especialmente con Louis Veuillot.  Pero lo que menos se conoce de él son sus biografías o su teatro, o el apabullante y documentadísimo tratado histórico de literatura enigmística, el mejor hasta el momento en la bibliografía española, de uno de sus hijos, con quien a veces se le confunde, León María Carbonero y Sol Merás: Esfuerzos del ingenio literario, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1890, un libro que tengo la fortuna de poseer. Compendia, suma y estudia con criterio histórico todo lo publicado en Europa y España anteriormente sobre literatura artificiosa y constituye un documentado trabajo que hay que citar inevitablemente a la hora de nombrar los precedentes de la poesía visual y de vanguardia;  debería ser reimpreso. No estará de más recordar que había poetas en el XIX como José González Estrada que se dedicaban sólo a este tipo de creaciones y que fundaron para ellas periódicos como El Pistón,  o que en Toledo publicó Francisco de Frías Las XII marañas (Toledo: Imp. de Felipe Ramírez, 1884) con charadas, fugas, losanges, saltos de caballo y otras “composiciones enigmáticas”, como él dice. Hay que reparar, pues, en que cuando el poeta carlista  valdepeñero y gran ajedrecista Antonio Solance realiza un caligrama que representa una cruz en su libro Poemas y artículos, (Valdepeñas, 1896), libro que tengo ahora en mis manos, en realidad está aludiendo a la revista del mismo nombre dirigida por el también abogado León Carbonero y Sol y a los caligramas de la cruz o poemas cruciformes que su hijo cita en sus Esfuerzos del ingenio literario, pp. 109-121 y no es, como alguno ha creído, un mero artificio sin más, sino que seguía una luenga tradición literaria que tenía sus propios representantes en el XIX, entre ellos los dichos José González Estrada y Francisco de Frías.

También arabista fue José Antonio Conde García (Peraleja, 1766 - Madrid, 1820),  quien últimamente ha sido reivindicado de los feroces ataques de otro arabista eminente, el holandés Reinhart Dozy, demasiado cargado de los prejuicios patrióticos de su nación, de su religión severamente calvinista y de su época; lo fue a partir de los estudios de otra arabista manchega, Manuela Manzanares de Cirre,  quien dejó claro que Dozy no habría podido escribir su propia historia sin la de Conde. En efecto, en su tiempo la Historia de la dominación de los árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas (1820-1821, tres vols.) fue una contribución excepcional porque fue el primero en usar y traducir fuentes originales del árabe, que fue traducida prontamente al francés (1825), al alemán (1825) y al inglés (1854); ya habían aparecido sus Califas cordobeses, (1820), sus Poesías orientales (1819), su Sobre las monedas arábigas (1817) y su traducción de la Descripción de España de Al Idrisi (1799). La obra de Conde intenta dar al castellano un sabor arábigo, como declara en su misma introducción, y por eso se entrevera frecuentemente de versos agarenos traducidos; se declara como un extracto, centón y compendio de diversos historiadores árabes y sostiene alguna teoría peregrina, como la de que la métrica de los romances españoles proviene de la arábiga; por otra parte, lejano al hipercriticismo de la Ilustración, se muestra algo ingenuo, o incluso prerromántico, al dar mucha cabida al material legendario pintoresco, como cuando cuenta que Tariq halló en una apartada estancia del Alcázar Real de Toledo veinticinco coronas de oro y piedras preciosas, que se mandaban elaborar con el nombre de cada rey visigodo y sus años de reinado en España. Sin duda que la obra de Conde, con su maestría para seducir la imaginación, tuvo mucho que ver en la formación de los Cuentos de la Alhambra (1832) de Washington Irving, donde abundan los moros encantados y tesoros subterráneos y escritos en 1829, aun cuando hacía viajes a España desde 1826; varias reimpresiones de la obra de Conde en el siglo XIX y XX testimonian su éxito y perdurabilidad. Conde fue el descubridor de la literatura aljamiada y el primer historiador que usó las fuentes árabes en su lengua original, y se conservan algunos estudios inéditos suyos sobre los orígenes del caló y el vasco.

El ilustrado Antonio Marqués y Espejo intentó revitalizar el pensamiento de los novatores publicando un centón de Feijoo, su Diccionario feijoniano (1802). Era un hombre tan afrancesado que algunos le acusaron de introducir demasiados galicismos en sus traducciones, y es cierto. En Higiene política de España (1808), su más importante ensayo, intenta descubrir el ascendiente y ventajas de todo lo francés en la cultura de su propio país, y en su El perfecto orador casi todos los ejemplos traducidos de discursos son de autores franceses.

El consaburense Alfonso García Tejero, demócrata y hombre de letras a quien trataremos más como poeta, nos dejó un ensayo polémico en su folleto La fe de los partidos: examen critico-filosofico de la decadencia de los viejos partidos con el retrato de la nueva jesuitica y temible secta de los neo-catolicos (Madrid, 1860). En su libro de viajes El cancionero de Sevilla (1873) contempla desde el tren el paisaje manchego:

Hay del suelo manchego al suelo andaluz la diferencia que de la sombra a los rayos de la mañana, de la tristeza al dolor, del desconsuelo a la esperanza, de la horrible aridez de un páramo a la primaveral y risueña perspectiva de un florido valle. 
La Mancha, tierra rica en la producción de granos, ganados y aceites, lo fuera aún más si fecundizase sus vastas llanuras un canal o se practicasen multitud de pozos, porque no siempre la lluvia riega aquellos inmensos campos. 
No descuella un árbol, apenas se ven huertas... no se descubre una fuente... ni un caserío en el espacio de muchas leguas. 
A pesar de que todas las personas ilustradas, y las no ilustradas, saben que las alamedas contribuyen a purificar la atmósfera, a producir las fecundantes lluvias y a embellecer las campiñas, los manchegos no están por árboles, ni flores. 
Por desventura y desdoro de nuestro país, no sólo en la Mancha, sino que también en otras provincias, no están ni por árboles ni por letras. 
El día alboreó, y atravesamos los diversos túneles de Despeñaperros. 
Tras una noche glacial reaparece una mañana de primavera con un sol radiante y esplendoroso. 

El abogado y profesor Juan Marina Muñoz, (Toledo ¿? – Córdoba, 1911), ancestro del famoso filósofo y ensayista José Antonio Marina, se doctoró en ambos Derechos y en Filosofía y Letras y fue amigo y condiscípulo de Unamuno, correspondiente de la Real Academia de la Historia y catedrático de los Institutos de Orense, Toledo y Córdoba. Fuera de sus títulos jurídicos, su primera obra literaria parece haber sido la comedia en un acto Un recalcitrante (1882); después escribió Toledo: tradiciones, descripciones, narraciones y apuntes de la imperial ciudad (1898), el ensayo Las direcciones de la psicología contemporánea (1906), un Resumen de Psicología (1905), una Ética (1908, con prólogo de Unamuno), una Lógica elemental (1908) y una extensa Gramática latina compendiada (1890; 2.ª ed. 1910).

Hay que desacreditar aquí definitivamente los supuestos trabajos intelectuales del cardenal Antolín Monescillo y Viso, (Corral de Calatrava, 1811 – Toledo, 1897) mediocres donde los haya. Cualquiera que lea sus diez famosas notitas a los dos tomos de su traducción de la Historia elemental de la filosofía de Bouvier (1846) se dará cuenta de que para ese viaje no hacían falta alforjas. Cierto que impulsó algunas obras intelectuales importantes que hay que agradecer más bien a la figura del riojano Niceto Alonso Perujo, como una nueva edición latina anotada de la Summa Theologica de Santo Tomás (Valencia 1880-1883, 12 tomos), su complemento Lexicon philosophico-theologicum (Valencia 1883) y el Diccionario de ciencias eclesiásticas (Valencia 1883-1890, 10 tomos), que dirigió junto con Juan Pérez Angulo, pero lo único que debemos a su mano sólo fueron traducciones e innumerables discursos y sermones de hueca oratoria.

Tomás Tapia Vela  (1832-1873) nació en Alcázar de San Juan. Estaba emparentado con el famoso helenista, gramático y cervantista protestante Juan Calderón Espadero,  del que he editado un par de obras. Su familia era bastante pobre y se hizo sacerdote para poder estudiar, según Rafael Mazuecos; por eso se secularizó cuando pudo. Estudió en Madrid y se licenció en ambos derechos en 1861; también terminó Filosofía y Letras y se doctoró en esta carrera en 1866 con una tesis sobre Sócrates. Destacó como un asiduo seguidor de don Julián Sanz del Río, a cuyas clases privadas en su casa de los martes y jueves acudía desde 1857.  También frecuentaba el Centro Filosófico de la calle Cañizares de Madrid, donde se reunían los más prestigiosos krausistas de la época: Fernando de Castro, Salmerón, González Linares, Sales y Farré, Azcárate, Moret y Giner de los Ríos, por no decir el propio don Julián.  Ayudó, además, en el Colegio Internacional que Nicolás Salmerón fundó en Madrid en 1866,  que fue, en cierto modo, el antecedente de la Institución Libre de Enseñanza (1876). Fue uno de los firmantes de la carta en que se rechazaba como mendaz la presunta petición de los santos sacramentos por Sanz del Río en su lecho de muerte.  En 1871 obtuvo, por oposición, la cátedra de Sistemas de Filosofía en la Universidad Central, creada y dotada por Julián Sanz del Río, introductor de la filosofía krausista en España; en la oposición se había inscrito también Ricardo Macías Picavea, el famoso escritor del Regeneracionismo, pero no se presentó.  Tapia había sido antes auxiliar gratuito en dicha Universidad en el curso 1867-68, llevando durante dos meses la cátedra de Metafísica, pero fue separado por orden del entonces Director General de Instrucción Pública, Severo Catalina, que consideraba sus enseñanzas contrarias a las instituciones vigentes.  En 1868 entró en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios con la categoría de auxiliar de segundo grado. En el curso 1868-69 suplió la cátedra de Historia Universal y en el 1869-70 desempeñó la de Historia de la Filosofía, por enfermedad del titular Don Julián Sanz del Río. En 1870 fue suspendido de sus actividades académicas junto con Salmerón, García Blanco y otros profesores, por discrepancias con las autoridades universitarias.
Por entonces se implicó en el círculo de profesores, intelectuales y políticos que apoyaron la revolución de septiembre de 1868 y posteriormente lideraron el movimiento político que desembocó en la Primera República (1873); en junio de este mismo año fue elegido diputado, pero falleció pocos meses después, el 31 de octubre de 1873.

Francisco Giner de los Ríos dedicó a Tapia, ya fallecido, los “Estudios Pedagógicos” de sus Obras Completas, pero poco se nos ha conservado de él. Los bibliotecarios del Senado e institucionistas José Lledó Sánchez (1844-1891) y José Ontañón Arias (1846-1930) se propusieron editar las Lecciones sobre Sistemas de la Filosofía que Tomás Tapia desarrolló en la cátedra de Sanz del Río, pero al parecer este intento no llegó al final, no alcanzó a imprimirse o permanece incógnito.  Tenemos, eso sí, una conferencia impresa de cuando participó en las Conferencias Dominicales organizadas por la Academia de Conferencias y Lecturas Públicas para la Educación de la Mujer. Estas se celebraban en el Paraninfo de la Universidad y, entre otros personajes, fueron conferenciantes Juan Valera, Francisco Pi y Margall, Ramón de Campoamor, José Echegaray, Emilio Castelar... A él le cupo la duodécima, el 9 de mayo de 1869, titulada “La educación religiosa de la mujer”, según Concepción Arenal,  que la comentó en su revista La Mujer del Porvenir, si bien luego la imprimió Tapia con el título de La religión en la conciencia y en la vida.  Según este ensayo, la enseñanza de la moral debe anteponerse a la de la religión, lo que no debe escandalizar a ningún católico, porque el Cristianismo está tan unido a la moral que falta éste en cuanto aquélla falta: el pecado es siempre una trasgresión de una moral que se nos da desde el libro del Génesis como ley divina en el Decálogo.  En este acto se leyó además la oda “La resurrección del Señor”, de Dámaso Delgado López,  por parte de don Juan de Dios de la Rada y Delgado,  y asimismo “Las melodías”, del propio lector. El famoso novelista don Juan Valera leyó su Discurso sobre el Quijote

Algo más de polvareda levantaron sus críticas contra Jaime Balmes y el escolasticismo, semejantes a las que hizo su ya fallecido pariente, el filólogo protestante Juan Calderón, publicadas en el Boletín-Revista de la Universidad. Causaron la irritación de Marcelino Menéndez Pelayo en sus Heterodoxos,  pero, en realidad, don Marcelino compendiaba informaciones que le suministró José María Aliaga del Ramo, tomándolas de los curas del arciprestazgo de Alcázar de San Juan, por orden del Obispo Prior,  acompañadas con la trascripción de dos escritos que Tapia mandó imprimir para repartirlos en los discursos a sus compatricios de Alcázar de San Juan y a los ociosos agrupados en el Casino de Manzanares el 16 y el 23 de agosto de 1869, así como de una carta que mandó para la inauguración del cementerio civil de la localidad en 1870. 

Fernando Lozano Montes,  “Demófilo”, nació en Almadenejos, provincia de Ciudad Real, el 1 de agosto de 1844, y murió en Madrid el 27 de noviembre de 1935, en plena segunda república. Estudió en la Escuela de Administración Militar y en la Universidad de Madrid, donde se licenció en Filosofía y Letras; en esta universidad fue profesor auxiliar del hegeliano Emilio Castelar en la Cátedra de Historia de España y de Francisco de Paula Canalejas en la de Literatura. Fue capitán del Cuerpo de la Administración Militar y profesor en su Academia, por lo que pudo conocer a Antonio García-Vao por lo primero y a su tío por lo segundo. Estaba a punto de ascender a comisario de guerra cuando fue separado del servicio militar por haberse negado a prestar juramento al rey Amadeo I. A partir de entonces viajó frecuentemente por Europa y América y abandonó la carrera militar por el periodismo. También se dedicó a actividades políticas como librepensador, republicano y masón, fundando y dirigiendo junto con Ramón Chíes  el semanario Las Dominicales del Libre Pensamiento, cuyo primer número salió el 4 de febrero de 1883.  Esta publicación fue, junto a El Motín de José Nakens, el coco de la iglesia católica y de los partidos aliados en la componenda canovista. Tras la muerte de Chíes en 1883, lo dirigió él solo. En 1902 se convirtió en el órgano de expresión de la Federación Internacional de Librepensamiento de España, Portugal e Iberoamérica, sección de la Fédération Internationale de la Librepensée creada en Bruselas en 1880. Organizó en Madrid el Congreso Internacional del Librepensamiento de 1892; a él asistieron Bernardino Machado y el senador portugués Magalhâes Lima. En 1902 figura como miembro de la Asociación de Prensa de Madrid junto con su hermano Juan. Destacado miembro del Partido Republicano Federal, éste le encomendó en 1907 contactar con el escritor Benito Pérez Galdós a fin de persuadirle para que entrara en política. Él mismo trabajó en la creación de la Alianza Republicana. En 1915 presidió el Directorio del partido Unión Republicana. La dirección del periódico le deparó frecuentes encarcelamientos por parte de la Guardia Civil, que venía a arrestarlo por faltarle al respeto al rey, según contaron sus hijas y testimonia en sus memorias el naturalista y oceanógrafo Odón de Buen, casado con una de sus hijas, Rafaela. Existe un busto suyo hecho por Mariano Benlliure para la escuela de su pueblo natal, donde aún sigue.

Con motivo de la encuesta con cuyos resultados Joaquín Costa elaboró su Oligarquía y Caciquismo, Lozano propuso las soluciones que Costa denominó Orgánicas:

Así también el señor Lozano: la ciencia, la extensión universitaria, las universidades populares, la escuela de niños, laica como en Francia, imitando lo hecho en aquella república y en Bélgica; y además, Tribunales de tipo inglés, levantando por encima de todos los tronos y de todas las potestades la soberanía de la justicia, como hizo Aragón en los buenos tiempos de su Justiciazgo (t. II, pág. 497). -Son los mismos dos remedios a que el señor Navarro Ramírez atribuye eficacia decisiva: con relación al segundo, aboga, como el señor González, por «la supresión de los turnos sarcásticamente llamados de mérito», el ascenso exclusivamente por antigüedad; arbitrio, como se ve, de carácter más bien mecánico (t. II, págs. 370-371: cf. pág. 110). 

Pocos periodistas habrán acumulado tan largo historial de excomuniones como Fernando Lozano; tal vez sólo podríamos exceptuar a José Nakens. Defendió el laicismo, el pacifismo y un gobierno mundial. Recogió sus escritos en Artículos religiosos y morales publicados  en las Dominicales del Libre Pensamiento  y otros periódicos  (1883), en Batallas del libre-pensamiento: segunda colección de artículos publicados en Las Dominicales (1885). Poseídos del demonio  (1887), Federalismo y radicalismo (1890), Nuevos Evangelios: ¿Qué es el socialismo? (1894), Nuevos evangelios: ¿Qué es el libre pensamiento? (1895), Carta a la Republicana de Badajoz (1903), Cartilla pacifista (1905), La raíz de la guerra y el fundamento de la paz definitiva (1916), Por los Aliados: No se puede ser liberal y ser germanófilo. Artículos publicados en "El País" (1916), Por el matrimonio civil (1918) y Habrá Estados Unidos de la Humanidad. Habrá paz eternal (1918).

Severo Catalina y del Amo (Cuenca, 1832 - Madrid, 1871), un pensador fundamentalmente cristiano y conservador, es importante por su ensayo La mujer. Apuntes para un libro (1861) que causó auténtica sensación, fue muy reimpreso y sirvió de punto de partida para todas las discusiones ulteriores sobre el tema del feminismo, facilitando que las ideas empezaran a cambiar en esos respectos dentro del partido moderado. Fue de los pocos escritores manchegos cuyas obras completas se publicaron (Madrid: Manuel Tello, 1876-1877, 6 vols.) 

Con Manuel Sanz Benito (Guadalajara, 1860 – Madrid, 1911), primero krausista y luego seguidor del francés Allan Kardec, esto es, espiritista, o espírita, como se decía entonces, hallamos a un nuevo Quijote defensor de causas perdidas en la literatura manchega. Prácticamente le echaron de su cátedra de Barcelona por pensar como pensaba; publicó la mayor parte de sus trabajos en El Criterio Espiritista, revista de larga y quizá ultraterrena vida. Aquí citaré su discurso Determinismo y libertad (1891), su Filosofía popular (sin año) y sus Estudios filosóficos. La Psiquis (1900).

Carlos Lasalde Nombela (Portillo de Toledo, 1841 - 1906) fue uno de esos escritores escolapios manchegos a los que tanto debe la cultura regional. De su gran talla humana, que fue también científica, nos dejó un grato recuerdo Azorín, que fue su discípulo en Yecla; no sólo en La voluntad (1902), sino también en otras obras. A nosotros nos interesan sólo sus trabajos históricos, críticos y didácticos, muy importantes y que no merecen ser olvidados. 

El más importante de los trabajos eruditos del librepensador Antonio Rodríguez García-Vao (Manzanares, 1862 – Madrid, 1886) es La historia: su carácter y tendencias en la época presente, publicado en 1885. Lleva por lema el ciceroniano y masónico Lux veritatis y una dedicatoria “con cariño y gratitud” a su tío materno Pedro García-Vao. Con un estilo y una imaginería metafórica algo tocados por el ejemplo de Castelar, aunque sin su inagotable verbosidad, que tanto empalaga el gusto moderno, se pregunta el autor cuál pueda ser el fin de la Historia, si realmente lo tiene o camina con un destino determinado. De la misma manera que el ciudarrealeño Félix Mejía en Jicotencal, (1826), detesta tanto el providencialismo como el materialismo ateo, porque arrebatan al hombre el papel que puede jugar con su libertad tanto en su propia historia como en la de la sociedad de su tiempo:

Nada tan perjudicial á la historia como esas escuelas llamadas supernaturalistas, que son lo que el fanatismo en las religiones, porque hacen al individuo esclavo de la Providencia, creyendo con Bossuet que el corazón del hombre está dirigido por la mano de Dios. Nada tampoco más perjudicial que los sistemas naturalistas, pues, cayendo en el contrario extremo, hacen al hombre esclavo de la materia. En los dos casos la libertad humana queda anulada por completo; en los dos casos el hombre, encadenado cual otro Prometeo por una fuerza superior, tendría que doblegarse a lo que la Providencia ó la materia quisieran ordenarle, desapareciendo entonces ese interés y esas enseñanzas que los acontecimientos pasados nos dan para que en lo futuro las generaciones puedan caminar con paso firme y seguro á la perfección.


La escuela llamada clásica, muy pagada de la forma, muy amiga de la rica vestidura y del hermoso ropaje, y que con gran entusiasmo cultivaron italianos y españoles, sin duda obedeciendo á esa ley de afinidad entre las razas meridionales, tampoco ha de producir grandes resultados en cuanto á la verdad que exigirse debe en las obras históricas, aparte de que por su lenguaje puedan ser bello ornamento de una literatura. No se le ocultaba esta dificultad á nuestro compatriota insigne Ambrosio de Morales, cuando con aquella galanura de estilo decía, refiriéndose al que hubiera de ser historiador: “...Ya que en la verdad de la historia no pueda sobrepujar a los pasados, vencerlos ha, a lo menos, en decir más hermosamente las cosas, dándoles mayor gusto y dulzura con las que les puede poner el buen estilo” (Ambrosio de Morales, Crónica general de España, prólogo).  

El hombre en sociedad es el sujeto de la historia en un proceso dialéctico inspirado en Hegel:

En la sociedad el individuo ha realizado todos sus grandes hechos, en ella ha sentido las más hondas impresiones, en ella se ha mostrado grande con la virtud y criminal con el vicio, en ella ha sido esclavo y libre, siervo y señor, sabio e idiota, mendigo y rey. De la sociedad ha recibido fructíferas enseñanzas y a la sociedad ha dado inmortales pensamientos. Ella le ha provocado a los combates temibles de la sangre y ella ha visto perturbada su conciencia por las más pacíficas, pero no menos tremendas luchas de la idea. Y en este movimiento eterno y en esta eterna contienda del individuo con la sociedad, en este flujo y reflujo de ideales que se desvanecen y de ideales que alborean, de catástrofes que surgen y de tempestades que se desatan, de instituciones que se derrumban bajo la espada de un conquistador y de tiranos que levantan su trono sobre los hombros de un pueblo esclavizado, se ve cómo el hombre cumple su misión, cómo la ley de la historia sigue su marcha inalterable; que no porque a veces nos parezca que un pueblo retrocede, el progreso se para, no; es que, como dice un gran escritor, la humanidad suele dar pasos atrás para cobrar más fuerza (...) El ilustre pensador que ha venido a formar época en los modernos tiempos, el gran filósofo Hegel, rechaza, no admite participación poética en la historia, separa todo elemento de la fantasía, juzga que la ciencia de los Tucídides no debe alimentarse de mitos ni tradiciones, quiere que la verdad y la realidad tan sólo se vean en ellas reflejadas; desea, en fin, que la historia no sea extraño zurcido de mal relatados hechos, ni oscura crónica, ni narración gallarda de hermosas leyendas. 

Evoca los avances de las ciencias naturales; cita la ‘’Carta a Mr Berthelot sobre las ciencias de la naturaleza y las ciencias históricas” de Renán, y concluye que los límites que delimitan la historia se han alejado notablemente gracias a la inducción científica. En cuanto a la religión

No es nuestro ánimo hablar de la revelación en el sentido religioso y sí sólo como fuente de la historia. Si esta es rama del conocimiento humano que tiene por base la investigación y la experiencia; si espera a conocer los hechos en todas sus manifestaciones y las personas en todos sus caracteres para deducir una ley o derivar un principio; si no ha de admitir nada que se le presente sin medios de comprobación; si su fin es descubrir la verdad de los acontecimientos para que ni una sombra de error ó de duda oscurecerlos pueda, no se comprende por qué extrañas aberraciones de la inteligencia se quiere que la revelación, de grandísima importancia para el creyente, pero de ninguna para el hombre de ciencia, sirva de sólido fundamento al historiador. La revelación que sustenta y mantiene las religiones y que eleva las almas místicas a la contemplación de celestiales regiones no ofrece garantía suficiente en nuestro estudio (...)  Aquello que el historiador no pueda penetrar con las luces naturales de su razón, no debe admitirlo, porque no ha de fortalecer su espíritu; y si, imitando a Pascal, desea embrutecerse para crecer, o, siguiendo a Tertuliano, quiere amar el absurdo, puede abandonar el cultivo de la historia que no necesita de otros sacerdotes que de los que rinden ferviente culto a la verdad; a esta verdad que, imperfecta y todo, “tal como la razón humana la concibe, tiene mil veces más importancia para nosotros que la inefable verdad que Dios solo comprende” (Laurent, Estudios sobre la Historia de la Humanidad, t. IV, p. 383).  

Así pues, el saber científico es más humilde, veraz y satisfactorio que el teológico y no hay que buscar en la historia los designios de Dios, sino el camino que labra el hombre hacia su propia perfección. Son ideales que pueden encontrarse en Condorcet, pero que coinciden con los ideales masónicos. Pasa después a analizar las definiciones y concreciones, potencia y acto, que se han hecho de la historia y su correspondencia con la realidad objetiva:

 Innumerables son las definiciones que de la historia se han dado, y apenas si hay alguna que esté en consonancia con lo que el progreso del pensamiento solicita. Unos creen que la historia es el cántico de alabanza que los pueblos deben entonar en honor de los reyes; otros que se limita a la narración seca y descarnada de las glorias de las naciones; quién piensa que no puede haber historia allí donde no se haya recibido el espíritu cristiano; quién otro juzga que no hay narración verídica y exacta si no se cuentan las víctimas que los rencores de los hombres han producido, considerando la superficie terrestre como sangriento campo de batalla, y en tanto que unos entretienen el gusto de su tiempo relatando sabrosísimas y novelescas acciones, otros llenan sus crónicas narrando minuciosamente escenas de la vida doméstica de algún soberano imbécil o de algún oscuro favorito, sin que se curen jamás de enseñar por qué modo las ciencias progresaron, cuáles fueron las instituciones que el derecho fundamentó, sucediendo con frecuencia que mientras se dedicaban inacabables páginas a las hazañas de los poderosos, no había una que ensalzara a los humildes; que mientras se propagaban los libros en que estaban escritas las proezas de los emperadores, se olvidaban las mayores proezas de los pueblos, y, que en tanto que lucían en las páginas de la historia los ignorantes que encumbró la fortuna, no había una línea para los sabios, tan dignos de la gloria. (...) Cuando Cicerón dice de la historia nuntia venustatis, cuando Bossuet la considera como “la sabia consejera de los príncipes” y Lingard como “el cuadro de las miserias impuestas a la multitud por las pasiones de algunos hombres”,  cuando De Maistre la compara a un “inmenso campo de batalla”  y La Cordaire la juzga como “el archivo de las deshonras humanas”,  no hacen sino mirarla bajo el aspecto que más pueda convenirles para la defensa de las teorías que siguieron. 

Es evidente que García-Vao desea una historia menos anecdótica que ideológica y colectiva, y que tenga en cuenta los avances científicos y tecnológicos de la sociedad; pero también, aunque reconoce la importancia y el rigor documental del positivismo, desprecia la atomización del mismo y su incapacidad para alcanzar síntesis comprensibles desprendidas de sus fundamentos materialistas; como bien dirá uno de los colaboradores de Las Dominicales, el naturalista Odón de Buen, estudiar la ciencia en los papeles sería “lo mismo que estudiar la literatura en los diccionarios”, por eso termina así el primer capítulo de su ensayo: 

En tanto que la actividad humana no se ponga de manifiesto, lo mismo en lo que de material tiene que en lo que posee de inmaterial, el estudio no ha de completarse ni el pensamiento satisfacerse, ni se ha de comprender la lucha que, por sujetarse a la ley del progreso, viene sosteniendo el hombre: síntesis en que se armoniza el espíritu y la naturaleza.

Todas estas ideas tienen mucho que ver con el Krausismo y la Institución Libre de Enseñanza, que sabemos se promocionaba (en todos sus números figuraba un amplio anuncio de la misma, publicado gratuitamente) y protegía en Las Dominicales del Libre Pensamiento. Ya en la segunda parte de su disertación, busca el autor un modelo apropiado de historia universal:

Ni la obra de Orosio puede ser considerada como una historia universal, por mucho que pretendamos forzar nuestra inteligencia, ni en su cerebro germinó la idea de lo que ser pudiera la filosofía de la historia. Moesta mundi no es más que la ingeniosa producción de un sectario que retrata las grandes tristezas del mundo para deducir consecuencias y derivar principios favorables siempre a la religión que profesaba. Y este juicio que se ha formado sobre el discípulo de San Agustín es aplicable al maestro. 

Y desciende a analizar las distintas historias de España que se han escrito en nuestro país. Empieza con la compuesta por Ximénez de Rada y en el siglo XIII destaca la de Alfonso X, del que rechaza su demasiada e ingenua credulidad, por más que en su tiempo no fuera posible hacer nada mejor. En el siglo XIV alaba la obra de Pero López de Ayala, aunque no es imparcial, y percibe en él el deseo de imitar a Tácito; la Crónica de Juan II es parecida. En el siglo XV Hernando del Pulgar, Florián de Ocampo y Ambrosio de Morales escribieron una Crónica general de España “admitiendo en ella mitos, leyendas, tradiciones, milagros, todo cuanto en los cronicones antiguos encontraron, sin someterlo a una escrupulosa depuración”.  Acaso atribuye los errores de Florián de Ocampo a hombres de juicio más crítico, como Pulgar o Morales. Juan de Mariana le merece con justicia mayor renombre.

Táchasele de que no depuró ninguno de los hechos que ofrecían duda, de que no estudió bien los datos que tuvo a su alcance, de que faltó con gran frecuencia a la verdad, de que admitió, como Morales y Ocampo, las fábulas más absurdas y las más extravagantes leyendas, de que no suele ser escrupuloso en las citas cronológicas y de que, guiado por un incomprensible pesimismo, juzgó todos los sucesos por el lado más desfavorable. Mas si se tiene en cuenta que su intento no fue escribir historia, sino poner en orden y estilo lo que otros habían recogido, que en su tiempo ni se exigía ni podía comprenderse ese espíritu filosófico de que hoy se la quiere revestir, y que siguió las huellas de Tito Livio y de Tácito, imitando a aquél en la narración y a éste en el razonamiento, se comprenderá el valor del trabajo realizado por este gran cultivador de la historia. 

Pasa revista a Moncada, Melo y Hurtado de Mendoza, que le recuerdan a los historiadores latinos, y luego analiza la decadencia del siglo XVII, representada por Solís  y Pérez de Hita. Tras ellos, Conde, Masdéu, Flórez y Toreno destacan más por sus buenos deseos que por otra cosa, así como Lafuente, Dozy y las Memorias de la Academia de la Historia.

El ideal, pues, de la ciencia histórica moderna está por realizar en nuestra patria, tan querida como infortunada. Algo se empieza a conseguir, ya cuando se escribe acerca del pueblo helénico, ya cuando se presenta con gallardo estilo y amplio espíritu la perturbación de las ideas religiosas, ya cuando se narran con discreción las vicisitudes de los pueblos americanos, ya cuando se sacan del olvido los hombres que de algún modo han combatido a la Iglesia española. Los unos con sus tendencias progresivas, con sus aspiraciones contrarias los otros, en lucha constante harán, al fin, que prosperen los estudios de este género, que el anhelado renacimiento se consiga, que la historia de España se forme, que las teorías modernas imperen en esa formación; y con este esfuerzo y con este trabajo, merced al impulso individual, que la cultura general se extienda; pues no es sólo el hombre el que honra al pueblo con sus acciones, ni la nación sola la que ennoblece al individuo, como creían los antiguos,  sino que mutuamente se glorifican y se ennoblecen, merced a esa cadena indisoluble que la gloria y el genio establecen y que sólo llegan a romper los pueblos suicidas. 

Advierte, pues, el autor que la historia de España no ha de reducirse a una discutible simplificación ideológica que la tiene por absolutamente católica y europea (y aún cabría añadir unirracial y unilingüística), sino que tiene contradicciones y herejes, con lo cual parece aludir a la Historia de los heterodoxos españoles de Marcelino Menéndez Pelayo. Examina luego la historia en las demás naciones europeas desde el siglo XVIII. No le tuerce el juicio la tan usual galofilia de los intelectuales hispánicos, pero se deja llevar demasiado por la trasnochada y romántica teoría de los caracteres nacionales, hoy en día sumida en el descrédito y tenida por peligrosa:

Los historiadores franceses se caracterizan por su ingenio, por su apasionamiento y falta de imparcialidad; en los italianos, la fantasía juega un gran papel; los alemanes distínguense por el detenimiento y el cuidado con que estudian la antigüedad y por el minucioso análisis que hacen de los hechos, y los ingleses, por esa frialdad en el juicio, por esa serenidad de apreciación que les ha valido el respeto de todos los espíritus imparciales y desinteresados. 

Estima que, en Francia, Thierry es el que mejor escribe, el más artista de los historiadores modernos en su Conquista de Inglaterra por los normandos, “obra la más bella de nuestro siglo”. Dos historiadores ilustres tuvo la Revolución Francesa, ambos con buen estilo: Mignet y Thiers; el primero aplica sus principios filosóficos para que unos hechos vayan a ser consecuencia de otros, el segundo no da a los acontecimientos sino la importancia que merecen, presentando los cuadros sobresalientes con elocuencia arrebatadora. Guizot en su Historia de la revolución inglesa es el menos importante, y le parece sin ideas, anticuado. En su Historia de Francia Michelet es demasiado parcial, alaba siempre a sus compatriotas y sus datos no son aprovechables, pero impresiona por el estilo y la altura de su elocuencia. En cambio, por su imparcialidad merece citarse a Carlos Fouriel y su Historia de la Galia meridional. 

En cuanto a los historiadores italianos, y tras mencionar la reciente unidad nacional que ha alcanzado al fin la Península Itálica, el autor cita a Constanzo en su Ensayo político sobre la Italia desde el siglo XI hasta nuestros días y destaca a Carlos Botta por su Historia de la independencia de los Estados Unidos de América. Rivaliza con el historiador de los pueblos prerromanos, Micali. Le llama la atención por su popularidad en todos los idiomas Cesare Cantú por su Historia universal, pero percibe en él el defecto de un gran desconocimiento de España, pero lo disculpa porque en su última parte la obra es mejor y por ser el primero en intentar empresa tan ardua.

Alemania, pueblo de pobre imaginación, desprecia el elemento artístico. No hay historia propiamente dicha hasta después de fundarse la Sociedad Histórica en 1819 por Von Stein. Destacan dos autores: Leopoldo von Ranke por diversas obras: la Historia de la Reforma, la Historia de Francia e Inglaterra en el siglo XVI, la Historia de los Papas y otras. Es imparcial y frío. El otro es Schlosser, de vastos conocimientos, autor de una Historia universal y una Historia del siglo XVIII. Cita también a Teodoro Mommsen y Max Dunker, el primero para la historia romana y el segundo para la griega.Y considera definitiva la Historia de Grecia de Curtius. Otros autores de menor aliento son Niebuhr, Gervinus y Menzel.

Si los ingleses tienen fama de interesados y parciales, en la historia no han mostrado ese talante. Consagra grandes elogios a Macaulay y su obra maestra, la Historia de la revolución en Inglaterra. Y la cita: “La nación, por defender sus fueros invadidos, vio sucederse las insurrecciones, los procesos, las batallas, los asedios, las proscripciones y los asesinatos jurídicos, quedando a las veces postrada y casi exánime la libertad” (p. 33-34, en la traducción de Juderíos Bander). Destaca su amor a la justicia y su análisis esclarecedor, su imparcialidad.

García-Vao dedica la tercera y última parte de su ensayo a definir el propósito de la Historia; cita al respecto la famosa frase de Condorcet: “La utopía de un día es el ideal del que le ha de seguir: la perfectibilidad del hombre es indefinida y su duración será tan larga como la vida de nuestro globo.”  Por demás,

El individuo en ocasiones se adelanta a su tiempo, iluminado por la llama del genio, mira en los espacios de su conciencia ideales que nadie ha llegado a pensar; y como, según Leibnitz, todo presente está lleno de pasado y preñado del porvenir, observa desde lo alto las instituciones. El espíritu humano, que es, como ha dicho un ilustre maestro de la Universidad Central, el gran protagonista de la historia, y que tiene por instrumento la libertad, no se alimenta y vive tan solo de recuerdos, sino que también le infunden aliento las consoladoras esperanzas.  La historia hoy busca nuevos caminos; ya no puede vaciarse en los estrechos moldes de la antigüedad, ya no puede encontrar sus inspiraciones en Heródoto, ni en Tácito, ni en Mariana; el espíritu progresivo de los tiempos que cruzamos pide algo más, solicita nuevos materiales, nuevas fuentes.  

Si sólo se le exigía al historiador en el pasado buenas condiciones de artista o narrador, ahora se le ha de exigir también rectitud en la materia y verdad y minuciosidad, “una experiencia exacta y detenida, sin mixtificaciones, sin dudas y sin errores.”  Observa, además, que la amplitud de la materia obliga a dividir el campo y que la objetividad se manifiesta mejor en terrenos de estudio no demasiado extensos ni acotados.  Por eso Macaulay renunció a escribir una historia universal. El historiador

Debe ser el pensador severo que, exento de pasiones, describe a los pueblos, sin que sus vicios ni sus virtudes le perturben y le inclinen a lado contrario de la justicia; debe ser el escritor profundo que, con mirada de águila, contemple y examine el carácter de una edad o de un periodo; ha de ser, por último, el crítico imparcialísimo que, abarcando todos los hechos sin apasionamientos y juzgando todos los ideales sin inclinaciones que puedan mixtifiarlos, dé a cada pueblo lo que a cada pueblo, por sus pequeñeces o por sus grandezas, le corresponda; dé a cada cultura lo que por haber engrandecido una o más naciones se merezca; dé a cada fase del espíritu lo que por derecho propio haya ganado; y sin ocultar las grandezas de los reyes ponga de manifiesto sus míseras ruindades y sin disimular los vicios de los humildes saque a luz sus sacrificios y sus heroísmos: único modo de que esa gran magistratura de la conciencia, que se llama historia, pueda ejercer su misión sobre la tierra (...) Desea la razón pocos hechos, pero bien examinados; pide nuestra inteligencia grandes síntesis, en las que se abarque toda una época, todo un desarrollo de una civilización. La historia universal debe ceder su puesto a la particular y a la general. Para mayor provecho de los estudios filosófico-históricos, se dará más crédito, con justo fundamento, al historiador de un pueblo solo, de una fase de la cultura, de una edad del mundo, que al que pretenda abarcar todas las razas y todas las civilizaciones. 

En consecuencia, y de acuerdo con esta visión hegeliana de la historia, la especialización debe imperar en la Historia como disciplina científica y ésta misma debe diversificarse según fases culturales y periodos y pueblos diferenciados. 

Trataré ahora de la literatura memorialística. Los documentos biográficos  del canónigo manchego Juan Escoiquiz son en realidad autoalegatos justificativos y, literariamente, auténticas obras maestras del más minucioso cinismo en el principal artífice de la Conjura del Escorial y del Motín de Aranjuez, transeúnte nada honroso de la bochornosa componenda entre Napoleón, Fernando VII y sus dudosos padres en Bayona. Baste decir que a la tercera página de sus Memorias deja ya de hablar de él para pasar al hecho capital de su trayectoria: su nombramiento como preceptor del príncipe Fernando. 


Félix Mejía Fernández-Pacheco nos dejó sobre este último una colección de anécdotas con la intención de infamar para siempre la monarquía española en su Vida de Fernando Septimo, rey de España: ó, Coleccion de anecdotas de su nacimiento y de su carrera privada y politica (Filadelfia: Ashmead y Cía. impresores, 1826), que se suelen atribuir al emigrado bonapartista e intérprete Charles Lebrun, cuando es sólo el propietario de la edición o editor, como he demostrado en mi tesis; igualmente son suyos los Retratos políticos de la revolución de España o de los principales personages que han jugado en ella, muchos de los quales están sacados en caricaturas por el ridículo en que ellos mismos se habían puesto... (Filadelfia, s. n. 1826), vitriólica colección de más de doscientas semblanzas que revelan los rencores y los más escasos amores de un liberal  carbonario al que habían asesinado casi todos sus amigos y que tuvo que refugiarse en Filadelfia, donde estaba emigrado José I, huyendo en un barco norteamericano del penal de la isla de El Hierro. Por demás, son interesantísimos los ensayos que acompañan a estas obras; en “Ojeada política u observaciones sobre la revolución de España que fijan las causas de su malogro”, animada por las ideas de Raynal, Condorcet, Thomas Paine y Edmund Burke. Mejía explica por las ideas consuetudinaristas de este último el fracaso de los dos tiempos de la invertebrada revolución española, intentando salvar sus principios iusnaturalistas, con los cuales se identifica más:

Los nombres no decían ya su antigua relación con las cosas: apenas hay una que sea representada en completo por su palabra original. Manejándose en las Cortes nuestros legisladores con esta equivocación, tomaban las palabras por cosas y aceleraban así, sin percibirlo, esa disolución en que estaba ya la nación, dejándola en el puesto en que la vemos sin sistema alguno, sin leyes, sin bases, sin ligación y sin cosa alguna de las que constituyen sociedad, porque la quisieron constituir sobre un código de palabras, que todas eran, por las razones que hemos expuesto, para los españoles unos meros sonidos, habiendo desaparecido las ideas a que correspondían o, cuando más, siendo consideradas por ellos como en abstracción y sin punto alguno de contacto con los hombres y con las cosas para que se hacían. Es más claro que la luz del mediodía que esta es la causa del malogro de la revolución en España.

El “Bosquejo histórico razonado de la actual revolución de España, formada por el clero, los frailes y los serviles para destronar a Fernando VII, a quien acaban de colocar sobre el trono absoluto por otra contrarrevolución” es un intento de explicar el auge del partido carolino, germen del futuro Carlismo:

La revolución que formó el partido liberal el año veinte se malogró porque, como en la de Francia, los constitucionales no lo eran y se dividieron y vendieron ambiciosamente la libertad por su negocio. Se ha dicho que las revoluciones son como Saturno, que devoran a sus propios hijos.  En la de los frailes del año de 25, que pudo Fernando haber previsto en su misma conducta, que iba dándole desde que salió de Cádiz resultados y datos ciertos de ella, se debieron, como en todas, dividir en partidos los serviles que la formaron, y buscar el partido disidente otro rey que oponer al partido que sostenía al antiguo, que no podría agraciar a todos igualmente.

El ensayo “Cuestión política” intenta explicar por qué Estados Unidos ha podido consolidar su revolución y España no. La religión y la educación protestante y la existencia de un lugar nuevo y virgen apoyaron la revolución de EE. UU.; la sociedad podía constituirse sobre nuevos valores; en España todo estaba viejo y viciado.

Si la España hubiera de haber formado la suya por sus hábitos y sus costumbres, no fuera ni sería nunca otra cosa que lo que es: catolicismo exclusivo y declarado única religión verdadera, como lo hicieron los sabios de resorte que forjaron la del año de doce, frailes, obispados pingües, canonicatos amayorazgados, Inquisición, vinculaciones, diezmos, ignorancia santificada, trabas para todos los ramos y para todos los sentidos, educación frailuna y un rey dios, más dios que Dios mismo. No puede tener otras leyes si las ha de sacar de sus costumbres y han de ser durables. Dos revoluciones ha hecho para aplicarse las leyes de los libros y las que tuvieron otros pueblos sin aplicarse antes las mismas costumbres, y ha sufrido siempre las desgracias que ocasiona y debía ocasionar la violencia de este choque y la disonancia invencible de esta monstruosidad, cayendo al punto en el aplomo de sus hábitos que hoy forman otra vez su constitución.

Terribles son las palabras de Félix Mejía en otras ocasiones  lamentando la ignorancia del pueblo español o el fracaso de la Revolución de Riego; no estará de más decir que Félix Mejía, un manchego, fue el primer escritor español en usar la palabra democracia con el sentido pleno que hoy tiene, y no con el de “anarquía” que tenía en el XVIII o “gobierno más o menos representativo” que fue tomando desde las Cortes de Cádiz:

Detestad con rabia ese absolutismo de los reyes que los hace superiores a los tiros de un furioso enojo de los pueblos: quieren conservar ese epíteto, para abroquelarse y aparecer impunes a la faz de la especie humana. ¿Dónde está la ley si son absolutos? ¿Así pretenden hacerse inviolables? Jamás se oiga, pues, en vuestra boca el nombre de monarquía que inventó el capricho, confirmó la cruel prepotencia y autorizó un poder colosal: democracia, españoles, democracia, porque antes de los monarcas hubo hombres y hubo pueblos que hicieron los reyes y les delegaron aquellos derechos que ahora ellos les sostienen como inherentes a la dignidad real, siendo todos populares: verdad que selló con su sangre el ilustre campeón que, en los campos de Villalar, dio honra a Castilla, a su Hermandad, a España toda. 

El castellano nuevo o manchego hace, como muchos otros compatricios suyos, una lectura legendaria melancólica de la derrota del pendón bermejo en Villalar. 


Es preciso ahora tratar a un escritor olvidado, pero que fue principal fuente para la Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista (Madrid: Mellado, 1858-56, 5 vols.) de Antonio Pirala en lo que toca a la I Guerra Carlista en la Mancha. Siempre me ha escandalizado que los historiadores presuntamente especializados en este tema hayan desconocido su importantísimo testimonio, por lo cual daré cuenta de él aquí con alguna extensión, citando por primera vez esta obra que ninguno de ellos ha utilizado jamás.


  Juan Cotarelo y Garastazu nació en Oviedo el 24 de marzo de 1814. Ingresó muy joven en el Cuerpo de Caballería del Ejército y en 1835 pasó con el grado de sargento al de Guardias de Corps. Según Javier de Burgos, hizo la guerra carlista en el Regimiento de Cazadores a Caballo de la Guardia. En 1837 fue ascendido a alférez de la Guardia Real; en este cometido escribió un opúsculo para defender a este cuerpo de los ataques de la prensa en 1841;  en 1848 ya era comandante y, en 1861, coronel; terminó su carrera siendo brigadier, cargo equivalente ahora a lo que llamamos general de brigada; su última obra conocida es un artículo de 1876 y, al parecer. falleció en marzo de 1879 con el grado de teniente coronel del cuerpo de inválidos. 

Como escritor sus obras se relacionan de una u otra forma con su profesión. Confeccionó, pues, importantes manuales de cría caballar,  que le valieron incluso una calle que lleva su nombre en Triana, y obras técnicas militares que sirvieron de libros de texto en academias;  pero también se consagró a la redacción de estudios sobre geografía  e historia, aspecto por el que a nosotros nos interesa más. Hizo, por ejemplo, una Biografía de Juan Sebastián Elcano (Tolosa: Imp. de la Provincia 1861) que se publicó por entregas en La Ilustración Española y Americana,  un Cuadro histórico cronológico de los principales acontecimientos de las tres guerras sostenidas por las armas españolas en el presente siglo: Independencia, América y Civil que alcanzó dos ediciones (Madrid, 1848 y 1855)  y escribió una Historia de la guerra de la Mancha (Madrid: Imprenta de la Compañía Tipográfica, 1839), que analizaremos por menudo ahora.

    Se trata de una obra rara; sólo ha sobrevivido un ejemplar, sobre el cual he realizado mi edición (inédita). Esto era frecuente en un siglo en que muchos libros desaparecieron a causa de las cortas tiradas que se hicieron de ellos, por no hablar de la fungible hemerografía, estragada además por una plaga de bibliómanos coleccionistas; no debe, pues, extrañar que no haya sido utilizado por la bibliografía que ha tratado las guerras carlistas en La Mancha;  algo parecido ha sucedido con el Diario de un médico, que solamente ha empezado a ser utilizado como fuente para esta materia porque en Tecnodoc accedieron gentilmente a hacerme una copia digitalizada del mismo que ha sido luego expuesta en Internet.

De ahí, pues, la importancia de este opúsculo, junto a la clásica Historia de la guerra civil de Antonio Pirala, para el estudio de la primera guerra carlista en La Mancha. 

    El escrito de Cotarelo consta de cuatro cuadernos de unas veinte hojas precedidos de una “Advertencia”. En ésta, el autor afirma que el jefe principal de las bandas enemigas es Palillo

Figura esta entre los carlistas con algún nombre, porque su dureza de corazón le ha hecho un objeto temible al que tenga la desgracia de caer en sus manos (...) Los facciosos manchegos egercen todo género de iniquidades pretestando la defensa de una causa y, en la série de seis años de guerra que desgraciadamente corren, se han enlazado los hechos de unos hombres perversos con heróicas defensas de pueblos que han querido humillar. (...) He creido hacer una breve relacion de la guerra de esta provincia, ya que aquellos hombres feroces que desconocen la sociedad han puesto en observación á todos los pueblos. 

Los cuadernos reflejan las operaciones militares en la provincia de Ciudad Real dividiéndolas por años. Cada uno se precede de un largo epígrafe a manera de resumen. Ocasionalmente transcribe documentos como circulares y manifiestos y alude a otras fuentes. El cuaderno primero se remonta a lo acontecido en La Mancha antes de la I Guerra Carlista. 

En el regazo de la paz que yacía la nación en 1833, sentía la Mancha su pequeño peso de guerra por las columnas en persecución de contrabandistas y malhechores, que recorrian la provincia (...) Algunas columnas eran fuertes de cuarenta ó mas caballos, tal era la que mandaba el capitan Jacome del regimiento de la Reina 2.º de línea. El carácter del manchego es fuerte y atrevido: los contrabandistas tienen ensayos propiamente militares, haciendo marchas rápidas por desusados caminos, teniendo continuos avisos de las tropas que los persiguen y haciendo frente alguna vez en los encuentros que no pueden rehusar; así es que la Mancha producirá en todas las revoluciones esas guerrillas que, tan conocedoras del terreno, saben quedar burlada la persecución mas activa. (Op. cit. p. 5)

Antes de su disolución, los voluntarios realistas se hallaban organizados por batallones y brigadas, estaban completamente equipados y disponían de dinero no sólo para hacer frente a sus propios gastos, sino también para otras circunstancias. Los que mejores suministros poseían eran los de Almodóvar. El coronel Manuel Adame, alias Locho

Conocido en la anterior época constitucional por “el caudillo faccioso manchego”, fijó desde 1824 su residencia en Ciudad Real con un retiro harto suficiente para otro militar digno que los años y fatigas le hubiesen hurtado la agilidad y la salud. Carecía de educacion, su figura era innoble y tenía una imperfección asquerosa que no podia ocultar: era también desaseado. Los subordinados suyos, sin conocimientos militares, sin aplicacion y sin esperanza de poder ser unos regulares oficiales, obtuvieron su retiro por el gobierno absoluto por quien habian empuñado las armas. Vivían tranquilos en el pais, pero era de suponer que al grito de alarma del jefe acudirian á su lado. (Op. cit., p. 6)

En 1833 principió la guerra: “El grito de Carlos V pronunciado en Talavera de la Reina resonó en Ciudad-Real y Almagro; en los campos de los Ojos del Guadiana debía repetirse.” Adame se puso en movimiento, y, entre los muchos inferiores que contaba para la empresa, escogió a dos caudillos especialmente crueles

Eran D. Francisco y D. Vicente Rugeros, alias Palillos, que de comandantes de los regimientos de caballeria 2.ª de ligeros y 3.º de línea fueron clasificados de tenientes de la misma arma y permanecian en sus casas  con licencia ilimitada en la ciudad de Almagro. El gobierno no tardó en saber esta conjuracion y, en el mes de octubre, despachó un correo estraordinario con órdenes al coronel D. Juan de Pozas, comandante de armas de dicha ciudad en aquella época, para que procediese á la prision de algunas personas de ella y pueblos inmediatos.

Se pudo prender a Francisco Rugero, porque estaba enfermo y en cama, pero su hermano Vicente fue avisado y consiguió escapar. En cuanto a Adame, un capitán de húsares fue a la cabeza de cuarenta caballos a Ciudad Real, pero se dejó ver fiado en el secreto de la misión y perdió un tiempo precioso que Adame empleó en sospechar su intención y tomar las de Villadiego. No era un hombre fácil de atrapar: ya había conspirado antes en 1824 y había conseguido huir en muy parecidas circunstancias.  Por otra parte, en las riberas del alto Guadiana otro capitán de húsares estorbaba la reunión de las tropas sedicentes que se había citado allí. En el registro de la casa del Locho sólo se descubrió una carpeta con documentos pertenecientes a la facción que acaudilló hasta 1823, por lo que conjeturaron que se llevó los de la conspiración. Después llegó a la capital de provincia el coronel Tomás Yarto con una columna de la Guardia Real y contribuyó a apagar la insurrección; el año acabó, sin embargo, con una escaramuza contra el coronel retirado Eugenio Barba, quien con reos excarcelados y caballos robados en Aldea del Rey formó una cuadrilla que fue derrotada y disuelta por un destacamento de húsares. En esa acción perdió la vida Miguel Valiente, alférez de caballería retirado. Los restos de esa cuadrilla fueron a unirse al Locho en la sierra. Este, por entonces, recorría los pueblos para alistar soldados, pero le alcanzó en La Atalayuela el teniente coronel Valentín de la Maza y logró reducir su partida a veinte hombres, dándose el Locho a la fuga entre peñascos. Palillo tuvo más suerte y logró reunir alguna gente sin problemas.
En 1834 continuó la guerra de forma más activa. Los sediciosos

Arrastraban á las facciones á los que el dinero les hacia abrazar cualquiera partido: los cabecillas no desistian de llevar su empresa adelante, porque esperaban apoyo en los absolutistas portugueses, ó porque esperaban ver el desenlace de la revolucion en las provincias Vascongadas. (Op. cit., p. 10)

El comandante general Ramonet marchó a Almagro para organizar columnas en persecución de los carlistas y batió a los enemigos en varios puntos de la sierra; en Piedrabuena encontró al Locho y lo dispersó causándole algunas bajas.

Las noticias del alzamiento de algunas bandas de facciosos y de las crecidas sumas que circulaban al efecto llamaron entonces la atención del gobierno: una Real Órden espedida en 20 de marzo á las autoridades civiles de Ciudad-Real, Almagro y Miguelturra encargaba que, por cuantos medios estuviesen dentro de sus atribuciones, se reprimiese con mano fuerte la sublevacion, que se escitase el celo de los hombres honrados y se les interesase eficazmente en el sostenimiento de la tranquilidad; las recordaba la obligacion que tenian de desplegar la energia mas vigorosa y acreditar con hechos positivos y públicos su rectitud y adhesion sincera al servicio de la Reina Isabel. La prueba mas evidente del soborno era que, no obstante haber sido desecha la faccion de Locho en diferentes puntos, habia llegado á reunir este cabecilla el 14 de abril doscientos infantes y sesenta caballos: no hay duda que hubiera crecido mucho este número si el coronel de caballeria D. José Besieres, con una pequeña columna compuesta de partidas de diferentes cuerpos, y algunos urbanos, no le hubiera derrotado completamente en Ruidera. (Op. cit. p. 11)

Barba fue batido y muerto en Jandalilla, pero nuevos caudillos surgían por doquier y la rebelión se extendía, suscitando encontronazos con las milicias urbanas de los pueblos. Las de Villarrubia, Horcajo, Malagón y Carrión se distinguieron especialmente por sus buenos servicios y lograron la destrucción de la gavilla del Lobito en las Sierras de Peña Helada; el propio Lobito fue muerto por el capitán de caballería Félix Imedio. Sin embargo las exacciones de todas clases que sufrían los pueblos dieron lugar a una circular expedida por el brigadier Barutell el 24 de julio de 1834, en la que decía a las justicias

Que, convencidos los enemigos de la patria de que su triunfo era imposible, se gozaban en los males que causan y de que ellos mismos vienen á ser víctimas; que, propagando noticias absurdas y ridículas entre los imbéciles que se saborean con ilusiones, sostenian algunas gavillas de foragidos que interrumpian las comunicaciones, sobresaltaban y robaban las aldeas de corto vecindario; que estas, por su mal espíritu, por un mal entendido temor ó por mala fé de sus justicias, sostenian abierta una herida que habia de acabar por consumirlos; que era en estremo vergonzoso oir que una gavilla de quince ó diez y seis miserables se introducia en los pueblos sin hallar oposición. (p. 12).

Es más, fijaba castigos a los que se descuidasen en dar partes o no desplegasen la actividad y energía que les imponía su deber. El escrito surgió su efecto, ya fuera por entusiasmo o por temor y, tal vez gracias a eso, se vio a la villa de Corral de Calatrava, al aproximarse una facción, tocar las campanas a rebato y salir todo el vecindario a su encuentro para rechazar el ataque durante los días 14 y 15 de septiembre de 1834.

El año de 1835 fue el del surgimiento de nuevos cabecillas. Venancio Sánchez Balmaceda, alias Requena, se presentó en el campo de batalla y fue muerto por el alférez del tercer regimiento de caballería de ligeros Joaquín Vergara en las inmediaciones de Puebla de Don Rodrigo. Jerónimo Galán empezó sus correrías y fue batido en el cerro de los Toreros. Más afortunado fue Tercero, pues consiguió reunir en los valles de Gálvez más de doscientos hombres. Parra, más conocido como Orejita, se hallaba entonces sobre Fuencaliente y Mestanza con cincuenta hombres, hostigando frecuentemente el camino a Madrid.

Este partidario, cuando la estincion de los voluntarios realistas, era oficial de los de Calzada de Calatrava, en cuyo pueblo tenia el encargo de rentista ó alcabalero; era poco perezoso, pero carecia de conocimientos y de carácter; imprudente en los combates, pocas veces los rehusaba, y así veremos su historia seguida de un gran número de reveses. Despues de la derrota que le causó en el puerto de Calatrava el capitan del provincial de Córdoba D. Calisto de Bargas y de haber sido rechazado de la Calzada por los milicianos urbanos, se reunió á Macilla é intento nuevo ataque contra el mismo pueblo: esta tentativa solo tuvo por éxito derribar dos parapetos que defendian las entradas, llegar á la plaza y extraer un preso de la carcel; los urbanos, con una honorífica resistencia hicieron á los enemigos dejar el pueblo (p.13-14)

Las partidas enemigas iban aumentando sus efectivos y llamaban la atención por doquier. Una llegó a los muros de Yébenes y fue hostilizada por la milicia urbana, y otra sorprendió en Horcajo a un pequeño destacamento de tropas isabelinas. Peco y Tercero ofrecían ya algún cuidado y las partidas de Lastra y el Valenciano cruzaban Sierra Morena aunque, atacados por una partida del segundo regimiento de caballería de ligeros, al mando del capitán Joaquín Fitor, fueron muertos ambos en los campos de Torremilano. En vista de tantos fracasos, los soi-disants legitimistas trazaron la primera operación conjunta ambiciosa de la guerra en estos predios:

Conocian los carlistas lo importante que era reunir todas las gavillas de la Mancha y someter al mando de un gefe tanto cabecilla; con tal mision se presentó de órden del Pretendiente el brigadier Mir, quien se esforzaba para que sus mandatos fueran cumnplidos por todos los que capitaneaban, sin órden, aquellas bandas de facciosos; pero estos, acostumbrados á vivir á su arbitrio, no estimaban la organizacion y no daban cumplimiento á las órdenes de su gefe. A esta inobediencia se debió la salvacion de de la capital de la Mancha, cuando, con alguna fuerzas reunidas se dirigió contra ella el 15 de agosto Mir. Si á este ataque hubieran concurrido todas las partidas, habrian conseguido indudablemente una victoria; porque Ciudad-Real solo contaba con doscientos deensores. El enemigo, antes de amanecer, llegó á las inmediaciones de la ciudad en fuerza de quinientos hombres, ocultándose en las tápias de un camposanto que hay fuera de la puerta titulada de Toledo; desde allí se destacaron treinta caballos que, introduciéndose en la ciudad, llegaron al paseo del Prado y dieron muerte à un sargento del segundo de ligeros de caballeria. Una partida del mismo cuerpo, unida á otra del resguardo, rechazaron á aquel puñado de atrevidos, y Mir entonces pronunció su retirada.

    Se sometieron por fin a la autoridad de Mir, Tercero, Orejita y Perfecto; reunidos intentaron el 23 de agosto penetrar en el Viso, donde recibieron una severa leccion de un pueblo unido. Puestos en defensa los vecinos al toque de alarma, hasta las mugeres tomaron piedras para recibirlos; un vivo fuego confundido con el nombre de la Reina salia por todas partes, y por todas partes tomaban la fuga mas de quinientos hombres que osaron atacar á un pueblo libre y entusiasmado. La reunion de estos cabecillas y especie de organizacion fue la señal de su ruina, porque atacados al siguiente dia en la Sierra del Cambron por la columna del capitan de tiradores de Castilla D. Luis Tenorio, fueron todos dispersos dejando en el campo sesenta y tres hombres, sesenta caballos y muchos despojos. A esta derrota siguió la separacion y la desgracia de Mir, que, batido en Los Cortijos de la Fuente del Fresno, fue muerto por un soldado del 2.º de ligeros llamado Vicente Beltrá. (p. 14-16)

Muerto Isidoro Mir, única esperanza de unión de las tropas carlistas en la región, poco más quedaba por hacer a los legitimistas al menos durante el resto del año. Las provincias andaluzas habían constituido ya sus juntas y habían adelantado a Despeñaperros algunas fuerzas de su ejército, por lo que el general Manuel de Latre bajó algunos batallones del Norte con artillería y caballería de la Guardia Real para caer sobre aquellas fuerzas. El 17 de septiembre, hallándose Latre en Santa Cruz de Mudela, fue abandonado por su infantería, que se unió a las de Andalucía, y el presidente del Ayuntamiento notició a las autoridades de Ciudad Real lo sucedido. Reunidas estas el día 19 bajo la presidencia del comandante general Grases, nombraron la junta provisional como habían hecho ya otras provincias.

El año 1836 se presentaba poco propicio para los insurgentes. Habían perdido a Mir y los ánimos estaban apagados. 
La faccion de Oregita, tan mal afortunada, despues de batida en el Carcañal, sufrió las pérdidas de San Lorenzo y Cortijo de la Hormiga. Nuestras tropas, en pequeños destacamentos, marchaban ya en todas direcciones, y los famosos de Fernan Caballero se inscribieron en las banderas de Isabel, á quienes el comandante general Peña dio el nombre de Escopeteros de La Mancha. La Diosa era derrotado por la columna móvil de Malagon y el comandante general de Toledo al otro lado del Alverche perseguia a a faccion de Jara batiéndola en 2 de octubre en la Iglesuela (p. 17-18)

Era el momento de la famosa expedición de Miguel Gómez, quien, después de recorrer varias provincias, había aumentado sus efectivos en Aragón con las partidas de Cabrera, Quílez y el Serrador. Le perseguía la tercera división del ejército del norte mandada por el mariscal de campo Isidro Alaix; logró alcanzarlo en Villarrobledo y ponerlo entre su frente y el de la milicia local. Ésta sufrió la embestida de la caballería de Gómez, pero el coronel de húsares León logró envolverla y dividirla. Los isabelinos consiguieron así mil ciento treinta y cinco prisioneros, dos mil fusiles y otros muchos despojos. El teniente general marqués de Rodil fue autorizado por Real Orden del 16 de septiembre para reorganizar el ejército del centro y determinar el plan general de la campaña que había de seguirse contra los legitimistas de Don Carlos. Reunió una división de la Guardia Real de Infantería y pasó con ella a la Mancha. En el resto de España los enemigos hacían incursiones a Galicia, a ambas Castillas y a las Encartaciones, y a él le había tocado la expedición de Gómez. Cotarelo no cree necesario hacer relación de lo referente a la persecución de Gómez “porque el general Rodil en el Manifiesto a la nación española por su campaña del 21 de setiembre a 13 de noviembre de este año” ya lo había hecho.

Un movimiento ejecutado con rapidez condujo á Gomez desde el interior de la Sierra Morena a Almaden. Los brigadieres D. Jorge, D. Flinter y D. Manuel de la Puente, con mil cuatrocientos infantes y doscientos caballos, tenian la órden del general Rodil de defender aquel punto donde, desde luego, construyeron algunas obras pasageras de fortificacion. Durante el dia 23 de octubre no pudieron las facciones penetrar en el pueblo; pero, llegada la noche, y aprovechando el enemigo la traicion y cobardia de un capitan encargado del edificio llamado La Superintendencia, empezó sus progresos. Rendida también la casa del hospital por falta de municiones, solo quedaban el castillo y la enfermería, en cuyos edificios se habian hecho fuertes los dos brigadieres; pero tambien capitularon. Almaden se rindió á Gomez el 24. La division de la Guardia corrió á su socorro, pero el enemigo habia abandonado su conquista á las diez y seis horas (p. 20)

El “Cuaderno segundo” es quizá el más importante por los datos que ofrece un estadillo en él incluso sobre los efectivos carlistas en La Mancha y los lugares donde hallaban cobijo e intendencia. Comienza con las acciones de Gómez, cuya intención general era interceptar las comunicaciones entre el general Rodil y los capitanes generales de Sevilla y Granada y el general Alaix, hostigando el camino real desde Sierra Morena. Diversas partidas bloqueaban a Rodil y le informaban de los movimientos de las tropas isabelinas. El caso es que la presencia y las victorias de Gómez animaron los decaídos ánimos de los legitimistas.

    Y para que las justicias y guarniciones de algunos pueblos los evacuasen echaban voces de que se dirigía á ellos el grueso de la faccion. Con este ardid se introdujo en Almagro el hijo de Palillo, y con él ocuparon otros puntos (p. 23).

El carácter agrio de Cabrera le atrajo la enemistad de Gómez y resolvieron dividir sus fuerzas; Cabrera se acompañó de Palillo para que le guiase atravesando La Mancha en dirección a Aragón para llegar a su destino final, Navarra. Pero cerca de Tomelloso el comandante general Mahí alcanzó su retaguardia, a la que causó algunas bajas. Pero Cabrera y Palillo pudieron seguir su retirada hacia Navarra sin más contratiempos hasta que se hallaron en la ribera derecha del Ebro y fueron atacados por el general Iribarren en Rincón de Soto, causándoles muchos muertos y prisioneros; ante esta oposición Cabrera se retiró a Soria, pero allí sufrió nuevos reveses hostigado por el brigadier Albuin, de forma que su partida se dispersó.

En 1837 Gómez volvió a las provincias vascongadas y los facciosos manchegos volvieron a perder su unidad y organización.


    Morago, Peñuelas y Oregita reunidos atacaron en enero á los pueblos del Moral de Calatrava y Alcubillas; los nacionales les obstruyeron el paso con un continuado fuego y estos partidarios se estrellaron con el valor de vecinos honrados. Palillo, á la cabeza de setecientos hombres, se presentó en las llanuras y esperó combate en los campos de Granátula; el comandante general Mahí reunió 105 caballos de los regimientos II, IV y V de Ligeros y se llegó a las manos del enemigo. Arrollado este por nuestras tropas dejó ochenta cadáveres en el campo; este dia es señalado con una victoria comprada con valor así como la toma del fuerte de Bolaños señala un dia de amargura. Los nacionales que lo defendían después de haber hecho toda la posible resistencia, fueron intimados á rendirse ofreciendo Palillo que sus vidas serian respetadas y que seguirían la suerte de prisioneros; fiáronse los del fuerte en lo que se les prometía y, al poco tiempo de rendirse, fueron pasados por las armas. Veinte y cuatro víctimas sacrificadas en los mayores tormentos, fueron presa de una promesa venenosa.

    No fue el enemigo tan feliz en el ataque contra Brazatortas. El vecindario, unido á un corto destacamento del provincial de Córdoba, tomó la defensa y todos ocuparon el fuerte; los faccioso invadieron el pueblo é hicieron saber á los defensores que, si no se rendían, serían pasados por la espada. Despreciaron sus amenazas y contestaron que las armas que empuñaban no eran para ser entregadas á los enemigos de su reina y de su patria. Tomados de furia espantosa los enemigos con tan arrogante respuesta, llegaron la destructora tea á más de cincuenta casas. La vista de espesas llamas que se elevaban envueltas en turbillones de humo, el choque de las ruinas y los gritos de muerte no estrecharon los pechos de los atacados, cuyo orgullo y valor hizo evacuar el pueblo á los invasores.

    Una conducta semejante fue observada por el Corral de Calatrava: el primero de marzo los cabecillas Jara, Peco y Tercero pidieron con amenazas raciones de todas especies y, habiendo sido hostilizados á su aproximacion, hicieron grandes esfuerzos por penetrar en el pueblo; lo verificaron por algunos puntos, pero, como hallaban bastante resistencia, se retiraron saqueando algunas casas y entregando á las llamas la del cura párroco (p.25-26)

El cruel Palillo se titulaba ya Comandante General de La Mancha. Cabecillas más osados, menos protegidos por confidentes y sin la baraka del almagreño habían caído en escaramuzas agrandando con sus dispersos efectivos su ya importante tropa, pese a lo cual había por la provincia “veinte o más partidas”. 

    Con el aumento de gente que tuvo Palillo, y animado por su amigo Cipriano, extendió sus fuerzas por los campos de La Mancha baja y atacó en las imediaciones de Torrenueva en el sitio llamado Los Hitos una pequeña columna á la que, no obstante su inferioridad en fuerza, no pudieron los enemigos hacerla perder la formacion. Oregita, Morago y Peñuelas se habian reunido y sufrian los descalabros de La Alameda y El Pardillo (p. 27).

    Las muchas facciones hicieron necesaria una reorganización de las tropas isabelinas. El general Nicolás de Isidro hizo una batida por la huerta de Villarrubia y el coronel Alameda la hizo por la Solana del Acebuchar y, aunque los enemigos se dispersaron, Alameda logró batir a una partida a la causó dieciséis muertos. Orejita también sufrió derrotas en Puertollano y Argamasilla.

    Jara, con bastante actividad, hacia el alistamiento de todos los mozos solteros desde diez y ocho á cuarenta años; sabido por el brigadier Albuim, que ya había declarado la provincia en estado de guerra, dictó órdenes imponiendo severas penas á las justicias que diesen cumplimiento á las de Jara.

    Los nacionales de las ventas de Puerto Lápiche se habían particularizado por los servicios prestados contra los enemigos; conocía Palillo la necesidad que tenía de apagar su entusiasmo y, el 6 de septiembre, pasó con seiscientos hombres á dicho pueblo. Puerto Lápiche es una aldea situada de modo que puede ser atacada por diferentes lados; los enemigos pusieron cerco y los vecinos, refugiados en un pequeño fuerte, esperaban la señal de fuego. Los facciosos penetraron en el pueblo y quemaron trece casas, pereciendo en una de ellas un anciano que no pudo pasar á la casa fuerte. La resistencia de los sitiados hizo á Palillo dejar el ataque.

    El capitan de tiradores de la patria Reiter, habiendo logrado alcanzar á Oregita en el valle largo, le puso en derrota haciéndole perder caballos, armas y treinta ginetes (p.28-29).

    Cotarelo aprovecha para dar algunos datos importantes sobre el clima de sequía y la producción cosechera en 1837, que se sumaban a los estragos de la guerra:

    Se habia recogido tan poca cosecha en la ;amcha por la sequía que esperimentó la sementera, que muchos infelices en este invierno fueron arrebatados por el hambre al sepulcro y el hambriento buscaba pan en las gavillas de facciosos. Las labores del campo sentían una decadencia grande, porque las mulas y los granos eran robados á los mozos de labor tan luego como salían de los pueblos (p. 29).

    Comenzó el año 1838 con una gran actividad de las partidas carlistas. De la veintena larga de éstas en la provincia, unas quince estaban bajo el control de Palillo, de quien hemos visto que había logrado reunir no menos de seiscientos hombres para realizar una expedición punitiva a Puerto Lápice el año anterior. La experiencia acumulada en los años anteriores hacía especialmente peligrosos ya a algunos de estos grupos, que se servían de confidentes para planear sus acciones.

Caían velozmente sobre donde les era conveniente dar un golpe de mano; con este sistema hicieron á las tropas sufrir algunos reveses, porque, avisados de la salida de un pequeño destacamento, pasaban a atacarlo son ventaja. Tal fue lo que sucedió á uno de granaderos á caballo de la Guardia Real y á otro de coraceros. Quince cabecillas subordinados, el mayor número, á Palillo, tenian en completo bloqueo a toda la provincia, y cada  uno se abrigaba ordinariamente en los puntos que se espresan a continuación

Cabecillas, Hombres, Caballos, Puntos donde se abrigaban

Palillos: 350, 300, La Porzuna, Ermita del Espíritu Santo y Valle de los Molinos.

Jerónimo Galán: 50, 50, Las Guadalerzas.


Orejita y Peñuela: 140, 110, Sierras de Mestanza, San Lorenzo y Aldea del Rey.


Luis González: 103, 70, Sierras de Villarrubia y Ermita de la Virgen.


Agapito y el Capador: 36, 36, Sierras de Fernán Caballero.


Saturno y los herradores de la Fuente del Fresno: 57, 57, Las Guadalerzas y cortijos de La Fuente.

Mariano Peco: 54, 54, Abenójar, Cabezarados, Tablacaldera y Encomienda de Villagutiérrez.

Tercero: 136, 34, Los mismos.


Bailando: 10, 10, Peñas Blancas, La Galiana y Valverde.


Junco: 23, 23, Corral de Caracuel, y se reunía con Palillo.


El Rayado: 16, 16, Sierras de Villamayor, Tirteafuera, Picón y riberas del Guadiana.


Chuscas: 12, 12,  Los mismos.


Archidona y Maduro: 56, 56, Sierras de Segura y montes de San Juan.


Ramón Serna: 23, 23,  Sierras de la Camacha y Piedrabuena.


Matías Nieva: 10, 6,  Sierras de Segura.


Total de fuerzas enemigas: 1076, 869

A esta complicada situación vino a sumarse una división carlista procedente de Navarra mandada por Basilio García. Penetró en La Mancha y se encaramó en la sierra de Alcaraz justo cuando una brigada de Aragón que le mandaba Cabrera a las órdenes de Tallada llegaba a ese punto.

    Reunidas estas fuerzas, entendieron ya llevar á cabo su plan de apoderarse de las provincias de La Mancha, Toledo y Cuenca, pasar á Andalucia y estorbar la organización del cuerpo de reserva. El general Uribarri, con la II division del egército del Norte, perseguia inmediatamente estas faccions hasta que fue relevado de Real Órden por el brigadier D. Ramon Pardiñas (p. 32)

    Pardiñas emprendió la persecución de las tropas unidas de Basilio y Tallada desde Torre de Juan Abad, pero estas se habían engrosado con la caballería de Palillo y habían pasado a Andalucía. Por eso el general Sanz unió sus tropas a las suyas y tomó el mando para ir a Úbeda y Baeza, donde encontró a los legitimistas acantonados y muy tranquilos revisando su armamento; los tomó, pues, por sorpresa, aunque como estos habían repartido sus tropas en ambos puntos pudieron librarse de una derrota completa.

    No por eso dejó de tener fuera de combate mil doscientos hombres al evacuarlos y en su retirada al otro lado del Guadalquivir. De este encuentro resultó la separacion de Tallada y su destruccion en Castril, donde, soprendido por el brigadier Pardiñas, dejó en su poder mas de mil prisioneros y la artillería. La caballería de Palillo, sin organización, vestidos de paisano y equipados los caballos con lo que cada uno habia podido adquirir, formaban una masa de bandidos cuya ferocidad se sentía luego en los pueblos que invadían. Esta caballería, despues de la accion de Úbeda y Baeza, volvió á sus guaridas de la Mancha (p. 33)

El brigadier Nicolás Mininisir, comandante General de La Mancha, se desplazó desde Ciudad Real a Fernán Caballero con una columna de cuatrocientos infantes y un escuadrón para recoger cierta cantidad de arria de aquellos fuertes e invertirla en raciones para la división que perseguía a Basilio. Desde Fernán Caballero destacó parte de sus hombres a Malagón, y éstos le avisaron que se advertía en sus inmediaciones caballería extraña y fuego de armas; se dirigió, pues, allí, y se encontró con el mismísimo Basilio, que le cayó encima con fuerzas muy superiores en número.

La caballería del II de Ligeros se abrió paso por medio de la enemiga y penetró en Malagon, pero la infantería cargada por los escuadrones de Palillo y Basilio sufrió una baja de ciento setenta hombres entre muertos y prisioneros. La caballeria en esta ocasión tomó el partido que debia para que la pérdida no fuera tanta como debiera esperarse, porque es indudable que, si se hubiera empeñado en sostener á los tiradores de la Patria y de Castilla, hubiera tambien sucumbido con ellos. 

Por un convenio hecho entre el brigadier Mininisir y D. Basilio, era Fernán-Caballero el punto donde los enemigos debian tener sus heridos y los prisioneros; este punto seria respetado y no podia entrar en él mas gente armada contraria que ochenta infantes y cuarenta caballos para su guarnicion. Ramón Ribero, alias Chocolate, fue el que se quedó de gefe de aquel punto como persona de confianza de Palillo. Ribero era hombre de valor; antes de unirse a Palillo se ejercitaba en las labores del campo como criado de un labrador y, aunque tan pobre de talento como de cuna, llegó por su arrojo á obtener en los enemigos el empleo de capitan. Fué noble de alma en aquella época con los prisioneros que guardaba. Mientras su gefe se hallaba en Andalucía con Basilio, hacia gustoso cuanto se le proponia en favor de los prisioneros. Este comportamiento, estraño en los facciosos manchegos, alarmó á los que se hallaban á las órdenes de Ribero, y creció esta alarma cuando tuvo una entrevista con las autoridades de la provincia en las inmediaciones de Ciudad-Real, para tratar de los prisioneros. Cuando Palillo regresó de Andalucía, se dirigió á Fernan-Caballero con su gente; Ribero no le permitió la entrada, respetando lo que habia convenido, y al dia siguiente fue pasado por las armas este hombre generoso (p. 34-35).

El “Cuaderno tercero” empieza con Jara reuniendo facciones de La Mancha y Extremadura para atacar Toledo, a cuyo Alcázar se atrevió a llegar. El brigadier Flinter formó una columna con fuerzas de varios cuerpos para perseguirlo formada por seiscientos infantes y doscientos veinte caballos y pasó el diecisiete de febrero a Yébenes, donde Jara estaba con dos mil seiscientos de ambas armas. La victoria fue para Flinter, quien maniobró inteligentemente tomando la sierra que domina al pueblo para cortar a los sediciosos la retirada. Tomados por sorpresa éstos, se retiraron en desorden, unos hacia Marjaliza y otros a la sierra opuesta; los primeros fueron copados en la llanura por la caballería; los segundos fueron hostigados desde las peñas. Se hicieron muchos prisioneros y se tomaron muchos despojos.
Tras los reveses de Úbeda y Castril, volvió Basilio a entrar en La Mancha y posó durante tres días en Almodóvar del Campo para reorganizar sus fuerzas, reunir las facciones dispersas y agregar a su mando las partidas manchegas. Una vez hecho, ocupó Puertollano el 3 de marzo:

La iglesia de este punto se hallaba fortificada y la guarnecia la I compañía del batallon de nacionales movilizados de La Mancha, á las órdenes del capitán D. Cayetano de la Vega. Este oficial se dispuso a la defensa y rehusó cuantas proposiciones le hizo Basilio para la entrega del fuerte. Hasta las ocho de la noche mantuvieron ambos partidos un sostenido fuego y fué suspendido hasta las doce que con un disparo de cañon rompió el enemigo la puerta de la sacristía. Los defensores, levantando las losas del pavimento, formaron en el centro de la iglesia un parapeto y no dejaron de ofender á los sitiadores; estos, introduciéndose en el fuerte á cubierto de colchones, quemaron en él gran porcion de combustible y el incendio se apoderó de la iglesia; los sitiadores ocuparon la torre y, en breve tiempo, el humo los sofocaba y los cartuchos se inflamaron en las cartucheras. Ningún género de socorro esperaban y, al dirijir la vista á las llamas, contemplaban su horrible sepultura. La desesperacion se apoderó de los ánimos y el soldado Cipriano Alva se precipitó de la torre prefiriendo esta muerte á la hoguera. En tan apurada situación, reunio Vega sus oficiales y resolvieron capitular; el toque de la campana al mismo tiempo que se tremolaba en la torre un pañuelo blanco, fué la señal de entrar en composiciones y, llamado que fué Basilio, ofrecio dar cuartel. Las armas y municiones fueron arrojadas desde la torre y la guarnicion se entregó prisionera bajando por una cuerda. El gefe enemigo, faltando á lo sagrado de una palabra que dio en público, hizo al dia siguiente sufrir la muerte á los oficiales, sargentos y cabos del fuerte y á tres vecinos que se habian en él refugiado, esceptuándose de esta pena un oficial llamado Balderas, sin duda porque, antes que el enemigo ocupára á Puertollano, declaró su parecer de entregarse.

    La conducta de Basilio llenó de horror á los pueblos: el Viso y las Calzada de Calatrava tendrán memoria eterna de su fiereza (p. 41-42).

    Excelente biógrafo en estilo y documentación fue el geógrafo Fermín Caballero, (Barajas de Melo, 1800 – Madrid, 1876), no sólo por sus Conquenses ilustres (1868-75), sino por su biografía de Joaquín María López (1857),  que puede servir de modelo al género, y su Fisionomía de los procuradores a Cortes (1836); el historiador Juan Catalina García-López (Salmeroncillo de Abajo, 1845 – Madrid, 1911), director del Museo Arqueológico Nacional, perdió literalmente la vista escrutando archivos y nos dejó, entre muchas otras valiosas obras, las biobibliografías de los escritores nacidos en la provincia de Guadalajara con erudición no superada;  excelentes autobiografías escribieron el exmonje franciscano, helenista, cervantista, gramático y teólogo protestante Juan Calderón Espadero (Villafranca de los Caballeros, 1791 – Londres, 1854), padre del pintor prerrafaelita Philip Hermógenes y abuelo del también pintor William Frank, editada por el hebraísta Luis de Usoz y Río y traducida al francés y al inglés. Hay una edición crítica moderna mía.  Refleja con un estilo límpido y sin afectaciones de purismo la evolución de su conciencia hacia el ateísmo de Spinoza. 

Así como fui hecho sacerdote, con la misma facilidad y en muy breve tiempo fui hecho predicador, y confesor, y últimamente se me dio una cátedra de filosofía. Sin embargo debo confesar que cada vez era para mí la carga más pesada, y que todos los raciocinios deducidos del bien parecer, de la obligación de respetar el orden establecido, no podían calmar mi inquietud, originada toda de la necesidad de mantener una conducta en oposición con mis ideas. Casi toda mi vida tuve que sufrir esta lucha, y toda la pasé en buscar medios de hacer esta conciliación. En esta época me sucedía lo mismo, pero no me alucinaba ya ningún raciocinio. Veía claramente que era inútil todo término medio y miserable todo subterfugio, toda reticencia con que se procura decir y no decir la verdad: que con ésta no se puede transigir y que no hay más que optar entre el envilecimiento de la hipocresía, o la manifestación toda entera de la verdad, si se quiere conservar la probidad. Sentado este principio, no me quedaba más camino que romper por todo, dejar puesto y patria; lo que no hice. En esto reparo yo ahora una diferencia característica entre la Filosofía y el Evangelio: aquélla puede conducir a descubrir el mal, pero no da fuerzas para apartarse de él; éste da luz y fuerzas. Seguí de consiguiente en el mismo género de vida; pero en recompensa pasé a rebajar todavía de la doctrina. Me quedé con Dios solo, principio y vida del universo, de quien éste es regido, pero por leyes generales, sin descender, sin mezclarse en los negocios humanos, como demasiado inferiores: de modo que la dirección y el examen de mi conducta aquí abajo creí que era tan ajeno del primer Ser, como los procederes de una hormiga lo son de las atenciones del Gran Señor, según ha dicho algún filósofo. ¿Cuánto dista de aquí el ateísmo? Creo que nada. Basta que se le ofrezca a uno la idea de la Sustancia única de Espinosa, o del Universo-Dios de Dupuis, para ser ateo de un modo decidido. Con esto todo es indiferente, todo sucede por una necesidad ciega e inevitable, y el hombre no tiene que dar más cuenta de su conducta que la rueda de un molino de los giros que hace. ¿Y he adoptado yo estas ideas? Sí, las he adoptado, de lo cual sumido hasta el polvo pido a Dios perdón de todas las veras de mi alma. Las he adoptado, mas no como si el raciocinio descansase en razones que le persuadiesen, sino como quien encuentra su razón en suspenso, desesperado de hallar cosa que le satisfaga , o como quien da un paso desesperado para salir de una situación incómoda.

    Tras un intento de asesinarlo al volver de la reunión de la Sociedad Patriótica de Alcázar de San Juan, emigró a Francia, donde subsistió como zapatero y dando clases de español y se convirtió al Protestantismo en Bayona. Publicó en Burdeos algunas obras gramaticales y teológicas. Se casó y marchó a Londres, donde hizo trabajos de copista para los hermanos Wiffen y Usoz y editó las primeras revistas de teología protestante en español, El Catolicismo Neto y El Examen Libre. Durante la Regencia de Espartero volvió a España y publicó una famosa e innovadora gramática, la Análisis lógica de la lengua española (1843), que tuvo dos ediciones más y fue designada libro de texto para la enseñanza superior de la lengua española. Juan Calderón viene a reprentantar la continuidad del protestantismo en la región enlazando a los protestantes manchegos del XVI tan salvajemente reprimidos por la Inquisición con Alfonso Ropero Berzosa, el más importante teólogo y escritor protestante manchego de hoy en día. De su obra como cervantista hablaré más adelante. 


El actor Rafael Pérez (Quijorna, 1775 – Madrid, 1832) dejó manuscrita su versión del motín de Aranjuez y del 2 de mayo,  por fin publicada tras andar oculta en un palomar.  Un funcionario liberal llamado Germán Torralba fue preso en 1874 en Cuenca durante la III Guerra Carlista y lo contó con una excelente prosa, según Durán. También conquense es el filósofo tradicionalista, católico y  carlista Manuel Polo y Peyrolón (Cañete, 1846 – Valencia 1918), narrador costumbrista también y cuya autobiografía en nueve volúmenes, Memorias de un sexagenario, permanece manuscrita e inédita en la Real Academia de la Historia; escribió las biografías del papa León XIII (1888), de Don Carlos (1898) y de su madre (1906); expuso sus ideas contra la Teoría de la Evolución en Contra Darwin: supuesto parentesco entre el hombre y el mono (Valencia, 1881, segunda edición, la primera es de Madrid, 1878), contra la Masonería en Intervención de la Masonería en los desastres de España (Valencia, 1899), contra el Naturalismo literario en  El Naturalismo ¿es un signo de progreso o la decadencia de la literatura? (Valencia, 1885), contra el Anarquismo en Anarquía fiera y mansa: folleto antiterrorista (Valencia, 1908) y contra la educación krausista en La enseñanza española ante la ley y el sentido común: cuestiones pedagógicas (1908). Artículos más pacíficos de este pensador retrógrado contienen Borrones ejemplares: miscelánea de artículos, cuentos, parábolas y sátiras (1883), Hojas de mi cartera de viajero (1892), Páginas edificantes (1891), Pepinillos en vinagre (1891) y Alma y vida serrana, costumbres populares de la sierra de Albarracín (1910), y sus ensayos se contienen en Discursos académicos (1891); no entraremos aquí en su obra filosófica ni en su agitada vida política, en la que llegó a ser senador, aunque no puedo por menos que citar su Regionalismo y solidaridad: Folleto de propaganda política (1907) y El liberalismo por dentro: (diálogos)‎ (1895). Como Pereda, era un enamorado de las montañas donde se crió, en su caso la Sierra de Albarracín. 

El dramaturgo Ceferino Palencia (Puente de Pedro Naharro 1859, – Madrid, 1928) escribió para la revista de Eduardo Zamacois Los Contemporáneos (núm. 45, 5 de noviembre de 1909) Cosas de mi vida. Se trata de una autobiografía amena y elegante, donde el autor resalta su tempranísima vocación teatral y recuerda con gracia a las compañías de cómicos de la legua, a una de las cuales vio representar en el patio vecinal, medio muertos de hambre, el Tenorio. Recuerda luego su experiencia en el Hospital de Princesa en Madrid y los comienzos de su carrera teatral hasta que funda su compañía con su mujer la actriz María Tubáu y marchan de gira a Argentina.

José Estrañi y Grau (Albacete, 1840 – Santander, 1920) escribió una autobiografía humorística (Santander, 1916) que se reimprimió corregida y ampliada en la misma ciudad en 1919; es una caudalosa sucesión de anécdotas literarias, teatrales, políticas y periodísticas.
Hubo dos médicos manchegos que escribieron sus autobiografías. El primero es Máximo García López, que escribió un Diario de un médico con los hechos más notables ocurridos en la última guerra civil en las provincias de Toledo y Ciudad Real. (Madrid: Imprenta de Aguado, 1847, 2 vols.) y ha empezado a usarse con fruto por los historiadores locales desde que propuse que se digitalizara; su estilo es sencillo y directo, lo que supone una ventaja para el lector moderno; recoge expresiones y locuciones típicas en esa época en La Mancha (los famosos belenes, por ejemplo) y con su lectura logra uno entrar plenamente en el mundo convulso e incierto de la I Guerra Carlista. En realidad se trata de una autobiografía novelada o contada como una novela, publicada en primer lugar en un periódico médico y por tanto dirigida a unos lectores especializados, que trasciende desde pronto su propósito inicial (enseñar a los jóvenes médicos las dificultades sociales y no meramente profesionales que entraña el oficio) y se transforma en una narración amena, precisa y muy realista (el autor llega a copiar incluso los graffiti de las paredes de una cárcel), prescindiendo de florituras estilísticas para reflejar las crueldades y sinsentidos de ambos bandos (los secuestros, los fusilamientos arbitrarios, los desorejados, por ejemplo):  

El 11 de octubre del año 1839, en ese mismo sitio [inmediaciones de la puerta de Granada, en Ciudad Real] fue fusilada la inocente y anciana madre de "Palillos", a la edad de ochenta y un años, siendo tan heroica y edificante su apostura en el momento de ser fusilada que conmovió fuertemente a los espectadores y las últimas palabras que salieron de sus labios fueron para pedir al Redentor por sus verdugos.

Hay ocasionales y bien traídos toques costumbristas y abunda en diálogos.  


    Antonio Espina y Capo (Ocaña, 1850 – Madrid, 1930) fue un médico cardiólogo muy renombrado en su época, autor de numerosos libros y traducciones de su especialidad y un pionero de la radiología, al usar por vez primera en Madrid los rayos X; su concepto social de la medicina le hizo abogar como senador por la supresión de los impuestos sobre artículos de primera necesidad. Escribió cuatro gruesos volúmenes autobiográficos bajo el título global De 1850 a 1920. Notas del viaje de mi vida (Madrid: Talleres Calpe, 1926-1929).  La coartada biográfica le sirve de pretexto para exponer una visión totalizadora de la vida española de su época, y más en concreto de la madrileña. Miembro de la Real Academia de Medicina en 1898, profesor libre de Clínica Médica, fue médico por oposición del Hospital General de Madrid y también por oposición del Cuerpo de Médicos Inspectores de Salubridad pública de Madrid y colaboró activamente en la prensa especializada.


    Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, (1863 - 1950), cacique de Guadalajara, pero autor en el Partido Liberal de algunos buenos avances sociales, entre ellos la dignificación del sueldo de los maestros, escribió biografías de Sagasta (1930), Salamanca (1931), Espartero (1932), María Cristina de Habsburgo (1933), Amadeo de Saboya (1935), el cardenal Albornoz (1942) y Los cuatro presidentes de la I República (1939), aunque hay motivos para dudar de su plena autoría, porque recurrió a colaboradores, por ejemplo a Pedro Sainz Rodríguez, como cuenta este en sus sus memorias, tituladas Testimonio y recuerdos; a su mano se deben más cuatro volúmenes de memorias: Notas de una vida: (1868-1901), Notas de una vida 1901-1912, Observaciones y Recuerdos (1912-1921) y Notas de mi vida (1929-1947). Sus Obras completas se publicaron en tres volúmenes (Madrid: Plus Ultra, 1949).


  Las Memorias de un estudiante de Salamanca (1935) del periodista José Balcázar y Sabariegos (Ciudad Real)  llevan un prólogo de Unamuno y cubren una franja de 1888 a 1911; recogen la vida de Salamanca, Madrid (con especial atención a El Imparcial y al escritor José Ortega Munilla) y sólo accidentalmente reflejan su vida como profesor del instituto de Ciudad Real; están ampliamente ilustradas. Prometió una segunda parte que no llegó a imprimir y escribió una descolorida biografía, Hernán Pérez del Pulgar, el de las Hazañas. Estudio histórico crítico (1898, 2.ª ed. 1931) que no logra superar ni por estilo ni por documentación a la de Francisco Martínez de la Rosa y que, para ser de Ciudad Real, ignora incluso la pieza teatral homónima de su compatricio Félix Mejía. El periodista Juan Diges Antón y Manuel Sagredo y Martín escribieron unas Biografías de hijos ilustres de la provincia de Guadalajara (1889). Diego Medrano y Treviño, (Ciudad Real, 1784 – íd., 1853), alto personaje que llegó a ministro y a vicepresidente del estamento de próceres, amigo del crítico literario Antonio Ferrer del Río, escribió unas valiosas memorias inéditas con el título de Prolegómenon (1825)  cuando se hallaba confinado por su pasado liberal en su lugar natal. Su amigo el crítico literario Antonio Ferrer del Río escribió bien de él, pero su enemigo progresista el conquense Fermín Caballero por el contrario lo describió avinagradamente.  Como había destinado este escrito autobiográfico a sus nietos y no estaba destinado a la publicación, se muestra especialmente sincero, algo muy raro en un político como él, y refleja con amargura (y con no poca ironía) lo que ha aprendido de sus frustraciones ideológicas y políticas:

Es menester que sepan que en la época en que por desgracia he vivido yo, hemos tenido los españoles la bellísima ocurrencia de dividirnos en bandos, así como de Zegríes y Abencerrajes o de Moros y Cristianos, sacándonos los ojos mutuamente, ya bajo el pretexto de que unos éramos patriotas y otros afrancesados, ya con el de serviles y liberales, y ya, por último, con el de negros y blancos: aquí fica o punto; yo, que afortunadamente hasta el tiempo de estos había sido patriota y liberal, o lo que es lo mismo, había pertenecido al partido preponderante, era reputado por bueno, al menos de los vencedores, porque del voto de los vencidos pocas veces se hace caso; pero, por mis pecados, me llegó al fin mi San Martín: metime a desfacedor de agravios y me salió mal capada la galga: tuve la aprehensión de creer que era posible corregir muchos abusos o males que directamente se oponían y oponen al bienestar de mis compatriotas.

El caso es que el antiguo liberal, que en realidad era un miembro de la Sociedad del Anillo y más que moderado, se moderó aún más y compuso un auténtico ensayo contra el partido progresista, “Del progreso”, que publicó en la Revista de Madrid

    Mas de ocho años llevamos de lo que se ha llamado Gobierno representativo, y si bien durante tan largo periodo la encarnizada guerra civil por un lado, y las no menos crudas revueltas intestinas por otro, han podido entorpecer ó retardar su consolidación, luego que aquella terminó de todo punto en Berga, y estas se concluyeron con el titulado glorioso pronunciamiento de setiembre, porque el partido que las promovía logró su fin apoderándose de una manera ilegal y violenta, pero omnímoda de todos los medios de gobernar ¿qué obstáculos se le han presentado para obtener aquel objeto ó empezar al menos á conseguirlo? Ninguno mas que su origen vicioso y su menguada suficiencia, su incapacidad misma , su propia naturaleza que le constituye siempre apto para destruir, nunca para edificar. La inflexible experiencia descorriendo el velo á ofertas engañosas, y haciendo palpar lo poco que valen y significan palabras huecas, vacías de sentido, ha puesto al descubierto á este partido […] Para insurreccionaros protestasteis que la ley de Ayuntamientos violaba la Constitución; demos de barato que así fuese; pues tiempo habéis tenido para formar otra que no la violase; pero lo habéis intentado y tenéis que retroceder ante vuestra propia obra, porque os asustan con la amenaza de segundo pronunciamiento; tal es vuestra suerte: en este caso y en todos, vuestra mano izquierda deshará siempre lo que hagáis con la derecha: no hay remedio, tenéis que confirmar con un ejemplo mas la expresión tantas veces repetida de que las revoluciones son como Saturno, que devoran á sus propios hijos: la que habéis promovido y sostenéis con tanta ceguedad y obstinación, mas tarde ó mas temprano os devorará también.

    Resulta curioso escuchar a un moderado decir lo mismo y con los mismos tópicos que en el texto que antes citaba de un progresista de su misma patria como Félix Mejía, pero con una intención diametralmente opuesta. A don Diego debemos, sin embargo, la primera disposición española sobre cajas de ahorros (1835), que tantos beneficios reportaría. Su hermano José Medrano y Treviño era un teniente coronel retirado de artillería y publicó una Defensa y Sitios de Gerona, en los años de 1808 y 1809, dedicados á la memoria de Daoiz y Velarde por su compañero de armas y amigo, que no he conseguido localizar; también escribió al parecer un Ensayo sobre la educación del hombre (Madrid, 1858). Francisco López Romana, (Fuente el Fresno, 1787 – post 1835) fue un escribano que se puso a “tractar varios hechos de mi vida privada, por haber sido algunos raros y notables” cuando fijó su residencia en la villa de Manzanares desde diciembre de 1834; es un manuscrito que permanece aún inédito y revela con sinceridad a un manchego honesto y despabilado, de mediana clase social, que se vio metido en la Guerra de la Independencia y en los turbulentos años del Trienio Liberal y la Década Ominosa. Nada prejuicioso, discute la mentalidad de su tiempo, como la persecución levantada contra los más mínimos sospechosos de afrancesamiento y la paliza que le dieron al general Castaños en Miguelturra, futuro baluarte del Carlismo; atento observador, lucha activamente en la guerra o pasivamente, por medio del obstruccionismo, contra el invasor. También refleja algunas tradiciones y usanzas:

En el primer año de casado fui con mi mujer, como es casi costumbre, a las fiestas o ferias de pueblos inmediatos, como también a Madrid, donde estuvimos 15 días el día de San Fernando 30 de mayo de 1814, que estuvo digno de verse por ser el primero que tuvo el rey Fernando VII libre de su cautiverio de Francia.

Rómulo Muro Fernández  (San Martín de Pusa, 1867 – 1927), abogado de formación, fue un activísimo periodista profesional (creó el carnet o documento de acreditación del periodista).y, junto a F.º Navarro y Ledesma, miembro del círculo de amigos toledanos de Galdós. En el género biográfico nos dejó Albaricoques de Toledo: colección de semblanzas instantáneas (Toledo: Menor Hermanos, 1893, hay facsímil de 1977). Están por recoger sus artículos periodísticos. 

El albaceteño don Mariano Roca de Togores nos dejó una gran biografía de su amigo Bretón de los Herreros: recuerdos de su vida y de sus obras (Madrid, 1883). El tipógrafo anarquista Anselmo Lorenzo Asperilla (Toledo, 1841 – Barcelona, 1914), fue el discípulo más adelantado de Segismundo Moret en las clases nocturnas de la sociedad obrera El Fomento de las Artes; se adhirió a la AIT y fue uno de los cofundadores de la CNT en 1911. Escribió El proletariado militante. Memorias de un internacional en dos volúmenes (1901 y 1923) reimpresos en México (1944), Toulouse (1946-7) y Madrid (dos ediciones de 1974, una al cuidado de Juan Gómez Casas y otra al de José Álvarez Junco); fue traducida al italiano en 1978. Abarcan un periodo fundamental para el sindicalismo español, 1864-1883; prometió un tercer volumen que no llegó a ser impreso. Es obra que inserta mucha documentación, a la vez  autobiografía y una historia de la AIT y del movimiento obrero en España. 

Al cabo de poco rato paramos delante de una casa, llamó el cochero y presentoseme un anciano que, encuadrado en el marco de la puerta, recibiendo de frente la luz de un reverbero, parecía la figura venerable de un patriarca producida por la inspiración de eminente artista. Acerqueme con timidez y respeto, anunciándome como delegado de la Federación Regional Española, y aquel hombre me estrechó entre sus brazos, me besó en la frente me dirigió palabras afectuosas en español y me hizo entrar en su casa. Era Carlos Marx.

No tardará en desilusionarse por el culto adulador que ve rendir en torno del famoso alemán en cuya casa se hospeda. Cumple destacar algo de su obra ensayística, como El banquete de la vida: Concordancia entre el hombre, la naturaleza y la sociedad (1905) o Vida anarquista. Artículos de propaganda al azar, sin método doctrinal ni orden cronológico (1912). De su labor narrativa trataremos luego. El krausista Nicolás Ramírez de Losada escribió una serie de biografías de políticos, El Libro de los retratos (1850). León Carbonero y Sol escribe la del cardenal Wiseman (1865) y la de Enrique V (1883) y Manuel Polo la del papa León XIII. En cuanto a la biografía de figuras del toreo, destaca especialmente el manzanareño Manuel Serrano García-Vao. En colaboración con Bruno del Amo, “Recortes”, publicó el libro Las estrellas del Toreo: apuntes critico-biografico-estadisticos de los cinquenta y cinco matadores de toros que en la actualidad ejercen la profesion, después el Catecismo taurino (1908), del que se hizo una edición muy corregida y algo aumentada en 1913,    y finalmente la Historia taurómaca de Bombita y la Historia de Machaquito en 1913, año de la retirada de los dos famosos espadas. 

Fuera de toda duda está que existió un Cervantismo manchego decimonónico, incluso en calidad y cantidad más importante que el que se hizo durante el siglo XX en la región. Las grandes figuras al respecto son el gramático y helenista protestante Juan Calderón (Villafranca de los Caballeros, 1791 – Londres, 1854), que corrigió algunas de las lecturas de Diego Clemencín en su Cervantes vindicado en ciento y quince pasajes del texto del Ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, que no han entendido, o que han entendido mal sus comentadores o críticos. Madrid: Imprenta de J. Martín Alegría, 1854, obra que estudié y reedité yo recientemente gracias al Ayuntamiento de Alcázar de San Juan.


  Con la metodología del Positivismo, Cristóbal Pérez Pastor (Tobarra, 1842 – Horche, 1908) escribió los dos tomos de su monumental Documentos Cervantinos hasta ahora inéditos (Madrid, Imprenta de Fortanet, 1897-1902), donde publica 150 protocolos con datos y hechos inéditos sobre la vida de Miguel de Cervantes absolutamente desconocidos anteriormente. Con ellos  construyó Francisco Navarro Ledesma (Toledo, 1869 – Madrid, 1905) su célebre biografía, El ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra (Madrid: Imprenta Alemana, 1905), publicada primeramente por entregas en Los Lunes de El Imparcial. Fue muy leída en su tiempo y aun después, y traducida al francés y al inglés; destaca todavía hoy por la calidad y riqueza de su estilo y la valía de su interpretación, que no en vano sugirió a José Ortega y Gasset las famosas Meditaciones del Quijote (1914), germen de su filosofía posterior y respuesta novecentista a la noventayochista Vida de don Quijote y Sancho de Unamuno. 

    Miguel mira el ancho desierto de la Mancha, ve la mansedumbre de la tierra, entra en los pueblos cercados de tapias terrosas, con bardales de tobas y de cambroneras, que al sol se tornan de verdes en cárdenas. Apoyados en las paredes toman el sol los hidalgos macilentos, a cuyos pies lebreles barcinos, no más flacos que sus dueños, se acurrucan bostezando. Apenas hay aldea sin convento o casa de religión; apenas hay morada grande sin cuatro o seis o veinte cuerpos de libros que tratan de cosas nunca vistas, de estupendas y ensoñadas aventuras. En la sacristía ergotizan dos estudiantes hambreados, que piensan oponerse a una capellanía o a un beneficio de diez maravedís diarios, como dos canes a una taba seca y sin tuétano. En la plaza, los muchachos pasan mañana y tarde apuntando al cielo con la vara de derribar vencejos o cernícalos. En los escalones del rollo, el tonto del pueblo deja sosegadamente que las moscas le paseen a todo su beneplácito la cara mocosa y babosa, mientras alguien pasa propicio a darle un cantero de pan a cambio de cualquier simpleza cruel y divertida. El barbero tiene cátedra abierta todo el día, a ratos desollando a sus convecinos o arrancándoles las muelas, o abriéndoles una fuente por donde mane la podrición heredada o adquirida; a ratos punteando la vihuela, otras veces comentando la bajada del turco, inagotable y principal cavilación de todos los habladores. A la tertulia barberil no falta un soldado viejo, a quien mancaron en Ceriñola, según él, en la taberna de Alcocer, según otros, ni un soldado nuevo que asomó las narices a Cartagena, vio las galeras cargadas de gente de armas, y estimando que no era de importancia su ayuda allí, donde acudía tan buena tropa, dio la vuelta al pueblo, coronado de bizarras plumas, vendiendo vidas y espurriando reniegos. (Cap. VII)

    Navarro Ledesma es un gran e inteligente ensayista, poseedor de una gran erudición en lenguas clásicas y modernas, no ya extensa, sino profunda. Aparte de sus otros trabajos de crítica literaria, cabe mencionar aquí un discurso leído en el Ateneo de Madrid, de cuya sección de Literatura era presidente: Cómo se hizo el Quijote. En El Ateneo de Madrid en el III centenario de la publicación de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Imprenta de Bernardo Rodríguez, Madrid, 1905, cuya idea central es esta:

    El paso de la suma gloria de Lepanto a la miseria suma del cautiverio de Argel, da en Cervantes la medida justa, la exacta proporción de lo que pudiéramos llamar la quijotez de la vida humana (p.4)

    El conquense Mariano Catalina y Cobo, secretario perpetuo de la Real Academia, editó las Novelas ejemplares de Cervantes (1883); el bibliógrafo conquense Pedro Vindel (1865-1921) imprimió unas Ediciones de Don Quijote y demás obras de Cervantes juntamente con miscelánea cervantina y libros referentes a Shakespeare y Camoens en venta, Madrid: P. Vindel, 1905, y su hijo Francisco atribuyó con algún fundamento el Quijote de Avellaneda al licenciado segoviano Alonso de Ledesma, uno de los numerosos padres del Conceptismo; pero es ese asunto polémico donde los haya.  Fermín Caballero y Morgay (Barajas de Melo, 1800 – Madrid, 1876) estudió los conocimientos geográficos de Cervantes;  Antonio Martín Gamero (Toledo, 1825 – íd. 1874) hizo lo propio con los jurídicos  y el conquense Luis Astrana Marín (Villaescusa de Haro, 1889 – Madrid, 1959) escribió la más amplia y rigurosa de sus biografías, aún no igualada, en siete volúmenes, por desgracia no reimpresa. Ramón Antequera, Candido Ángel González Palencia y Ramón Serrano y Sanz,  que estudiaron aspectos de pormenor; a todos estos cabría añadir con carácter anecdótico la obra de cervantistas aficionados pero voluntariosos como Juan Francisco de la Jara y Sánchez de Molina, o el toledano Federico Lafuente (padre del famoso y caudaloso escritor de novelas del oeste Marcial Lafuente Estefanía),  autor de un Romancero del Quijote, o  Ignacio Calvo y Sánchez (Horche, 1864 – Madrid, 1930), quien tradujo al latín macarrónico con insuperable humor parte del Quijote (Historia Domini Quijoti Manchegui, traducta in latinem macarronicum, 1905; editio nova, castigata et alargata, Matriti: Tip. Julii Cosano, 1922) y, lejos de ser “cura de misa y olla” fue un importante arabista y arqueólogo consagrado a los estudios de numismática.   Y no está de más señalar que también los cómicos profesionales se interesaron por Cervantes; Luis Esteso y López de Haro (San Clemente,  1881 - Madrid, 1928) escribió unos Libros que enloquecieron a Don Quijote. Juventud de Alonso Quijano, con una extensa bibliografía de los libros existentes en la biblioteca de Don Quijote, más las dos historias completas de Tablante de Ricamonte y Orlando furioso. (Madrid: Imprenta de Juan Pueyo, s. a. ¿1916?), libro en verdad raro y más que difícil de conseguir.

Junto a estas obras de erudición más nimia, cabe reseñar otras que suponen el intento por parte de sus coterráneos de devolver a Don Quijote a las tablas; llegó a estrenarse, por ejemplo, la comedia La Insula Barataria, en dos actos, de Carlos María Perier y Gallego, que arreglaba varios episodios de El ingenioso caballero; se reimprimió dos veces el mismo año (Almería: Espinosa, 1905 y Almería: La Modernista, 1905); por otra parte, el 21 de mayo de 1860 tuvo lugar en el Teatro Principal de Zaragoza la representación de El cautivo en Argel, del albaceteño Joaquín Tomeo Benedicto, que narra los intentos de fuga de Cervantes y su final libertad:

Hierros de esclavitud, rotos os dejo
al pie del pedestal de mi fortuna;
si de vuestros rigores hoy me quejo
ya no es la suerte para mí importuna;
por fin de Argel con júbilo me alejo
y libre vuelo a mi primera cuna
llevando por trofeos de mi ciencia
tranquilo el corazón y la conciencia.


La senda del vivir cerró mi suerte
y hoy comienzo de nuevo mi camino,
que es impropio en verdad de un alma fuerte
no saber resistir a su destino;
voy otra vez en busca de la muerte
empuñando el bordón de peregrino
(con fuerza) pues la fortuna varia no le arredra
¡a Miguel de Cervantes Saavedra!


(El cautivo en Argel, Madrid: Imp. De José Rodríguez, 1862, p. 41)

 El asunto aún le dio para más y compuso otra pieza dramática inspirada, su Cervantes (1863), estrenado en el teatro Novedades de Madrid el 9 de octubre de 1861.  

La crítica literaria gozó de buenos autores, como Antonio Paz y Meliá (Talavera de la Reina 1842 - 1927). La tauromaquia dispensó también algunos escritores notables: Antonio Lozano y Enríquez o, por ejemplo, Manuel Serrano García-Vao, (Manzanares, 1863 – Madrid, 1914), conocido por su pseudónimo periodístico de Dulzuras, surgido por la circunstancia de que fue repostero. En 1888 empezó a escribir en El Toreo Cómico de Madrid y después pasó a la redacción del periódico El Enano, que terminó dirigiendo. El Enano, cuyo primer número empezó a circular en 1851, fue el de más larga vida que reseña la bibliografía de esta clase de prensa, quizá porque en su línea editorial especificó no tratar temas de política o religión, sino solamente toros, teatros, modas, costumbres, chismes, poesías, noticias sueltas y lotería primitiva.  Serrano adquirió más tarde la propiedad de El Tío Jindama, fundado el 16 de noviembre de1879 por él mismo y el muy erudito Leopoldo Vázquez Rodríguez, quien había dirigido también El Enano y era autor de un famoso Vocabulario taurómaco, entre otras obras;  se trataba de un semanario taurino madrileño de cuatro páginas, ilustrado con caricaturas e impreso por Anastasio Moreno. La suscripción costaba seis reales por trimestre. Serrano ingresó en 1903 en la Asociación de Prensa de Madrid y fue revistero del Diario Universal, de El Mundo y, finalmente, se le dio la crítica taurina de ABC hasta su muerte, acaecida en 1914; también colaboró en Blanco y Negro y en Los Toros, semanario gráfico de la misma editorial Prensa Española. Comenta don José María de Cossío que

    En ABC las crónicas de Dulzuras, que fue director de El Enano, eran exclusivamente técnicas y sus juicios o resúmenes sumamente cautos y ponderados. 

    Su primer libro fue Toreros, toreritos y torerazos (1896); se trata nada menos que de 202 semblanzas de figuras mayores y menores del toreo, incluyendo también banderilleros, picadores, rejoneadores, subalternos y críticos taurinos, en forma de décimas. Tengo a la vista la segunda edición,  aumentada con un centenar más hasta 303 e ilustrada con algunas fotografías. Promete una tercera que creo no llegó a salir. Su estilo es característico: evita el floreo metafórico y es sutil y preciso en distinguir los estilos taurómacos de cada cual: desde Antonio Fuentes y el cotizado Bombita a Machaquito o el banderillero “Califa”,  a ninguno le falta su retrato. Copiaré aquí dos que hace de toreros manchegos:

Fernando Díaz,”Mancheguito”

De mi pueblo es descendiente
este joven torerito,
y pienso que Fernandito
es bastante inteligente.
También es diestro valiente,
sobre todo pareando;
vale bastante bregando;
conque, paisano, a apretar
y arriba podrás llegar,
que vales mucho, Fernando (p. 111)

Cándido Martínez, “Mancheguito”

Fue Cándido un matador
duro, como buen manchego;
con los toros no fue lego
y tuvo mucho valor.
También quiso ser doctor
y yo aplaudí sus deseos,
porque sin hacer floreos
hizo cosas muy toreras
y supo matar las fieras
con superiores meneos. (P. 51)

El abogado Santos López Pelegrín y Zabala, (Cobeta, 1800 – Madrid, 1845), poeta y periodista de costumbres y muy famoso como escritor taurómaco, es en realidad en este último campo un plagiario: su libro Filosofía de los toros (1842) no hace sino superponer dos textos anónimos en su época: uno de La tertulia de Luis Maria de Salazar y otro, el de mayor extensión, de la Tauromaquia Completa o sea el arte de torear en plaza, tanto a pie como a caballo (1836) atribuida al célebre lidiador Francisco Montes “Paquiro”,  pero cuyo autor fue Manuel Rancés. La coincidencia entre textos pudo hacer suponer que la Tauromaquia completa había sido compuesta por López Pelegrín, pero lo que hizo fue copiar; sin embargo, de sus conocimientos taurómacos no cabe dudar: su familia poseía una ganadería y sus reseñas de corridas demuestran que sabe de lo que habla, y tampoco es menester hacerle demasiados reproches, ya que la obra se publicó anónima y un manchego tan honrado e íntegro (un suponer, si olvidamos las cosas que hizo por Hispanoamérica) como el mismo general don Baldomero Espartero, que no quiso ser rey de España, plagiaba trozos enteros de sus discursos a… Napoleón, como se ha demostrado fehacientemente.

    También escribieron crítica taurina el toledano José Borrás y Bayonés, aunque a este autor lo trataremos más bien como poeta, y el dramaturgo y periodista albaceteño José Estrañi y Grau.

    En cuanto a los escritores del Regeneracionismo, poco cabe referir. La región no llegó a contar con personajes de la talla de un Joaquín Costa o que tuvieran su misma amplitud de miras y curiosidad intelectual, pero sí alcanzó a sentir a menor escala la labor reformadora -más estéril aquí porque floreció entre espinas- de algunos de sus seguidores con intereses más especializados y concretos, como los reformistas Agustín Salido y Francisco Córdova y López y los ya regeneracionistas Francisco Rivas Moreno y Francisco Martínez Ramírez, “el Obrero”. 

El periodista Francisco Córdova y López (Daimiel, 1838 – Pontevedra, 1873), redactor que fue de El Huracán, y otros muchos, puede ponerse como modelo de prosa por su elegancia y claridad en su Verdad, conveniencia y justicia. Cartas políticas dirigidas a los electores del distrito de Alcázar de San Juan, prohibidas por el ministerio Narváez y publicadas después en el periódico la Democracia, Madrid, 1865, editada dos veces el mismo año en imprentas distintas; sin embargo su primera novela, La corona real de Hungría. novela original de costumbres. Madrid, 1860, es peor que mala, un folletín sin argumento coherente ni personajes sólidos; no he podido leer la segunda, Los proletarios: novela filosófico social, Madrid, 1870, 2 vols., que quizá hubiera podido corregir esta opinión, aunque debe ser por el estilo de las del taller de Ayguals de Izco. Es de los pocos que cuentan con una biografía escrita, la de Joaquín Spinelli y Souza, Apuntes biográficos o juicio crítico de los escritos políticos de Francisco Córdova y López. Madrid: 1870. Están por estudiar y editar conjuntamente todos los artículos más allá de las colecciones en que los reunió. 

Francisco Rivas Moreno (Miguelturra, 1851 – Madrid, 1935) ha sido ya estudiado con mucho rigor por López Yepes. Mucho es su valor como periodista y hombre político en el Regeneracionismo, pero también posee un notable valor literario, derivado de la sencillez y claridad de su estilo y de algunas pocas obras no tan rigurosamente técnicas como las que le ocuparon principalmente como gran economista y pensador social; así, por ejemplo, su colección de semblanzas Los Grandes Hombres de mi Patria Chica (San Lorenzo de El Escorial: Imprenta del Real Monasterio, 1925), que reúne semblanzas de Espartero, Monescillo, el obispo de Segovia Quesada, el Conde de la Cañada, Juan Caballero, Agustín Salido, Joaquín Ibarrola y Dámaso Barrenengoa: militares, eclesiásticos y empresarios. El libro se acompaña con un útil “Apéndice” que lista los alcaldes y secretarios de los ayuntamientos más importantes en Ciudad Real durante el siglo XIX y altos cargos de la Diputación. Otras obras de valor literario parecen haberse perdido, como Anécdotas de hombres célebres contemporáneos e Historias que parecen cuentos, al parecer impresas en 1927. Por lo demás, fue un periodista de una fecundidad inabarcable y un incansable propagandista del cooperativismo agrícola, las cajas de ahorros y la lucha contra la plaga de la langosta, que tuvo que padecer él mismo.

    Francisco Martínez Ramírez, “el Obrero” (Tomelloso, 1870 – íd., 1949), fue un abogado que profundizó en el estudio de la economía. Desempeñó el cargo de Secretario de la Audiencia del Ayuntamiento de Málaga. En 1903 fundó El Obrero de Tomelloso, que le granjeó su apodo, y del cual fue director hasta 1909. En 1904 creó el Círculo Instructivo del Obrero y puso en marcha la primera Cooperativa agrícola, para la cual redactó los estatutos; intentó modernizar las faenas agrícolas introduciendo los tractores. Promovió el Ferrocarril Argamasilla-Tomelloso, empresa que consiguió tras larga y durísima lucha en 1914. Fue amigo y biógrafo del General Aguilera y secretario particular y colaborador inseparable de Melquíades Álvarez. En 1932 fue nombrado Gobernador Civil de Huesca. Escribió una serie de estudios económicos sobre cuestiones monetarias y ferrocarriles sobre los que no me extenderé y de que no es de recibo tratar aquí. Publicó una biografía: El General Aguilera (1935),  una serie de Cuentos blancos. (1935) y el comienzo de una serie de novelas regionales bajo el título general de Crónica de Tomelloso: La Venta del Tomillar (1946). Permanecen inéditos Casto y Juana (tomo II de Crónica de Tomelloso), los cuentos La Hornilla (1937) y La muda del Toledillo (1946), y las novelas  La Solera (1940) y Verdad increíble. El periodo rojo en España (1936-1939), una novela histórica en cuatro volúmenes, el primero prohibido por la censura en noviembre de 1939.


NOTAS

      Juan Moraleda y Esteban fue cronista de la villa de Orgaz y correspondiente de la Real de la Historia. Escribió artículos históricos y de costumbres en La Voz Provincial y en el periódico religioso madrileño Tradición. Imprimió algunos por separado en Tradiciones y recuerdos de Toledo, cuya tercera edición corregida y aumentada es de Toledo: Imprenta de Menor Hermanos (1888); unos Médicos y farmacéuticos célebres de Toledo (1890) y La medicina y la farmacia en Toledo (1898) entre otras obras. Inédito permanece el manuscrito de su La villa de Orgaz, donado a la Real Academia de la Historia.

      La bibliografía es abundante, pero es preciso mencionar aquí algunas obras posteriores, como las del folklorista madrileño Gabriel María Vergara Martín, que residió largo tiempo en la región y nos dejó, entre otras obras, Cantares populares recogidos en la provincia de Guadalajara (Madrid: Hernando, 1932), Seguidillas recogidas en diferentes regiones de España (Madrid: Hernando, 1932), Algunas cosas notables y curiosas de la provincia de Guadalajara, según los refranes y cantares populares (1931) Toledo según los refranes y cantares populares  (1933) y Algunas cosas notables o curiosas de la ciudad de Toledo (Madrid: Hernando, 1934).

      Hidromanía, Siluetas y coplas sobre motivos de los baños (1883); Flores a María (1885); Trinos, Cantares y seguidillas, (1869).

       Rodríguez Marín recogió, refugiado en Malagón en plena Guerra Civil, el cuento de “Los tres consejos” y Pío Baroja nos enseña que el cuento de “Las cañas acusadoras” vivía en la Alcarria a fines del siglo XIX (Cf. En un lugar de la Mancha..., Madrid: Bermejo, 1939, p. 118-127, y “Familia, infancia y juventud”, en  Obras Completas, VII, p. 539 y ss.) Algunos hay en el primer volumen de las Leyendas de España de Vicente García de Diego (1953),  sobre todo de Toledo, pero no de Cuenca ni de Ciudad Real; no he podido ver los tres volúmenes de Cuentos populares de la tradición oral de España (1923-1926) de Aurelio Macedonio Espinosa, y sus ediciones posteriores, pioneras en sistematizar el corpus con el índice de motivos de Stith Thompson.

      Es autor también de una traducción del Arte poética de Horacio y de otra parcial (Diccionario de gramática y literatura, 1788) de la Enciclopedia metódica, en la que colaboró Estala. Cf. José Checa Beltrán,  “Mínguez de San Fernando y su traducción de la Encyclopédie Méthodique”, en VV. AA., La  traducción en España (1750-1830). Lengua, literatura, cultura. Ed. de Francisco Lafarga. Lérida: Ediciones de la Universidad de Lérida, 1999, pp. 177-185. Menos conocida es su De acri in latinis optimisque litteris apud hispanos judicio oratio in solemni studiorum renovatione A. P. Ludovico Minguezio a sancto Ferdinando in scholis piis de Lavapies habenda die XII septemb. anni MDCCLXXIX hora V. vesper, Madrid: Imp. de Pedro Marín, 1779.

    Escrito por Luis Mínguez de San Fernando, Pedro Marín

   En Anastasio Chinchilla, op. cit. p.  418.

    Se licenció en medicina en Madrid (1831) y después se doctoró. Luchó contra el cólera morbo en Almagro en 1834; capitán de la Milicia Nacional, fue designado diputado por Ciudad Real en las Constituyentes de 1854. Director de Gobernación, mediante la Real Orden de 30 de Noviembre de 1855 se autorizó la constitución de la sociedad de Seguros Mutuos de cosechas "La Iberia Agrónoma" que dirigió él. Habiendo solicitado con otros la formación de una Sociedad de pesca y comercio en 1856, sin lograr autorización, para la costa de Adrar, logró ser titular de una concesión para instalar una compañía pesquera africana en las Canarias en 1861, “La Oriental”. Militó en el partido moderado y acaso es el padre del famoso médico Federico Gómez de la Mata, autor de importantes monografías en su disciplina y fundador de la Gaceta de Oftalmología (1886) y Los Remedios Nuevos (1890).

      Francisco Javier de Moya Fernández, (Hellín, 6 de marzo de 1821 -  íd., 30 de marzo de 1883), era hijo del regidor perpetuo de la villa, estudió Filosofía en el Seminario de San Fulgencio de Murcia y Leyes en Valencia y se licenció en Madrid. En 1845 era ya redactor del periódico liberal progresista El Eco del Comercio, donde pudo conocer a un par de redactores que eran también manchegos, Félix Mejía y Fermín Caballero; publicó unos artículos que reunió luego con el titulo de Estudios sociales, defendiendo principios propios del futuro Partido Democrático. Al concluir dicho periódico, fue redactor de La Libertad (1846) La Atracción (1847) y La Iberia (1858) y  trabajó también en La Enciclopedia, La Reforma Económica, El Eco de la Juventud, La Asociación, La Creencia y La Tribuna del Pueblo, que fundó y dirigió junto con el malogrado socialista Sixto Cámara (1851); luego fundó y dirigió La Voz del Pueblo en la vanguardia del partido liberal preparando la revolución de 1854. Triunfante esta, fue nombrado secretario del Gobierno Civil de Cáceres  y luego del de Cuenca hasta 1856. Al caer Espartero presentó la dimisión y se retiró a Albacete, donde puso bufete de abogado; fundó y dirigió allí La Semana de Albacete, periódico progresista puro que duró dos años. Al morir su padre en 1860 volvió a su pueblo natal; desde allí fue colaborador asiduo de La Iberia, para la que surtió dos series de artículos antidinásticos que hicieron bastante ruido y le valieron un proceso en 1865, La cuestión previa y La fuerza de la reacción; y también colaboró en La América y La Nación. Usó el seudónimo de Ricardo Kaiore. Al triunfar la revolución de 1868, presidió la Junta Revolucionaria del Hospicio y al convocarse las Cortes Constituyentes redactó el manifiesto electoral de la Junta del Partido monárquico-democrático de Madrid y se presentó para la Diputación de Albacete, siendo elegido; en su programa propugnaba la abolición de la pena de muerte, la monarquía democrática en la que el rey era sólo depositario del poder ejecutivo, cámara única, descentralización, abolición de las quintas, instauración del jurado etcétera. En efecto, votó a Amadeo de Saboya y contra la pena de muerte. Volvió a ser diputado en las Cortes de 1871 y su provincia le eligió senador en 1872. En época revolucionaria fue además Director General de Estadística y  de Agricultura, Industria y Comercio; Fiscal del Supremo Consejo de Guerra y ministro del Tribunal de Cuentas, en cuyo cargo estaba cuando advino la Restauración. Se encuadró entonces en el llamado partido Constitucional y Sagasta le nombró en 1881 fiscal del tribunal de Cuentas. Al convocarse las cortes de la nueva situación fue elegido otra vez senador por Albacete. Era gran cruz de Isabel la Católica y gran oficial del Nischan Iftijar de Túnez.  Empezó a publicar junto con el abogado Agustín M. de la Cuadra un Diccionario Geográfico, Histórico, Estadístico, Arqueológico, Artístico, Industrial, Político, Bibliográfico y Biográfico de España y sus posesiones de Ultramar  Madrid: s. n., 1875-1876 (Imprenta de los señores Rojas)   del cual solamente aparecieron deis cuadernos, ya que falleció antes de poderlo acabar. También compuso una; fuera de los trabajos comentados escribió La infalibilidad del Papa: Del poder temporal y de la supremacía espiritual que se atribuye al Pontífice Romano; Seguido de De la primacía del Papa Obra en que se demuestra que la primacía del Obispo de Roma no es más que gerárgica y honorífica sin ser de institucion divina ni de jurisdicción. Traducida libremente de la edicion franco-latina, (Madrid: Imprenta de los Señores Rojas, 1871-1872, 2 vols.

      Abdón de Paz (Polán, 1840 - 1905) escribió  “La novela Española. Estudio histórico filosófico desde su nacimiento a nuestros días”, en Revista de España, X, núm. 37 (1869)  p. 104-122. Era un católico sin prejuicios y tolerante que intentaba conciliar sus creencias con las nuevas tendencias en obras como El árbol de la vida, que Manuel de la Revilla tenía por el resumen de su toda su filosofía.

       Fue académico de la Historia (1867), de la de Ciencias Morales y Políticas (1867), de San Fernando (1881) y de la Lengua Española (1889). En la de Historia llegó a asistir a 1.887 sesiones, el mayor número que se ha registrado desde su fundación. Fue también senador por la Universidad de Valladolid (1878-85) y por la de la Habana (1891-92), presidente de la sección de Ciencias históricas del Ateneo de Madrid (1893-95), decano de la facultad de Filosofa y Letras, rector de la Universidad de Madrid y consejero de Instrucción pública, etc. Colaboró en El Heraldo, El Eco Granadino, Revista Meridional, Revista Ibérica, El Eco de las Antillas, La Razón, La Época, La Revista de España y La España Moderna, y en 1876 publicó El Movimiento. Participó además en el Diccionario de Montaner y Simón. 
     
     Cf. las conferencias dadas en el Ateneo de Madrid y publicadas con los títulos Los lenguajes hablados por los indígenas del Norte y Centro de América (conferencia pronunciada el 29 de febrero de 1892, en las conmemoraciones del IV Centenario), Madrid: Est. Tip. Suc. de Rivadeneyra, 1893 y Los lenguajes hablados por los indígenas de la América Meridional (conferencia pronunciada el 16 de mayo de 1892, en las conmemoraciones del IV Centenario), Madrid: Est. Tip. Suc. de Rivadeneyra, 1893.
      
    Su obra, en la que se encluyen traducciones, discursos y artículos en revistas, es demasiado extensa para que la incluyamos aquí; mencionaremos tan sólo Instituciones jurídicas del pueblo de Israel en los diferentes Estados de la Península Ibérica desde su dispersión en tiempo del emperador Adriano hasta los principios del siglo XVI  (1881) y Estado social y político de los mudéjares de Castilla, considerados en sí mismos y respecto de la civilización española, (1866).

      Cf. AA.VV., Diccionario de Historia Eclesiástica, Madrid 1972, t. I, pp. 344-346.

      Cf. Jesús Lladó, “Esfuerzos del Ingenio Literario. Comentarios sobre el importante libro de León María Carbonero” en  Semagames núm. 61 (diciembre de 2003), p. 16-18.

      Cf. Manuel Ossorio, op. cit., p. 180.

      El abogado Antonio Solance Muñoz (1823 -1877) fue un fanático de ajedrez que llegó a cartearse con gente de toda Europa para jugar partidas por correspondencia; compuso problemas, igualmente. Aparte de sus vínculos carlistas, he averiguado que era sobrino y heredero del canónigo de Santiago Manuel José Solance, del Orden de Calatrava. Estudió en Toledo la enseñanza media y la carrera de Derecho en Granada. Colaboró en El Capricho de esa misma ciudad y especialmente en La Musa de Albacete, entre otros periódicos. Con gran facilidad para los idiomas, poseía el latín y aprendió alemán, inglés e italiano para poder leer libros de ajedrez que no estaban traducidos. Se conserva un retrato suyo realizado por Eduardo Núñez que perteneció a Eusebio Vasco en el Museo de los Molinos de Valdepeñas. En el legado del famoso folklorista se encuentran además varios manuscritos del autor con artículos y piezas dramáticas del poeta y una fotografía suya. Su libro de versos, póstumo, es una colección fraguada por su amigo Eusebio Vasco, que se ocupóp en reunir su obra dispersa.

      Conde polemizó con los vascos Pablo Pedro Astarloa y Juan Bautista de Erro sobre el origen de la lengua vasca en sus obras Censura crítica de la pretendida excelencia y antigüedad del vascuence (1804) y Censura crítica del Alfabeto primitivo de España, y pretendidos monumentos literarios del vascuence  (1806). Asimismo ayudó a Juan Antonio Pellicer contra los impugnadores de su edición comentada del Don Quijote en su  Carta en castellano con Posdata Poliglota: En la Qual Don Juan Antonio Pellicer y Don Josef Antonio Conde... Responden a la carta critica que un anonimo dirigio al autor de las notas del Don Quixote, desaprobando algunas de ellas (Madrid: Imp. de Sancha, 1800). Como helenista publicó traducciones de Calímaco (1790), Anacreonte (1791) y Tirteo (1796), y hay inédita una de los poemas de Hesiodo y varias paráfrasis de Teócrito, Bion, Mosco, Safo y Meleagro.

      Cf. Manuela Manzanares de Cirre, Arabistas españoles del siglo XIX. Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1971.

      Los datos biobibliográficos que se conocen sobre Tomás Tapia son muy escasos. Amplío lo recogido por la Enciclopedia Espasa con otras fuentes.

      Cf. Mi edición de la Autobiografía de Juan Calderón, Alcázar de San Juan: Patronato de Cultura, El erudito doctor alcazareño Rafael Mazuecos, quien por demás desconocía quién era Juan Calderón Espadero, escribió en su “Tomás Tapia, hijo de Alcázar”, fascículos 32 y 33 de Hombres y Lugares de la Mancha que era hermano de la madre de los Manzaneques, Isabel María Tapia y Vela. Era primo hermano de Doña Luisa Tapia, esposa de Don Marto Espadero López, primo, también de los demás Tapias, Don Julián el de Doña Flor, los de los comercios y la tía María de El Mundo; otra hermana de Don Tomás, María Ignacia Tapia Vela, fue la esposa de Don Antonio Castillo, alcalde de la ciudad.de Córdoba y funcionario en los Ayuntamientos de Córdoba y Montilla. Republicano federalista, fue miembro de la junta del partido en Montilla; durante su estancia en Córdoba fundó los periódicos La República Federal y Lucas Gómez, este último de carácter irónico. En Valencia dirigió El Museo Literario. Usó el pseudónimo de Ego para firmar críticas literarias. Como poeta ganó los juegos florales de Córdoba en 1868 en el tema religioso y en 1873 en el histórico con La Batalla de Munda. En 1880 reorganizó la Sociedad Económica de Amigos del País de Montilla, y fue director de la misma y académico de número de la Real de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y miembro de las Sociedades Arqueológicas de Córdoba y Sevilla, del orfeón valenciano y de la Sevilla de Buenas Letras. Escribió varias obras históricas, entre las cuales escojo, por ser el tema de la misma un manchego, Crónica de los festejos en Montilla por la beatificación del V. Maestro Juan de Ávila. (Montilla: Tip. El Progreso, 1895). Fue un activo escritor periodístico, escribió también novela y donó su cuantiosa biblioteca de 4000 volúmenes a la ciudad de Montilla para que se hiciese una pública.

      Cf. Antonio Jiménez-Landi Martínez, La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente. T. I. Los orígenes de la institución Madrid: Editorial Complutense S. A.,1996, p. 55.

     Cf. Jiménez-Landi, op. cit., I, p. 92.

      Cf. Jiménez-Landi, op. cit., I, p. 124

      Cf. Jiménez-Landi, op. cit., I, p. 231-232

      Cf. Fernando Martín Buezas El krausismo español desde dentro: Sanz del Río, autobiografía de intimidad. Madrid: Tecnos, 1978, p. 340.

      Severo Catalina del Amo (Cuenca 1832 – Madrid 1871) era Catedrático de la Universidad Central. Sucesivamente desempeñó los cargos de Director de Instrucción pública (1866), Ministro de Marina (1868) y Ministro de Fomento en el gobierno presidido por González Bravo. En 1861 había ingresado en la Academia de la Lengua. Fue redactor de El Sur y de El Estado, y publicó numerosos libros. Al contrario que Tapia, se manifestó contra la educación de la mujer,

      Cf. Jiménez-Landi, op. cit., II, p. 629.

      Cf. Jiménez-Landi, op. cit., I, p. 525

      La religión en la conciencia y en la vida: 9 de mayo de 1869. Madrid: Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra, 1869. Las quince conferencias fueron publicadas como opúsculos sueltos.

      Cf. Jiménez-Landi, op. cit., I, p. 209.

      Dámaso Delgado López (1829-1906) nació en Montilla. Se licenció en leyes en Granada y fue secretario del Juzgado de Paz de su pueblo natal y procurador en los gobiernos civiles de Valencia y 

    Juan de Dios de la Rada y Delgado, (1827-1901), doctor en derecho y catedrático de arqueología y numismática de la Escuela Superior de Diplomática, era caballero de la Orden de Carlos III, académico profesor de la de Jurisprudencia y Legislación matritense, y de igual clase de la de ciencias y literatura del Liceo de Granada, autor de numerosos artículos y libros de arqueología, historia y derecho.

      Creo que se trata de “Sobre el Quijote y sobre las diferentes maneras de entenderlo e interpretarlo”, 1864, pero hay otro anterior de 1861.

      Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid: La Editorial Católica (BAC), II, p. 1050 y ss.:

     Precisamente a un clérigo apóstata, D. Tomás Tapia, eligió la secta para desempeñar la cátedra de Sistema de la Filosofía, fundada por Sanz del Río. Pero la disfrutó poco tiempo y apenas escribió nada, y esto poco, vulgar y malo. Conozco de él un ensayo sobre la Filosofía fundamental, de Balmes inserto en el Boletín-Revista de la Universidad; una tesis doctoral acerca de Sócrates, una lección sobre la religión y las religiones que explicó en el paraninfo de la Universidad en aquellas famosas Conferencias para la educación de la mujer inauguradas por don Fernando de Castro, que comunicó a Tapia mucho de su espíritu propagandista furibundo. Durante las vacaciones universitarias se entretenía en catequizar a los manchegos, paisanos suyos, predicándoles en las eras y en el casino de Manzanares. Poseo varias hojas sueltas de las que repartía. «El hombre debe crearse la religión que mejor le parezca (leo en una)... De los curas no debemos fiarnos» (escribe en otra). ¡Profundísima filosofía! La temporada del rectorado de D. Fernando de Castro fue la edad de oro de los krausistas. Su actividad y fanatismo no tenían límites. Empezó por dirigir una circular a las universidades e institutos de España y del extranjero invitándoles a hacer vida de relación y armonía. Fundó el Boletín-Revista de la Universidad, órgano oficial del krausismo y fábrica grande de introducciones, planes y programas. Estableció las Conferencias para la educación de la mujer y la Escuela de Institutrices; fue presidente de la Sociedad Abolicionista y proyectó un culto sincrético, de que da idea en su Memoria testamentaria..
      Tras dar gracias a Dios de los escasos avances de la secularización en la villa de Alcázar de San Juan tras la Gloriosa revolución de 1868, escribe así:
      ¡Estaba reservada la descatolizacion de este pueblo á un hijo suyo, sacerdote de su Religion! ¡Un Ministro del Altar vino á su patria a destruir los altares de su Dios! D. Tomas Tapia, Pbro. Catedrático de la Universidad Central presentóse entónces ante sus paisanos con el doble prestigio de su ciencia y de su carácter sacerdotal, siempre aqui tan respetado. En Madrid habia ya entregado al Sr. Vicario eclesiástico sus licencias profesionales, apostatando oficialmente de su ministerio: en Alcázar se presentó tambien ante su Vicario á hacer renuncia de la Capellanía que poseía, título de su ordenacion. Desde luego, empezó á justificar su actitud rebelde ante el pueblo, predicándole en las eras, y dando conferencias religioso-político-morales en el casino, protestando su amor á Dios, su adhesion á la Religion Cristiana, su afecto á la verdad, y que por este afecto á la verdad y a la sinceridad se habia separado de los curas, pero no de la Iglesia de Jesucristo, que una cosa son los curas con sus intereses mundanales, y otra la Iglesia con sus enseñanzas celestiales, grabadas no en el frágil papel de un libro ó de una Bula, sino en la conciencia humana, por el dedo del mismo Dios.
      
    Cf. Gonzalo Díaz Díaz, Hombres y documentos de la filosofía española. Madrid: CSIC, 1991, t. IV, p. 835-836.

      Ramón Chíes Gómez (Medina de Pomar, provincia de Burgos, 1846 – Madrid, 1893), estudió ciencias exactas, filosofía y derecho en Santander y Madrid. Se consagró luego al periodismo y, a través de su participación en el Círculo de la Revolución constituido tras los hechos de 1868, contribuyó a la creación del Partido Republicano Federal. Fue redactor del diario democrático La Discusión.En 1873 ocupó el gobierno civil de Valencia, y lo dejó al acaecer la revolución cantonalista. En 1881 presidió en Madrid el célebre mitin republicano del Teatro de la Zarzuela, el primero celebrado desde la Restauración. Dirigió el periódico El Voto Nacional hasta que fundó en 1883 en colaboración con Fernando Lozano el semanario madrileño Las Dominicales del Libre Pensamiento, que codirigió hasta su muerte y llegó a alcanzar gran popularidad en los sectores demócratas. Poco antes de su muerte fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid, y allí abogó por conceder la jornada de ocho horas a los obreros. Al año siguiente de su muerte, se le erigió en el cementerio civil del Este un mausoleo por subscripción popular (1894). Cf. Javier de Diego Romero, “Ramón Chíes (1845-1893), librepensamiento y cultura republicana en la España de la Restauración”, en Historia y biografía en la España del siglo XX : II Congreso sobre el Republicanismo coord. por José Luis Casas Sánchez, Francisco Durán Alcalá, 2003 , p. 441-460.

     Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: memoria y resumen de la información.  Madrid, Revista de Trabajo, 1975.

      Estudió el bachillerato en el colegio de San Antón de Madrid e ingresó muy joven en la Orden las Escuelas Pías. Se ordenó sacerdote en Granada y ejerció la enseñanza en esta misma ciudad, en Yecla (donde tuvo por discípulo a Azorín, quien le recordó con afecto en La voluntad y otras obras), en Getafe, doce años como maestro de novicios, y en Madrid. En 1887 fue nombrado Cronista General de la Orden y posteriormente Consultor Provincial y Provincial honorario. Fue el fundador y primer director (1888-1895) de la mensual Revista Calasancia, publicación centenaria de carácter educativo que sigue publicándose hoy con el título de Revista de Ciencias de la Educación. Dominaba las lenguas clásicas y era doctor en Farmacia. Colaboró en la revista madrileña El Fomento (1871), La Niñez (1879-83), Áncora de Castilla (1881), La Ilustración de Madrid y Revista Contemporánea (1897-99). Fuera de sus obras religiosas y sus pioneros trabajos arqueológicos (algo egiptófilos) en el Cerro de los Santos y otros lugares, nos interesa destacar sus Tradiciones históricas de España, Madrid 1889; la Gramática Latina del P.C. Hornero corregida y aumentada por el P. Álvarez y ahora nuevamente por el P. C. Lasalde, Madrid 1889, su monumental Historia literaria y bibliografía de la Escuelas Pías de España (3 tomos), Madrid 1927 y su Manual de Pedagogía, (Friburgo, 1911). Astrónomo aficionado y buen mecánico, creó un cosmógrafo para que sus alumnos comprendieran los movimientos de la Tierra en relación al sol y otros astros, integrado por una esfera armilar sobre una mesa, en cuyo interior estaba la maquinaria para ver el movimiento del globo terráqueo a través de los cristales laterales de la mesa. Su Compendio de Geografía con 129 grabados y 4 mapas en color (1895) alcanzó cinco ediciones en 1928; mejoró las colecciones colegiales de los Gabinetes de Ciencias y creó un Jardín Botánico, un Gabinete Agronómico y un Observatorio Meteorológico. Fue uno de los primeros escritores españoles que realizó estudios lingüísticos según las nuevas orientaciones de la filología comparada (Desarrollo del Idioma Castellano desde el siglo XV hasta nuestros días, 1912) y prologó el libro del padre Enrique Torres Gramática Histórica de la Lengua Castellana. No menos importante es su Libro de lectura de 4 volúmenes para distintos niveles escolares (1897, 1898, 1899 y 1904). 

      Antonio Rodríguez García-Vao: La historia: su carácter y tendencia en la época presente. Estudio crítico, Madrid: Imprenta y litografía de González, 1885. El único ejemplar que he podido localizar se encuentra en la Biblioteca Municipal de Ciudad Real, sig. F. A. / 9765

      Dieu tient du haut des cieux les renes de toux les rogaumes; il á tous les coeurs en sa main. Tantot il retient les passions, tantot il leur lache la bride, et par la il remue tout le genre humain. (Histoire universelle.)

      Op. cit., p. 6-7.

      Op. cit., p. 8-10.

      Op. cit., p. 11-13.

      Op. cit., p. 18.

      Op. cit., p. 25.

      Historia de Inglaterra, t. I, pág. 68.

      Consideraciones acerca de la nación francesa.

      Panegyrique du B. Fourier. También es curioso el siguiente concepto:
      L’historia si puó veramente deffinire una guerra illustre contro il Tempo, perché togliendoli, di manlo gl’anni suoi prigioneri, anzi già fatti cadaveri, li richiama in vita, li passa in rassegna, é li schiera di nuovo in battaglia. (Manzoni, “Introduzione” a su I promessi  Sposi.)

      Op. cit., p. 13-14.

      Op. cit., p. 15.

      Op. cit. p. 26.
      
     Filemón, Fragmentos:

Oùχ ἠ πολίς σοῦ τό γένος εύγενές ποιεῖ
σύ δ’εύγενιζεις τεν πόλεν πρασσων καλως
     
     Op. cit. p 28-29.

     Op. cit. p 29.

     Condorcet, Tableau historique des progrès de l’esprit humain: “La perfectibilité de l’homme est réellement indéfinie; que les progrès de cette perfectibilité désarmais independante de toute puissance qui voudrait les arreter, n’out d’autre terme que la durée du globe ou la nature nous à jetés”. Op. cit. p. 36
     
     Castelar, La civilización en los cinco primeros siglos del Cristianismo.
    
    Op. cit. p. 36.

    Op. cit. p. 36-37.
    
     Así lo dice: “Se observa ya una marcada tendencia a escribir historias particulares y generales y a prescindir de las universales. Es dificilísimo, por no decir imposible, que un escritor pueda mirar sin pasión todas las épocas, todas las naciones y todos los ideales. Así sucede que las historias en que la imparcialidad anda más escasa son las conocidas generalmente con el nombre de universales”, p. 38.
   
     Op. cit. p. 40-41.

       “La división del trabajo, ley de importancia suma, se impone en todas las esferas y la historia, si ha de responder a su misión actual, debe cumplirla, pues que de este cumplimiento dependerá que llegue a conseguir el mayor esplendor de su gloria”, p. 41. 

      Idea sencilla de las razones que motivaron el viaje del rey Don Fernando VII a Bayona en el mes de abril de 1808 dada al público de España y de Europa… Para su justificación y la de las demás personas que componían entonces el consejo privado de S. M… contra las imputaciones vagas de imprudencia o ligereza divulgadas contra ellos por algunos sujetos poco instruidos de las expresadas razones… Madrid: Imprenta Real, 1814; de inmediato fue traducida al francés y al alemán; al año siguiente al italiano y al inglés; y Mémoires de Ceballos et d’Escoiquiz, t. I de la Collection complémentaire des Mémoires relatifs a la Révolution Française. París: Michaud, 1823; la traducción al francés es de Bruand. Las editó en castellano Arturo Paz y Meliá: Memorias (1807-1808). Madrid: Tipografía de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1915. Miguel Artola las volvió a publicar en Memorias de tiempos de Fernando VII, Madrid: Ediciones Atlas, 1957.
   
      La Révolution est comme Saturne: elle dévore ses propres enfants. Es una frase atribuida al eminente orador revolucionario francés Pierre Victurnien Vergniaud (1753-1793); líder de los girondinos, votó la ejecución de Luis XVI, perdió la lucha del poder ante los “montañeses” y fue guillotinado por ellos, no sin antes haber pronunciado tan célebre dicho. Es una de las interpretaciones de la famosa pintura negra de Goya, creada precisamente durante el Trienio Liberal.

      Así por ejemplo, en la Cuestión política, poco después: “La ignorancia, de que había públicas escuelas y que hacía todo su saber, dejó siempre a los españoles a discreción de los maestros que se la enseñaban por principios, ligándoles los errores de modo que compusiesen una ciencia que se podría llamar la ciencia de no saber y el arte de adquirir errores. Todo el empeño estaba en llamarles la atención a un mundo que no está en relación ni en contacto con nosotros, tales como somos y mientras vivimos, para apartársela de este en que ellos solos quieren vivir como propietarios y los demás como pasajeros y peregrinos y que, siendo para todos valle de lágrimas, sea sólo para ellos de goces y alegría. Allí baten únicamente de palabras, lugares de penas y de placeres, de premios y de castigos; y cuando quieren llenar el vacío de estas palabras, vienen a este mundo, en que sólo se encuentran materiales para nuestros sentidos y sensibilidad, por músicas y por fuegos, por alquitrán y por violines, sin hacerse cargo de que en estas almas sin cuerpos y sin sentidos no se ve cómo puedan obrar esos instrumentos. Pero para eso han sido instituidas esas escuelas de error, donde se hace todo fácil de creer sin examinar, donde las palabras pasan por cosas y la nada por algo, donde se forjan universos de abstracciones y se señalan los días y los jornales que pudieran costar; donde fábrica y trabaja Dios, como acá los albañiles; donde las voces tienen cuerpo y las ideas son palpables como los árboles y las murallas, y donde las pruebas están de más, porque sobra la ignorancia y la credulidad. Los españoles viven en ese mundo siglos hace: allí están en realidad, y con nosotros existen sólo como sombras: cursan esas escuelas, oyen esos maestros, se dejan afectar de esas quimeras, de esos paraísos forjados por el opio que les propinan y que se arraigan en las cabezas débiles, en donde, al través de objetos tan ridículos y contradictorios, si se presenta alguna vez la libertad, es tan llena de bazofia y de confusión, que ni aun la cabeza misma en que obra la cree tal libertad ni sin vergüenza podría recibirla ningún otro en la suya con apariencias tan horribles y extravagantes.”

     Extraído de Catilinaria que injustamente contra los reyes, papas, obispos y frailes... se imprimió en Filadelfia... en julio de 1824 por Agustín Argüelles... refutada por Nicolás Pérez, el Setabiense. Madrid: [Imprenta de Francisco Martínez Dávila], 1825.

      Cf. Jaime del Burgo, Bibliografía de las Guerras Carlistas y de las luchas políticas del siglo XIX. Antecedentes desde 1814 y apéndice hasta 1936. Pamplona: Editorial Gómez, 1954, t. I, p. 590.

      Cf. Ataques por la prensa a la Guardia Real exterior y su defensa (Madrid: Suárez, 1841).

      Juan Cotarelo, “Episodios de la Guerra Civil. La acción de Aoiz (Navarra)” en Revista Europea, núm. 141 (5 de noviembre de 1876), p. 588-591. 

      Cf. Francisco José Vanaclocha Bellver, La opinión militar española ante el sistema politico (1874-1898), Madrid: Departamento de Ciencias Políticas, Universidad Complutense, 1980, p. 131

      Cf. Manual del criador de ganado caballar (Madrid, 1858); La cría caballar en España, o Noticias históricas, estadísticas y descriptivas acerca de este ramo de riqueza publicadas por disposicion del General Jose Maria Marchesi (Madrid: Imprenta y Litografía Militar del Atlas, a cargo de J. Rodriguez, 1861) y Estudio de la cabeza del caballo, de la brida y de los diferentes sistemas de bocados o frenos (Madrid, 1875). 

    Cf. Guía del militar en marcha, o itinerario general de España y Portugal, dividido en distritos militares: acompañado de una breve explicación geográfica y estadística de la península (Madrid, 1843); Cuadro tipo de uniformes del Ejército español desde los tiempos primitivos (Madrid, 1845) y Sobre la poca posibilidad de sostener en la caballería española regimientos de coraceros (Madrid, 1858).

      Cf. Manual de la provincia de Madrid. Contiene las noticias históricas, geográficas y descriptivas, las de estadística de montes y mineralogía, de industria y comercio, caminos, canales, correos y distancias que hay desde Madrid á las capitales de otras provincias ; ferias, pesos y medidas de Castilla, monedas españolas y de otros países vecinos; nomenclátor de todos los pueblos de la provincia contribuciones y quintas; divisiones judicial, civil, eclesiástica y militar; edificios notables, hombres célebres, situación de las oficinas públicas, iglesias, casas de giro y otros establecimientos civiles y militares en la corte, con un plano de la capital y un mapa de la provincia. Madrid: Establecimiento tipográfico de A. López, 1849. 

      Corresponde a los núms.. 2, 3 y 4 de ese mismo año, 1861.

      La primera edición lleva un título ligeramente diferente: Cuadro cronológico de los principales acontecimientos que han tenido lugar en las tres épocas siguientes... Guerra de la independencia.—Guerra de América.—Guerra contra D. Carlos. Madrid: Imprenta del Diccionario Geográfico de Madoz, 1848.

      Cabe citar, de Juan Díaz-Pintado, Revolución liberal y neoabsolutismo en La Mancha (1820-1833): Manuel Adame, el Locho. Ciudad Real: Diputación Provincial de Ciudad Real, 1998, y de Manuela Asensio Rubio, El Carlismo en la provincia de Ciudad Real, 1833-1876. Ciudad Real: Diputación, Área de Cultura, 1987.

      Antonio Pirala, Historia de la guerra civil, y de los partidos liberales y carlistas. Madrid: Est. Tip. de Mellado, 1856, 5 t. en 4 vols.

     Op. cit. p. 3. Modernizo la puntuación, pero no la ortografía y los acentos, a fin de dar al texto el regusto antiguo que posee.

      Cf. Juan Díaz-Pintado, Revolución liberal y neoabsolutismo en La Mancha (1820-1833). Manuel Adame, el Locho. Ciudad Real: Diputación Provincial, 1998, p. 272, y todo el capítulo en general.
   El texto y el estadillo se encuentran en las páginas 29-31 de la obra citada.

      Ocupa el volumen VII y último de la Coleccion de las obras del Sr. D. Joaquin Maria Lopez editada por Feliciano López (Madrid, 1856-1857) con el título Vida del Excmo. Sr. D. Joaquín María López.

      Biblioteca de autores y escritores de la provincia de Guadalajara y bibliografía de la misma hasta el siglo XIX, Madrid: Editorial Sucesores de Rivadeneyra, 1899.

      Don Juan Calderón, sa  vie écrite par lui-même. Suivie de courtes notices sur Quatre chrétiens espagnols et sur l’evangelisation de l’Espagne. Par Joseph Nogaret. París: Imp. de Bonhoure, 1880. La traducción del doctor James Thompson apareció en vida del autor con el título de “Autobiography of Don Juan Calderón, a spanish priest” en el Evangelical Christendom: its state and prospects, revista mensual de la Evangelical Alliance, vol. IV, agosto de 1850, p. 230-234; 260-264; 295-299 y 327-331. La versión francesa, ampliada con datos de su mujer francesa y su hijo, el pintor prerrafaelita Philip Hermógenes Calderón, la editó Joseph Nogaret con el título Don Juan Calderon, sa vie écrite par lui-même, suivie de courtes notices sur Quatre chrétiens espagnols et sur l’evangelisation de l’Espagne. París: J. Bonhoure el fils, 1880. Existe también una edición que lleva el título De las tinieblas a la luz. Autobiografía. Barcelona: Imp. y Litografía de J. Robreño Zanné, 1884. Mi edición crítica, que hice sin conocer todavía la existencia de la traducción de Thompson, es Autobiografía. Alcázar de San Juan: Patronato de Cultura, 1997.
   
    Madrid en 1808. El relato de un actor. Relación de cuanto ocurrió cada día de aquel año desde el motín de Aranjuez, y de las noticias que corrían diariamente. Es el retrato fiel de cuanto sucedió día por día. Escrito por Rafael Pérez, actor del teatro. Cada día se escribía lo ocurrido en el anterior. Madrid: Área de Gobierno de las Artes, 2008.

      Cuenca, episodio de la guerra civil del Centro, por Germán Torralba, empleado de la Hacienda pública, prisionero en la toma de dicha ciudad por las fuerzas carlistas, al mando de D. Alfonso y Doña Blanca. Madrid: Imp. De J. Noguera a cargo de M. Martínez, 1876.

   Un curioso capítulo de la obra se dedica a un famoso debate médico de entonces, el de la presunta curación por la música y el baile de los tarantulados, cuestión que hizo verter ríos de tinta a causa de su carácter psicosomático.

      Los títulos de cada tomo son: 1850 a 1869. Ante mis libros y mis recuerdos; 1861 a 1870; La formación de mi pensamiento; 1871 a 1880. Mis luchas, mis primeros años de vida independiente y profesional; 1881 a 1890. En pleno ejercicio profesional.

      Entre sus ensayos cabe destacar Biología de los partidos politicos (1892) y El dolor y la pena (divagaciones), 1950.  

      Balcázar dirigió El Adalid Manchego (1891), La Tribuna (1892), El Calatravo (1917) y El Hidalgo de la Mancha, 1937. Recogió algunos de sus artículos en Historietas manchegas: colección de artículos recreativos, Ciudad Real: Tip. Del Hospicio, 1891.

      El manuscrito se encuentra en el archivo familiar, pero problemas entre los herederos hacen que no se permita acceder a él hasta que se digitalice y como resultado de ello es imposible hacer una edición del mismo. Los textos citados provienen de la biografía

      Antonio  Ferrer del Río,  Historia del reinado de Carlos III en España (Madrid: Comunidad de Madrid, 1988, t. IV, facsímil. de la ed. de Madrid: Imprenta de los señores Matute y Compagni, 1856, p. 198, n.): “En la reseña de los bustos existentes en la Biblioteca del Senado, se lee, entre otras muy juiciosas calificaciones, esta, con alusion á Carlos III: "Supo granjearse dentro y fuera de España el honroso titulo de hombre de bien, ofreciendo una prueba manifiesta de que no es tan difícil, como vulgarmente se piensa, hermanar la moral política con la religiosa." Esta reseña es obra del difunto senador D. Diego Medrano, varon en quien andaban en competencia la instruccion no comun, el juicio sólido y la sin par modestia. Su fallecimiento, acaecido en el verano de 1853, me ha privado de un grande amigo y de un censor ingenuo. Toda la presente historia habia de pasar por el crisol de su critica atinada, y solamente pudo ver la Introduccion de ella; debiendo asegurar que adopté sin reparo cuantas observaciones me hizo. ¡Tanta fe tenia yo en sus luces y en sus aciertos!”

Fermín Caballero, en su Galería de los Procuradores de las Cortes de 1834 a 1836 (Madrid, 1836, p. 10), da una visión menos idealizada: “Este manchego desmiente la Mancha, porque guarda su puesto sin ser linchado y es sobradamente ladino para encubrir el estambre. Es orador lunático, que unas veces habla mal y otras medianamente. Su constancia en apadrinar a los del Banco Azul le metió de patitas en él sin saber leer ni escribir y, aunque duró poco en la poltrona, cayó en colchón de pluma, cogiendo el beneficio simple del Consejo Real, por lo que no debe pesarle su política de mañitas. Es pequeño, aseado en el traje, modoso y remirado en acciones y palabras. Obra como militar y político experimentado en lides y como quien ha vegetado los diez años en el rincón de Ciudad Real a salto de mata y brujuleando su soltería. Siendo Vicepresidente (del Estamento de Próceres) se condujo con imparcialidad; puso a los Procuradores a toque de campana gruesa y si se descuidan los Diputados los pone también a lista”.

     Diego Medrano y Treviño, “Del progreso”, en Revista de Madrid: Madrid: Imprenta de don Fernando Suarez, 1842, t. III, página 461-477. Colaboró también en La Revista Española (1834), en El Eco del Comercio (1834-1835) y en La Floresta Española (1835). Cumple aquí citar su ensayo Consideraciones sobre el Estado Económico, Moral y Político de la Provincia de Ciudad Real (1841), reimpreso en facsímil en Ciudad Real: IEM (Patronato José Mª. Quadrado del CSIC), 1972. 

    En la Biblioteca de Cataluña se conserva manuscrito un Álbum de autógrafos y dibujos dedicados a Don Rómulo Muro que formó parte de la colección de Arturo Sedó; entre otras cosas contiene algunas cartas de Benito Pérez Galdós a Narcis Oller y muchas otras referencias al escritor canario.

      Fue director de El Nuevo Intermedio (Barcelona) y de El Fénix (Villanueva de la Serena) y redactor jefe de el Diario de Toledo y de La Campana Gorda; redactor de Los Debates, El Nacional, ABC, (1903), El Monitor del Comercio, El Garrote, La Patria, El Censor, La Defensa Profesional, La Ilustración del Profesorado Hispanoamericano, Vida Manchega y de la agencia telegráfica Almodóvar; interventor del grupo Prensa Española (1927); colaborador de El Sinapismo y Blanco y Negro de Madrid; de El Heraldo Toledano y El Fénix Talaverano; de  La Universidad (Barcelona), El Iris y Extremadura Literaria de Badajoz. Escribió El Cristo de Valdepozo: tradición toledana (1922) y el jueguete cómico-lírico La tiple ingeniosa, (1922) con música del maestro Francisco Alcubilla.

 Manuel Serrano, Catecismo taurino: breve compendio de conocimientos útiles a los aficionados a toros. Madrid: Antonio Gascón, 1908; corregido y ampliado después (Madrid: Hijos de R. Alvarez, 1913).

      Historia tauromaca de Rafael González (Machaquito): detalles de 865 corridas en las que estoqueó 2155 reses. Madrid: Hijos de R. Álvarez, 1913 e Historia taurómaca de Ricardo Torres (Bombita): apreciaciones y detalles de diez y nueve años de vida taurina. Madrid: Imprenta de los Hijos de R. Álvarez, 1913.

    Juan Calderón, Cervantes vindicado… Ed., introd.. y notas Ángel Romera Valero. Alcázar de San Juan: Patronato de Cultura del Ayuntamiento, 2006.

      En el prólogo de la obra destaca también, aunque algo menos, las contribuciones de los cervantistas Francisco Rodríguez Marín (en lo tocante a Andalucía) y  Julián Apraiz.

        La verdad sobre el "Falso Quijote". Barcelona: Antigua librería Babra, 1937, 2 vols.

      Pericia geográfica de Miguel de Cervantes Saavedra, demostrada con la historia de D. Quijote de la Mancha, Madrid: Imp. de Yenes, 1840. Sobre esa materia abunda en el folleto Aparición nocturna de Miguel de Cervantes a Don Fermín Caballero. Madrid: Imp. de Pita, 1841.

      Jurispericia de Cervantes: pasatiempo literario Toledo: Imprenta y Librería de Fando e hijo, 1870. Reimpresa en Madrid: Colegio de Abogados de Madrid, 2002. También hay que citar sus Recuerdos de Toledo sacados de las obras de Miguel de Cervantes Saavedra. Carta a M. Droap, misterioso corresponsal en España del muy honorable doctor E. W. Thebussem, Baron de Thirmenth Toledo: Imprenta de Fando e hijo, 1869. 

      Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid: Instituto Editorial Reus, 1948–1958), siete vols.

      Ramón Antequera Bellón nació en Argamasilla de Alba y fue alcalde de la misma localidad. Era tío del político y periodista Benedicto Antequera y Ayala, inspector general de primera enseñanza y jefe de primer grado del Archivo de Gobernación, secretario del gobierno de Madrid, secretario de La Revista de España y senador del reino. Ramón Antequera fue un discípulo del cervantista esotérico Nicolás Díaz de Benjumea y dirigió en Madrid en 1867 el periódico La Verdad en el Progreso; en su Juicio analítico del Quijote escrito en Argamasilla de Alba. (Madrid: Imp. Zacarías Soler, 1863), “libro de sana intención, pero no poco desaliñado y fantástico” según el  conquense Astrana Marín, afirma (acaso con el interés de promocionar su pueblo) que una leyenda local sobre el cuadro del hidalgo Rodrigo Pacheco de Quijana en Argamasilla de Alba, exvoto de una de sus iglesias, tiene que ver con el personaje principal del Quijote; la leyenda quizá existió: dan fe de ella Cayetano Alberto de la Barrera (El cachetero del Buscapié, Santander: Librería Moderna, 1916), Azorín (La ruta de don Quijote, 1905) y Augusto d’Halmar (La Mancha de don Quijote, 1927)); pero, no contento con eso, siguió las investigaciones de Clemencín con el deseo de identificar a Dulcinea con Ana Zarco de Morales, a Sancho con un labrador llamado Melchor Gutiérrez y al cura con fray Luis de Granada nada menos y, ya puesto, afirmó que Don Quijote se escribió en la Casa de Medrano, que entonces sería una cárcel (pero en esa época los presos eran llevados a Alcázar porque allí no había); ya le reprochaba el eminente cervantista José María Asensio que esta obra habría debido tener “algo de juicio y un poco más de análisis”, pero la superchería alcanzó crédito suficiente como para que imprimiera allí el metódico Hartzenbusch su Quijote (Argamasilla de Alba: Impr. de Don Manuel Rivadeneyra, 1863) y se divulgara en . Se tomaron la molestia de rebatirla Manuel Cervantes Peredo (1870) y Andrés Ovejero (1905). Por demás, Antequera escribió Los progresistas: su política, sus banquetes, Madrid: Imp. Zacarías Soler, 1864 y el drama histórico Un rey en menor edad, que se conserva manuscrito en la BN. De ideología conservadora, escribió también artículos políticos en la Revista de España de su sobrino; desde luego, no le agradaba nada de nada un tercer partido demócrata.

    Al arabista conquense Ángel o Cándido-Ángel González Palencia  (Horcajo de Santiago, 1889 - Olivares de Júcar, 1949) debemos varios trabajos sobre cultura manchega: Testamento de Juan López de Hoyos, maestro de Cervantes, (1921), Las ediciones académicas del Quijote (1947), Quevedo, Tirso y las comedias ante la Junta de Reformación (1946), Pleitos de Quevedo con la villa de Torre de Juan Abad (1928), Del Lazarillo a Quevedo (1946), El arzobispo don Raimundo y la Escuela de Traductores (1942), Los mozárabes de Toledo en los siglos XII y XIII, (1926-1930), 4 vols. y Fuentes para la historia de Cuenca y su provincia (1944). En la Guerra Civil apoyó activamente a los sublevados, depuró a varios intelectuales republicanos y escribió contra los krausistas unos mezquinos “El Centro de Estudios Históricos” (p. 191-6) y “La herencia de la Institución Libre de Enseñanza”, capítulo final de VV. AA., Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza, San Sebastián: Editorial Española S. A., 1940, págs. 191-196 y 273-276 respectivamente:

    Desbaratado el tinglado institucionista al dominarse la Revolución para cuyo servicio se levantara pacientemente en el transcurso de varios lustros, habrá el Estado español de resolver 
acerca de las piezas sueltas de aquel tinglado, construidas en su totalidad con dinero de la Nación. La casa matriz, la escuela de niños que en la calle de Martínez Campos era el núcleo fundamental de la secta, habrá de sufrir la suerte de los bienes de todos aquellos que han servido al Frente Popular y a la Revolución marxista. Como en los días gloriosos imperiales, podría arrasarse la edificación, sembrar de sal el solar y poner un cartel que recordase a las generaciones futuras la traición de los dueños de aquella casa para con la Patria inmortal (p. 276)

Este libro, que pretendía denunciar algunos casos de patronazgo republicano, sirvió para fundamentar el capricho fascista de otorgar las cátedras universitarias vacantes por méritos políticos más que académicos (es decir, a dedo); como consecuencia de ello las universidades españolas padecieron (hay quien dice que todavía padecen) largos decenios de mediocridad.

    El polígrafo arriacense Ramón Serrano y Sanz (Ruguilla, 1866 - Madrid, 1932) fue un erudito de capacidad portentosa; dominaba cinco idiomas antiguos, (los clásicos, hebreo, árabe y sánscrito) y cinco modernos y por su memoria y capacidad lectora fue llamado “el pequeño Menéndez Pelayo”.  Principalmente americanista, también investigó la autobiografía en español, la literatura femenina (Apuntes para una Biblioteca de Escritoras Españolas desde 1401 a 1833,  1893 y 1895, 2 vols.); y el Humanismo del XVI. Ha dejado sobre sus compatricios alcarreños Vida y escritos de fray Diego de Landa, Pedro Ruiz de Alcaraz, iluminado alcarreño del siglo XVI, Don Diego Ladrón de Guevara, obispo de Panamá y Quito y Virrey del Perú y otros trabajos, y sobre otras provincias manchegas Editó el Cautiverio y trabajos de Diego Galán: Natural de Consuegra y vecino de Toledo 1589 a 1600, cuya edición crítica  por el profesor de la UCLM Matías Barchino ha sido editada recientemente (2001).
     Véase un ejemplo: In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus, quidam fldalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo. Manducatoria sua consistebat in unam ollam cum pizca más ex vaca quam ex carnero, et in unum ágilis-mógilis qui llamabatur salpiconem, qui erat cena ordinaria, exceptis diebus de viernes quae cambiabatur in lentéjibus et diebus dominguis in quibus talis homo chupabatur unum palominum. In isto consumebat tertiam partem suae haciendae, et restum consumebatur in trajis decorosis sicut sayus velarte, calzae de velludo, pantufli et alia vestimenta que non veniut ad cassum.

 licenciado en filosofía y letras y archivero, catalogó y editó numerosos textos clásicos con la metodología del Positivismo; citaremos de él, por ser su faceta más desconocida y humilde, su trabajo como autor de un buen diccionario bilingüe de alemán en dos vols. (1910), y por lo que toca a la región, sus ediciones del Cancionero del famoso corregidor de Toledo Diego Gómez Manrique (1885) y de las Memorias de Escoiquiz (1915). 
      Cf. José María de Cossío, “Los toros y el periodismo”, en su Los toros. Tratado técnico e historia. Madrid: Espasa-Calpe, 1947, II, p. 548-549. El Enano lo fundaron Joaquín Simán y Manuel López Azcutia; se retiró Simán y se asoció José Carmona y Jiménez, quien adquirió luego toda la propiedad hasta su fallecimiento en 1885; sus sucesores siguieron con la empresa y se la pasaron a Serrano.
      Leopoldo Vázquez y Rodríguez era tan erudito taurómaco como Serrano, y escribió obras tan relevantes como Efemérides taurinas: recopilación por meses y días de los acontecimientos mas notables ocurridos desde que se conoce la lidia de las reses hasta nuestros días: seguidas de una lista de los toreros de a pié y a caballo que han toreado en Madrid desde 1786 hasta nuestros días. Madrid: Imprenta de la Correspondencia de España, 1880; Vocabulario taurómaco ó sea colección de las voces y frases empleadas en el arte de toreo, con su explicación correspondiente. Madrid: Imprenta de sucesores de Escribano, 1880; América taurina. Madrid: Librería de Victoriano Suárez, 1898; Biografías de toreros. Madrid: Establecimiento tipográfico de Ambrosio Pérez y Cía, 1900-1910, tomos I a XXXI, y, en colaboración con Luis Gandullo y Leopoldo López de Saa, La tauromaquia. Madrid: Mariano Núñez Samper, s. a. 2 vols.

     José María de Cossío, op. cit., p. 559.

      Se reimprimió años después: Toreros, toreritos y torerazos: 303 semblanzas en 303 décimas. Madrid: Imprenta de Antonio G. Izquierdo, 1902.  

    Véase por demás Joaquín Spinelli y Souza, Apuntes biográficos o juicio crítico de los escritos políticos de Francisco Córdova y López. Madrid, 1870.

  
    José López Yepes, Francisco Rivas Moreno, la obra de un reformador social (1851-1935). Santander: Obra Social y Cultural de Caja Cantabria, 2001.

1 comentario:

  1. Me temo que se te ha ido el dedo con el corta-pega.... en la parte donde pone
    "Don Antonio Castillo, alcalde de la ciudad.de Córdoba y funcionario"

    viene de dos párrafos separados. El alcalde de Córdoba, y autor de "La batalla de Munda" (1873) es Damaso Delgado López.

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